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No solo es la ducha perfecta: es la ducha más sana, y este científico tiene claro cuándo es

Un microbiólogo explica las diferencias entre elegir las mañanas y las noches a nivel higiénico

No solo es la ducha perfecta: es la ducha más sana, y este científico tiene claro cuándo es

Una mujer duchándose. | ©Freepik

Ducharse a diario va más allá de una cuestión estética o social. Desde un punto de vista médico, la ducha ayuda a mantener la barrera cutánea en buen estado, eliminando sudor, bacterias y residuos ambientales. Pero además cumple otras funciones dependiendo del momento del día y de la temperatura del agua. Una ducha por la mañana con agua fría o templada puede ser el impulso que necesitamos para empezar el día con energía. Estimula la circulación sanguínea, activa el sistema nervioso y puede ayudar a despejar la mente, reduciendo la sensación de somnolencia.

Por la noche, sin embargo, la elección de la temperatura del agua es crucial. Una ducha fría puede tener el efecto contrario al deseado, al incrementar los niveles de cortisol, la conocida hormona del estrés. Este aumento de cortisol podría dificultar la conciliación del sueño y provocar un estado de alerta innecesario justo antes de dormir. Por eso, los expertos coinciden en que la ducha nocturna debe realizarse con agua tibia, a una temperatura moderada que oscile entre los 36 y 38 grados. Esa temperatura favorece una ligera bajada de la temperatura corporal tras salir de la ducha, lo cual, paradójicamente, es una señal que el cuerpo interpreta como momento para dormir.

Además, la ducha templada tiene un efecto sedante sobre el sistema nervioso autónomo, lo que reduce la frecuencia cardiaca y favorece una respiración más pausada. Estos cambios fisiológicos ayudan a inducir un estado de calma, preparándonos física y mentalmente para el descanso nocturno. En este sentido, ducharse se convierte en una herramienta de higiene mental, no solo física. También puede formar parte de una rutina de sueño saludable, tan importante como evitar pantallas o luces intensas antes de acostarse. Incorporar la ducha como parte de este ritual puede marcar la diferencia en la calidad del sueño.

Realmente, ¿cuáles son los beneficios de ducharse?

Elegir entre ducharse por la mañana o por la noche suele ser una cuestión de rutina o de preferencias personales. Sin embargo, según el microbiólogo Primrose Freestone, profesor de Microbiología Clínica en la Universidad de Leicester y autor del artículo original citado por The Independent, hay una franja horaria que podría considerarse objetivamente más saludable. Si solo pudiéramos ducharnos una vez al día, el momento más recomendable sería por la noche, justo antes de ir a dormir.

Esta sugerencia no responde únicamente a criterios de comodidad, sino a razones fisiológicas y microbiológicas. Durante el día acumulamos en nuestra piel restos de contaminación, células muertas, sudor y partículas en suspensión como el polen o el polvo. Una ducha nocturna no solo elimina estas impurezas, sino que también protege nuestro espacio de descanso, evitando que estas partículas se depositen en las sábanas.

Freestone insiste en que ducharse antes de acostarse contribuye a crear un entorno más limpio, tanto sobre nuestro cuerpo como en la cama donde pasamos varias horas. La piel, al estar más limpia, reduce su carga microbiana superficial, lo que podría minimizar reacciones alérgicas o irritaciones cutáneas durante la noche.

Además, al eliminar células muertas y restos de sudor, se reduce el alimento disponible para los ácaros del polvo, mejorando indirectamente la calidad del aire que respiramos al dormir. Esto puede ser especialmente relevante en personas con asma, alergias o problemas dermatológicos. No se trata solo de estar limpios, sino de cómo esa limpieza afecta a nuestra salud a lo largo de la noche.

También es interesante considerar el impacto psicológico que tiene una ducha nocturna. Nos permite simbólicamente cerrar el día, desprendernos del estrés acumulado y establecer una rutina de higiene y autocuidado que facilita la transición hacia el descanso. Si bien una ducha matinal puede activar el cuerpo y despejar la mente, la ducha nocturna cumple una función inversa. Esta preparación también puede mejorar la calidad del sueño, al asociar el agua caliente con la relajación y la liberación de tensiones físicas.

Una cuestión de hábito… y de salud

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El hecho de ir más limpio a la cama permite, además, limitar la presencia de ácaros en las sábanas. | ©Freepik.

Es evidente que cada persona tiene su propio ritmo de vida, y no siempre resulta fácil cambiar el horario de una ducha por razones laborales o familiares. Sin embargo, si el objetivo es obtener el mayor beneficio posible para la salud, conviene considerar con qué propósito nos duchamos y qué efectos buscamos. Por la mañana, buscamos despertar y activar el cuerpo; por la noche, buscamos limpiar y relajar. No hay una opción mala, pero sí una que puede resultar más completa si lo que deseamos es cuidar tanto la higiene como el descanso.

En casos de actividad física intensa o exposición a ambientes contaminados, puede ser recomendable ducharse más de una vez al día, siempre cuidando la hidratación de la piel. Utilizar geles suaves, evitar el agua excesivamente caliente y no prolongar las duchas más de diez minutos son consejos clave para no alterar la flora cutánea ni resecar la piel. También es importante secarse bien, sobre todo en zonas de pliegues, para evitar la proliferación de hongos o bacterias. La frecuencia ideal de la ducha depende del estilo de vida, pero su calidad y su momento pueden marcar la diferencia. De él, además, hemos hablado varias veces en THE OBJECTIVE.

En definitiva, la ducha no solo es un gesto higiénico: es un hábito que puede mejorar o perjudicar nuestra salud según cómo lo apliquemos. Convertir la ducha nocturna en un ritual consciente puede ayudarnos a protegernos del entorno, mejorar nuestro descanso y cuidar de nuestra piel. No se trata de ducharse más, sino de ducharse mejor. Y, según parece, hacerlo por la noche es una decisión tan lógica como saludable. Como tantas cosas en bienestar, lo esencial no es la cantidad, sino el momento y la intención con la que lo hacemos.

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