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Lavarte la cara no es una cuestión de cuidar solo tu piel: es una cuestión de salud general

Estos son los consejos de la Academia Americana de Dermatología para cuidar bien tu cara

Lavarte la cara no es una cuestión de cuidar solo tu piel: es una cuestión de salud general

Un hombre lavándose la cara. | ©Freepik,

Hace siglos, cuando la humanidad vivía sin acceso a agua corriente, sin jabón y sin el más mínimo concepto de higiene personal, nuestros antepasados sobrevivían, sí, pero con una esperanza de vida y unas condiciones sanitarias muy lejos de las que disfrutamos hoy. No conocían el concepto rutina facial ni sabían lo que era el acné, al menos en los términos actuales. Tampoco distinguían entre tipos de piel, ni podían imaginar que lavarse la cara formaría parte algún día de los hábitos diarios de millones de personas. Pero que ellos no lo hicieran no significa que nosotros debamos seguir su ejemplo. Hemos aprendido mucho desde entonces sobre higiene facial.

Tampoco se trata de sustituir la tradición por las tendencias de moda. El hecho de que ahora tengamos acceso a cientos de consejos en redes sociales no significa que todos ellos sean válidos. Muchos influencers y creadores de contenido recomiendan prácticas poco fundamentadas, cuando no directamente perjudiciales. Tan negativo puede ser no tener ninguna rutina de limpieza como obsesionarse con productos, ingredientes y técnicas que, en lugar de ayudar, desequilibran la piel. Ni una cosa ni la otra: la clave está en el equilibrio.

Por eso, hablar de higiene facial no es hablar de estética, ni de un canon de belleza impuesto, ni de rendirse ante los imperativos del mercado cosmético. Es hablar de salud. Igual que nos lavamos las manos para evitar infecciones, deberíamos lavar el rostro con la misma lógica, sin necesidad de complicarnos la vida ni gastar en exceso. Con una práctica adecuada, sencilla y basada en evidencia científica, ganamos mucho más que una piel luminosa: ganamos bienestar.

Por qué lavarte la cara es bueno para tu salud

Conviene insistir: lavarse la cara no es una cuestión de belleza, sino de higiene básica. Nuestra piel, como cualquier órgano del cuerpo, está expuesta a agresiones externas constantes: polución, partículas en suspensión, restos de sudor, grasa natural y microorganismos. Todo eso se acumula con el paso de las horas, y si no se elimina adecuadamente, puede generar problemas dermatológicos. Hablamos, por ejemplo, de acné, dermatitis seborreica o infecciones bacterianas. Basta una limpieza diaria bien hecha para prevenir muchas de estas afecciones.

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Cuidar la piel tampoco es una cuestión que entienda de géneros. ©Freepik.

No hace falta recurrir a soluciones costosas ni a una estantería llena de productos. Un jabón suave, adaptado al tipo de piel (seca, grasa, mixta o sensible), puede ser más que suficiente. Lo importante no es la marca ni el envase, sino la eficacia del producto para retirar la suciedad sin alterar la barrera natural de la piel al recurrir a la higiene facial. Esa barrera es la que mantiene la hidratación y evita que entren agentes nocivos. Si está en equilibrio, la piel se ve mejor, pero sobre todo, está más sana.

Muchas veces, lo que consideramos un problema estético tiene en realidad un componente infeccioso o inflamatorio. Brotes de acné en adultos, rojeces persistentes o picores pueden estar relacionados con una mala higiene facial. A menudo no se trata de que el cuerpo funcione mal, sino simplemente de que necesita ayuda para eliminar residuos. Igual que cepillarse los dientes evita caries y enfermedades en las encías, lavarse la cara evita alteraciones cutáneas que, con el tiempo, pueden agravarse si no se tratan. De hecho, una buena higiene facial puede, incluso, prevenir determinadas infecciones como sucede en algunos países de África con el tracoma.

Cómo lavar tu cara para cuidar más que tu piel

La Academia Americana de Dermatología recomienda seguir seis pasos simples para una limpieza eficaz y segura del rostro. El primero, y muchas veces olvidado, es lavarse las manos antes de tocar la cara. Es de sentido común: no podemos limpiar con herramientas sucias. A continuación, hay que usar agua templada, ni muy caliente ni muy fría, para no agredir la piel ni dilatar en exceso los poros. El tercer paso es aplicar un limpiador suave, evitando productos con alcohol, perfume o partículas abrasivas que puedan causar irritación en nuestra higiene facial.

Una vez aplicado el limpiador, debe masajearse la piel con suavidad, con movimientos circulares y sin frotar con fuerza. No se trata de rascar la suciedad, sino de disolverla. Es importante aclarar bien con agua templada, sin dejar restos de jabón, ya que estos pueden resecar o alterar el pH cutáneo. Por último, secar la cara con una toalla limpia, dando pequeños toques sin arrastrar, es esencial para evitar la irritación y la proliferación de bacterias.

Además de estos pasos básicos, es importante ser constante: una o dos veces al día, dependiendo del tipo de piel y el nivel de exposición a suciedad o maquillaje. Por la mañana, la limpieza prepara el rostro para la jornada. Por la noche, ayuda a eliminar todo lo acumulado durante el día. En ningún caso es necesario incorporar pasos adicionales como tónicos, exfoliantes o mascarillas, a menos que estén recomendados por un dermatólogo. La clave está en la regularidad y en respetar lo que la piel necesita, sin más ni menos.

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