Esclerosis múltiple: estrategias de control recomendadas por enfermeros y neurólogos
Estrategias terapéuticas, nutricionales y de estilo de vida pueden frenar la progresión de esta enfermedad crónica

Esclerosis múltiple | Canva
La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad neurológica crónica, autoinmune y desmielinizante que afecta al sistema nervioso central (SNC). Su evolución impredecible y progresiva genera un impacto sustancial en la calidad de vida de quienes la padecen. En el capítulo 11 del libro Salud Cerebral: Mantén joven tu cerebro, Miguel Ángel Robles, coordinador de enfermería del Servicio de Neurología del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, y Xavier Montalban, experto en neurología de este mismo centro, abordan las claves del manejo integral de la EM, destacando no solo el abordaje clínico, sino también el rol fundamental del paciente y su entorno en el control activo de la enfermedad.
Esclerosis múltiple: diferentes caras
La EM puede presentarse de forma muy heterogénea. Existen dos grandes formas de identificar su curso: la actividad inflamatoria, visible a través de resonancias magnéticas o brotes clínicos, y la progresión de la discapacidad, que avanza lenta e inexorablemente, muchas veces de forma independiente a los brotes. Actualmente, existen tratamientos que permiten modular la actividad del sistema inmunitario, reduciendo el número de brotes y ralentizando la progresión de la enfermedad. No obstante, el éxito terapéutico depende de factores como un diagnóstico temprano, el inicio precoz de la medicación, la adherencia al tratamiento y un acompañamiento médico personalizado. En este punto, la información clara y comprensible, así como herramientas para la toma de decisiones, resultan claves para empoderar al paciente:
1. Dieta mediterránea: el mejor aliado nutricional
La dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, pescado y aceite de oliva, esta pauta alimentaria se asocia con una menor fatiga, mejor calidad de vida física y mental, e incluso con una reducción del riesgo de desarrollar EM. Por el contrario, las dietas occidentalizadas, con alto consumo de grasas animales, procesados y sal, se vinculan a una microbiota intestinal proinflamatoria, agravando la autoinmunidad. Si bien los suplementos de omega-3 o antioxidantes no han demostrado efectos significativos, sí existe evidencia que sugiere limitar el consumo de sal. Altos niveles de sodio alteran células del sistema inmunitario, promoviendo la inflamación del SNC y el riesgo de brotes.
2. Mantenimiento del peso
El sobrepeso y la obesidad están asociados con un inicio más temprano de la enfermedad, lo que se traduce en peor calidad de vida y mayor discapacidad. Por eso, controlar el índice de masa corporal (IMC) debe formar parte de una estrategia integral. En paralelo, el ejercicio físico se ha consolidado como una intervención terapéutica efectiva y segura. Estudios avalan que el entrenamiento de resistencia o mixto reduce la fatiga, mientras que el ejercicio aeróbico o sensoriomotor mejora la salud física, cognitiva y emocional. Además, el movimiento promueve la neuroplasticidad, ayudando a preservar las funciones cerebrales. Los especialistas recomiendan individualizar las rutinas y fomentar su inclusión como parte habitual del tratamiento.

3. Tabaco, estrés y vitamina D: tres factores críticos
El tabaco es un enemigo declarado en el contexto de la EM. Fumar incrementa el riesgo de padecer la enfermedad, acelera su progresión, empeora la respuesta al tratamiento y deteriora la cognición. Sin embargo, hay margen para la recuperación: dejar de fumar durante al menos cinco años puede equiparar el riesgo de progresión al de una persona no fumadora. El estrés, otro factor crucial, se ha relacionado con un mayor riesgo de brotes. Intervenciones de manejo del estrés, tanto individuales como grupales, resultan eficaces para mejorar el control emocional y la calidad de vida del paciente. Dormir bien, reducir la ansiedad y gestionar eventos vitales estresantes se convierte, por tanto, en una parte más del tratamiento integral.
En cuanto a la vitamina D, aunque su suplementación no ha mostrado beneficios clínicos contundentes según la evidencia disponible, sí se ha identificado una correlación entre niveles adecuados y menor actividad de la enfermedad. Una alimentación equilibrada y la exposición solar controlada siguen siendo las mejores estrategias para mantener niveles óptimos.