Del olvido a la demencia: qué gestos son despistes y cuáles nos deben preocupar
Hay elementos triviales que nos preocupan sobremanera y que no en todo momento deberían ser para tanto

Un hombre mayor sentado en un banco. | ©Freepik.
Te ha vuelto a pasar. Salías con prisa de casa y, al cerrar la puerta, has notado que las llaves no están en el bolsillo. Vuelves sobre tus pasos y, tras rebuscar entre los cojines del sofá o en la chaqueta de ayer, las encuentras. Quizá también te ha ocurrido esta semana que has abierto una conversación en el móvil y, antes de contestar, otra notificación te ha distraído. El mensaje sigue sin respuesta. O tal vez, justo cuando llegas a la cocina, te preguntas: «¿Qué venía a hacer yo aquí?»
A veces son pequeños episodios. No recordar qué desayunaste ayer, olvidar dónde aparcaste el coche o tener que releer un correo antes de contestarlo. Te fías de tu cabeza, pero hay momentos en los que notas que no va tan fina como antes. Si ya has superado los 50, probablemente te lo has preguntado más de una vez: ¿me estaré despistando más de la cuenta? ¿Es esto solo cansancio o hay algo más serio, un principio de deterioro cognitivo que aún no se ha dejado ver del todo? Factores que, por ejemplo, citan desde la American Stroke Association respecto a esas pérdidas de memoria.
Ese tipo de preguntas son comprensibles, sobre todo cuando se suman olvidos o despistes. Pero conviene saber que no todo lo que olvidamos es señal de alarma. La memoria es una función compleja, sujeta a múltiples factores: sueño, estrés, rutinas, alimentación y sí, también la edad. Confundir nombres, despistarse en tareas o dejar una frase a medias no son, por sí solos, síntomas de demencia. Y saber distinguirlos puede ayudarnos a vivir con más calma.
Olvidar o no recordar no es el final
Recordar absolutamente todo lo vivido no es ni realista ni saludable. De hecho, incluso en la juventud, con toda la agilidad mental del mundo, la memoria nunca ha funcionado como una grabadora. Aunque algunos alardeasen de tener memoria de elefante, lo cierto es que el olvido selectivo es parte del funcionamiento normal del cerebro. Recordamos lo relevante, lo emocionalmente marcado o lo repetido. Lo demás se borra, y eso también es salud.
La memoria, además, se entrena. No depende exclusivamente de la suerte o de la genética. A lo largo de la vida, las actividades que hacemos, el tipo de relaciones que mantenemos, los retos intelectuales que asumimos o los nuevos aprendizajes moldean el rendimiento cognitivo. Resolver crucigramas, leer, aprender un idioma o incluso cambiar de ruta al caminar son pequeñas formas de ejercitar el cerebro y mantenerlo despierto. Algo que, por ejemplo, aconseja la American Psychological Association. En ese sentido, hay que dejar claro que no todos los despistes significan demencia, ni estadios previos de esta.
Cumplir años trae consigo algunos cambios. A partir de los 50, es habitual notar ciertos olvidos o tener que hacer un esfuerzo mayor para encontrar palabras o datos. Eso no quiere decir que haya un trastorno ni que estemos en una fase inicial de demencia. En muchos casos, esos lapsos se explican mejor desde el cansancio, la sobrecarga mental o el simple paso del tiempo. La plasticidad neuronal disminuye con la edad, pero no desaparece. Se trata de adaptarse, no de alarmarse.
Entre el despiste y la preocupación: en qué fijarnos

No todos los olvidos tienen el mismo peso. Perder las llaves o no recordar dónde pusiste las gafas es muy común. Pero otra cosa muy distinta es no saber si has apagado la vitrocerámica o dejar una olla al fuego sin motivo aparente. Lo mismo ocurre con los nombres: confundir a alguien o llamarlo por el nombre de otra persona no es grave; en cambio, olvidar por completo quién es alguien cercano puede ser preocupante. Algo de lo que ya hemos hablado en THE OBJECTIVE en relación con el envejecimiento. Sin embargo, la Universidad de Harvard en una de sus publicaciones incide en esas diferencias entre despiste, demencia y olvido.
Tampoco hay que alarmarse si repites una anécdota a personas distintas. A todos nos pasa, sobre todo si la historia nos resulta graciosa o si nos gusta contarla. Pero si siempre repites el mismo relato a la misma persona, sin darte cuenta de que ya lo hiciste, puede ser un indicio de que algo no va bien. El patrón de repetición y el contexto son claves para valorar si estamos ante un simple despiste o ante una pérdida de memoria significativa. No obstante, la Alzheimer’s Association explica que sí hay ciertos síntomas tempranos de alzhéimer o demencia.
Otra señal de alerta es la desorientación frecuente. Perderse en un lugar conocido o no saber cómo volver a casa no es un simple olvido, sino algo más serio. Sin embargo, olvidar por qué entraste en una habitación o interrumpir una tarea porque no recuerdas qué ibas a hacer suele tener más relación con la falta de atención que con la memoria propiamente dicha. Nuestro cerebro no puede estar en todo a la vez y, en ocasiones, se desconcentra. Motivo por el que meter despiste y demencia en la misma ecuación siempre no es apropiado.
Así pues, prestar atención a los detalles y al contexto de cada olvido puede ayudarnos a distinguir lo banal de lo preocupante. La demencia no aparece de un día para otro. Es progresiva, afecta a múltiples aspectos de la vida diaria y suele ir acompañada de cambios de comportamiento o de humor. Mientras tanto, muchos olvidos son solo eso: pequeñas interrupciones de una mente que, como nosotros, también necesita descansar.