Mejor tarde que nunca: cómo el matrimonio en la tercera edad puede hacer bien a tu salud
Aunque no es una ciencia exacta, hay literatura científica que avala el matrimonio con efectos positivos

Una pareja casada se tapa con un sombrero. | ©Freepik.
Para algunas personas, esa frase de «hasta que la muerte os separe» suena más a amenaza que a buen augurio. Sin embargo, si uno se detiene a observar los datos, lo cierto es que el matrimonio –o, al menos, vivir en pareja– parece tener un efecto positivo en la salud y la longevidad.
Según diversas investigaciones, las personas mayores casadas o emparejadas viven más años y con mejor calidad de vida que quienes llegan a la vejez en solitario. Las razones no siempre son evidentes, pero el patrón se repite en estudios hechos en distintas partes del mundo, también en España. Lo más llamativo es que los beneficios no dependen tanto del tipo de relación, sino de que exista un vínculo afectivo estable.
Estos efectos positivos se observan tanto en hombres como en mujeres, aunque no siempre se manifiestan de la misma manera. Las personas mayores que viven con una pareja tienden a tener mejores indicadores de salud cardiovascular, menos hospitalizaciones y, en algunos casos, menos consumo de medicamentos. Además, muestran niveles más bajos de depresión y una menor incidencia de enfermedades neurodegenerativas. Este fenómeno ha llevado a los expertos a investigar qué factores del matrimonio pueden ser protectores para la salud, incluso cuando la relación comienza en la madurez o en la tercera edad.
Las respuestas no son simples, pero apuntan a una combinación de aspectos físicos, sociales y mentales. A diferencia de lo que suele creerse, casarse o empezar una relación estable después de los 65 no es tan infrecuente como parece. Y aunque nadie dice que compartir la vida con otra persona sea una receta mágica para la longevidad, sí se acumulan pruebas de que puede contribuir, y mucho, a vivir no solo más años, sino mejores. Al punto de que hay literatura científica que, en general, advierte que las personas casadas se muestran más felices que las personas solteras.
El factor físico del matrimonio en la tercera edad
Vivir en pareja durante la vejez tiene un impacto directo sobre el cuerpo: en primer lugar, muchas personas mayores que conviven con alguien tienden a mantenerse más activas físicamente. Puede ser porque la otra persona les anima, les acompaña a pasear o simplemente porque comparten tareas del hogar. El sedentarismo es uno de los grandes enemigos de la salud a partir de cierta edad, y la compañía diaria suele ser un incentivo para moverse. No es raro ver a matrimonios mayores caminando juntos por la mañana o yendo a hacer la compra como una pequeña rutina saludable.
También hay evidencias de que quienes viven en pareja cuidan más lo que comen. A ciertas edades, el acto de cocinar para uno solo puede convertirse en una molestia, lo que lleva a muchos mayores solteros a alimentarse peor. Las parejas, en cambio, tienden a organizar mejor sus comidas, elegir alimentos más variados y, a menudo, seguir pautas dietéticas más saludables. Lo curioso, además, es que parece establecerse un patrón de felicidad que se retroalimenta. Cuanto más feliz es una persona en la pareja, más feliz hace a su ‘media naranja’.
De dietas a medicaciones: una vigilancia mutua
Esto no significa que todas las personas casadas coman bien, pero sí que es más frecuente que haya cierta regularidad y planificación en su dieta. Comer juntos, además, convierte cada comida en un acto social que favorece el bienestar general. Algo de lo que, por ejemplo, ha hablado un estudio de más de 85 años que realizó el Harvard Study of Adult Development y que concluyó que las personas acompañadas viven más tiempo y más felices.
Por otro lado, la presencia constante de otra persona permite detectar antes cualquier signo de deterioro físico. Si alguien empieza a dormir mal, a tener dificultades de movilidad o a olvidar tomar una medicación, es más fácil que la pareja lo note y actúe en consecuencia. También, no obstante, se aprecian estudios que apuntan en el sentido contrario: una especie de efecto contagio en determinadas patologías. No obstante, a veces esta vigilancia mutua, que en muchos casos es inconsciente, funciona como una red de apoyo que puede marcar la diferencia entre una dolencia leve y una complicación grave. De ahí que los matrimonios en la tercera edad pudieran actuar como amortiguación.
El factor psicosocial del matrimonio

La vida social es otro de los pilares que se debilitan con la edad. A medida que los ancianos pierden amigos, familiares o incluso a su pareja, el aislamiento empieza a hacerse más presente. En muchos casos, la soledad no es una elección, sino una circunstancia que se impone con los años. Esta falta de relaciones cercanas tiene efectos negativos sobre la salud, tanto física como emocional. Por eso, iniciar una nueva relación sentimental en la vejez puede suponer una auténtica tabla de salvación. La propia Organización Mundial de la Salud apunta al factor fatal que puede suponer la soledad.
Tener a alguien con quien hablar cada día, compartir momentos y mantener cierta rutina social puede contrarrestar esa pérdida de vínculos. El matrimonio o la convivencia ofrecen una estructura que sostiene a la persona mayor, evitando que se encierre en casa o que se desconecte del mundo. Además, las parejas mayores suelen integrarse en entornos comunes: desde grupos de paseo hasta actividades culturales o voluntariados. Esta apertura a nuevas experiencias mantendría la mente activa y podría ejercer una labor frente al deterioro.

No se trata solo de compañía, sino de conexión emocional, como advierte este estudio noruego. Una relación estable aporta una fuente de afecto y validación que, en muchas ocasiones, es más difícil de encontrar fuera del ámbito íntimo. Sentirse querido, valorado y acompañado mejora el estado de ánimo y ayuda a afrontar los desafíos que conlleva envejecer. Por eso, cuando las personas mayores se emparejan de nuevo, sus allegados notan enseguida un cambio: hay más ganas de salir, de arreglarse, de vivir. No obstante, es importante recordar una máxima: que sea un matrimonio de calidad.
Envejecer, mejor acompañado
El envejecimiento no solo afecta al cuerpo. El cerebro también sufre con los años, y el entorno en que se vive puede acelerar o ralentizar ese proceso. Diversos estudios han mostrado que las personas mayores en pareja presentan un deterioro cognitivo más lento que quienes viven solas. Una posible explicación es que hablar, debatir, recordar juntos o incluso discutir son formas de mantener activa la mente. El diálogo cotidiano, por trivial que parezca, es un ejercicio mental muy poderoso.
Además, el aislamiento social es uno de los factores que más favorecen la aparición de demencia y otras enfermedades neurodegenerativas. Cuando alguien se siente solo durante mucho tiempo, tiende a reducir sus niveles de atención, de memoria y de capacidad para resolver problemas. A esto se suman emociones como la tristeza crónica, la ansiedad o la sensación de inutilidad, que también afectan a la salud mental. Por el contrario, una relación estable ofrece un espacio emocional donde estos sentimientos se amortiguan si hablamos de matrimonios en la tercera edad.
Otro punto clave es la detección precoz de los problemas mentales. Las personas que viven solas pueden pasar mucho tiempo sin que nadie note que algo no va bien. En cambio, cuando hay alguien cerca, es más fácil advertir señales tempranas de deterioro cognitivo. Esta vigilancia afectiva permite actuar a tiempo, buscar ayuda profesional y retrasar la evolución de la enfermedad. En la vejez, el tiempo es oro, y tener una persona atenta puede marcar la diferencia entre una intervención eficaz o un diagnóstico tardío. No obstante, también hay literatura científica que advierte que la demencia sería más frecuente en personas casadas.
No es matemático, pero influye
Es importante dejar claro que vivir más o mejor no depende únicamente de estar casado o no. Hay personas solteras que disfrutan de una vejez saludable, activa y feliz. Lo que dicen los estudios no es que el matrimonio cure enfermedades ni que garantice la longevidad, sino que puede ser un factor protector. Sobre todo, cuando la relación es buena, respetuosa y enriquecedora para ambas partes. No se trata de vender el amor como una receta médica, pero sí de reconocer su impacto real en el bienestar.
Tampoco conviene idealizar la vida en pareja ni los matrimonios en la tercera edad. Las relaciones pueden ser fuente de conflictos, tensiones y malestar, especialmente si no están bien gestionadas. En esos casos, los efectos sobre la salud pueden ser incluso negativos. Por eso, el enfoque debe ser equilibrado: no se trata de casarse por obligación, sino de valorar las relaciones afectivas como parte de un estilo de vida más saludable. La clave está en el tipo de vínculo que se construye, no en el papel que lo oficializa.
        