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Ni los refrescos «light» se salvan: un estudio alerta sobre sus efectos en el hígado

Un nuevo estudio advierte que las bebidas bajas en azúcar podrían aumentar el riesgo de enfermedad hepática

Ni los refrescos «light» se salvan: un estudio alerta sobre sus efectos en el hígado

Lo que alerta un nuevo estudio

En la actualidad ya no se trata solo de elegir entre Coca-Cola o Pepsi. Si te cansa el agua, el mercado ofrece una infinidad de opciones: desde refrescos sin alcohol hasta aguas con gas saborizadas. Muchas de estas bebidas se presentan como alternativas «saludables» a los refrescos tradicionales. Sin embargo, nuevas investigaciones sugieren que podrían estar dañando el hígado de forma silenciosa.

Esa es la conclusión principal de un estudio reciente que vincula casi todas las bebidas —excepto el agua— con la enfermedad hepática esteatósica asociada a disfunción metabólica (MASLD), antes conocida como enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD). Y, aunque suene técnico, no se trata de algo menor.

La MASLD ocurre cuando se acumula grasa en el hígado por causas distintas al consumo de alcohol. Esta acumulación puede derivar en cicatrices graves, insuficiencia hepática e incluso aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas y diabetes. De hecho, según el Colegio Americano de Gastroenterología, las enfermedades del corazón son la principal causa de muerte entre quienes padecen MASLD.

Riesgo oculto en bebidas «light» y «naturales»

Esta noticia puede resultar inquietante si has reemplazado los refrescos azucarados por versiones «light» o bebidas prebióticas. Pero antes de entrar en pánico, los expertos aclaran que el riesgo de desarrollar MASLD es bajo si el consumo de estas bebidas es ocasional. El verdadero problema aparece cuando se toman a diario o casi todos los días.

El estudio, presentado en la Semana Europea de Gastroenterología (UEG) de 2025 y recogido por Men’s Health US, analizó datos de 103.251 personas del Biobanco del Reino Unido que inicialmente no padecían enfermedades hepáticas. Los participantes informaron sobre sus hábitos de alimentación y consumo de bebidas, y los investigadores evaluaron la relación entre la cantidad ingerida y el desarrollo de MASLD.

Los resultados fueron claros: consumir más de 250 gramos de cualquier tipo de bebida al día se asoció con un riesgo significativamente mayor de desarrollar la enfermedad. Ese riesgo aumentó un 50% con las bebidas azucaradas y, sorprendentemente, un 60% con las bebidas bajas en azúcar o sin azúcar. Tras diez años de seguimiento, 949 personas desarrollaron MASLD y 103 murieron por causas hepáticas.

Reemplazar aproximadamente 330 gramos de bebidas azucaradas por agua redujo el riesgo en un 14,4%, y hacerlo por bebidas bajas en azúcar lo redujo en un 13,5%. Sin embargo, sustituir un refresco azucarado por un zumo de fruta o una bebida «light» no mostró ningún beneficio significativo. Los autores no especificaron qué tipos de bebidas bajas en azúcar consumían los participantes, pero los expertos aseguran que muchas bebidas «naturales» o «saludables» entran en esa categoría si contienen edulcorantes.

Cómo los edulcorantes podrían afectar al hígado

Según la autora principal del estudio, Lihe Liu, del Primer Hospital Afiliado de la Universidad de Soochow, en China, las bebidas bajas en azúcar pueden influir en la salud hepática por distintas vías. Pueden alterar el microbioma intestinal, afectar la sensación de saciedad, aumentar la preferencia por los alimentos dulces e incluso estimular la secreción de insulina.

El dietista Albert Matheny, cofundador de SoHo Strength Lab, lo explica al mencionado medio de manera sencilla: «Cuando consumes algo dulce, aunque no tenga azúcar, tu cuerpo reacciona como si la tuviera. Se produce más insulina y el hígado empieza a absorber más azúcar del torrente sanguíneo, lo que puede alterar el metabolismo».

Kim añade que algunos edulcorantes modifican la forma en que el cuerpo procesa la glucosa y la insulina, lo que contribuye a la resistencia a la insulina, un factor clave en la acumulación de grasa hepática. Además, pueden confundir al cerebro y aumentar el apetito, generando la sensación de hambre incluso cuando no se necesita comer.

Otra posible explicación tiene que ver con la conducta. Kim apunta que quienes consumen bebidas «light» podrían compensar inconscientemente las calorías ahorradas comiendo más alimentos azucarados o grasos. En cualquier caso, Liu aclara que su estudio no investigó directamente los mecanismos biológicos, por lo que estas hipótesis siguen bajo análisis.

Entonces, ¿sebemos dejar los refrescos «saludables»? No necesariamente. Lo recomendable, evidnetemente, es que optemos por el agua. Y si de vez en cuando nos apetece un refresco prebiótico o un té helado sin azúcar, probablemente no haya problema. «Con moderación, casi todo está bien», concluye el experto.

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