Solos en casa: los miembros de la Gen Z echan de menos la oficina para combatir el aislamiento
Quizá la respuesta más sencilla al problema sea comprobar que lo poco gusta y lo mucho cansa

Un hombre teletrabaja en casa. | ©Freepik.
Lo que parecía un paradigma inamovible de la generación Z —teletrabajo y libertad laboral desde cualquier lugar— podría tener los días contados o, al menos, no ser tan maravilloso como aparentaba. Los miembros de la generación Z, es decir, quienes nacieron entre 1997 y 2012, abrazaron el modelo remoto como símbolo de autonomía y flexibilidad. Poder construir el día laboral sin horario rígido, sin desplazamientos y con mayor control sobre el entorno parecía el escenario ideal.
Al menos, según una encuesta realizada por Bupa UK, una aseguradora sanitaria en Reino Unido, que muestra que ese espejismo podría estar desvaneciéndose: el 38 % de los trabajadores de entre 16 y 24 años admiten sentirse socialmente aislados al trabajar desde casa, y un 45 % considera volver a la oficina en busca de interacción social y bienestar real. Esta reacción revela que la soledad laboral es un coste oculto que muchos descubren demasiado tarde: la soledad en el trabajo.
Teletrabajar ha significado vestir la libertad con la comodidad del hogar. Pero esa misma libertad puede resultar fría si, además de silencio, falta compañía, contacto y espontaneidad. Lo que empezó como un privilegio tecnológico se torna insuficiente cuando lo que se necesita es algo tan tradicional como una conversación informal con un colega. Y aunque el trabajo remoto sigue ofreciendo ventajas reales, cada vez más jóvenes identifican su límite en el impacto emocional que provoca la ausencia de un entorno humano compartido.
La Gen Z británica quiere volver a la oficina
La generación Z británica muestra una clara inclinación a regresar al entorno presencial de trabajo, al menos según la encuesta de Bupa UK. En Reino Unido, el 38 % de los trabajadores de entre 16 y 24 años confiesan sentirse socialmente aislados mientras teletrabajan. Algo que contrasta con otro dato: la cifra baja al 24 % en el conjunto de la fuerza laboral. Esta brecha pone de relieve un problema generacional que parecía la panacea: el trabajo remoto. Muchos de los miembros de esta generación comenzaron sus carreras durante la pandemia y jamás vivieron la experiencia presencial de una oficina. Por el camino, perdieron esas interacciones espontáneas que alimentan la cohesión profesional, al tiempo que aumentan la sensación de soledad en el trabajo.

Además, el 45 % de los jóvenes están considerando activamente cambiar a empleos que les ofrezcan más contacto cara a cara, cifra muy superior al 27 % del total de trabajadores. Esta tendencia apunta a que los jóvenes empiezan a valorar de nuevo la socialización y el aprendizaje informal como elementos clave de su desarrollo profesional.
Otro dato revelador: el 41 % de los encuestados afirma que estarían dispuestos a cambiar de trabajo si este incluyera beneficios como asistencia sanitaria privada. Este interés apunta no solo a la búsqueda de compañía, sino a comunidades laborales que también cuiden de su salud global. No obstante, no es la primera vez que vemos datos de estas características. En THE OBJECTIVE hemos dado buena cuenta de cómo las ventajas del teletrabajo se han ido disipando con los años, enmascarando determinadas realidades. Con todo y con eso, conviene más situar la relación en una balanza que dejarse llevar por los extremos.
La soledad en el trabajo también afecta
La soledad laboral no se limita al puesto de trabajo: sus síntomas se extienden al bienestar físico y mental cotidiano. Pueden manifestarse en ansiedad, tristeza persistente, pérdida de motivación y agotamiento emocional. En el ámbito físico, el aislamiento favorece el sedentarismo, dificultades para dormir y, en casos prolongados, un impacto incluso metabólico como una mayor predisposición al tipo 2 de diabetes.
Mentalmente, la falta de contacto humano puede provocar un aumento del estrés, del riesgo de depresión y de una sensación acumulativa de desconexión personal. El impacto no es inmediato, pero a medio y largo plazo se traduce en menor resiliencia emocional, peor rendimiento y debilitamiento del vínculo con la organización.
Parte de esta dinámica tiene sus raíces en la pandemia de COVID‑19, que obligó a millones a trabajar desde casa sin redes de apoyo reales. Ese cambio radical sembró una cultura remota que aún persiste, aunque quizá sin consolidarse globalmente. Lo paradójico es que los entornos empresariales adoptaron el teletrabajo rápidamente, sin prever que esa medida temporal tendría efectos duraderos en la salud emocional de muchos jóvenes trabajadores.