Ojos llorosos: cuándo es normal en invierno y cuándo es una señal de alerta
El invierno trae consigo un aumento del lagrimeo ocular, pero en raras ocasiones puede haber algo más

¿Y si el invierno no es la única causa de tus ojos llorosos? | Freepik
Con la llegada del invierno, muchas personas sufren de ojos llorosos, que lagrimean más de lo habitual. Y es normal, ya que las temperaturas bajas, el viento y la sequedad ambiental alteran la película lagrimal, provocando que se evapore con mayor rapidez. Y cuando esta capa protectora se desequilibra, el ojo responde produciendo más lágrimas como mecanismo de defensa, un fenómeno que, lejos de resultar calmante, suele ser molesto y persistente.
Por qué en invierno nos lloran más los ojos: frío, viento y calefacciones
Como hemos dicho, el frío y las ráfagas de viento son dos de los grandes responsables de este problema. La exposición directa a estos factores reseca la superficie ocular y activa a las glándulas lagrimales. Al mismo tiempo, el viento arrastra polvo y partículas del ambiente —e incluso restos de maquillaje— que pueden entrar en los ojos y provocar irritación, desencadenando aún más lagrimeo, detallan los especialistas en salud ocular de General Optica. Por ello, proteger el rostro con prendas calientes y utilizar gafas de sol envolventes ayuda a minimizar este impacto, especialmente en días con mucho viento.

En interiores, no obstante, la situación no mejora demasiado. El uso constante de calefacciones reduce la humedad del ambiente y crea un entorno seco que acelera la evaporación de la lágrima natural. En estas condiciones, el ojo suele enrojecerse, picar, hincharse y acabar llorando para compensar esa falta de hidratación. Mantener la casa ventilada y recurrir a humidificadores es una forma eficaz de aliviar estas molestias y favorecer un ambiente más amigable para la vista.
También, alergias, cansancio y lentillas
Aunque solemos asociar las alergias a la primavera, el invierno también tiene sus propios desencadenantes: desde la polinización de las cupresáceas —como el ciprés o la arizónica, que liberan polen entre diciembre y febrero— hasta la exposición a los ácaros del polvo o la caspa de mascotas, más intensa en meses de interior. Incluso el moho, frecuente en zonas húmedas, puede provocar picor y lagrimeo. Mantener la casa limpia, limitar el contacto con alérgenos y seguir las recomendaciones de un especialista son claves para controlar estos episodios.
A todo ello se suma el cansancio visual. En invierno pasamos más tiempo en casa y aumentan las actividades que requieren fijar la vista durante largos periodos: pantallas, lectura o televisión. Esta sobrecarga provoca fatiga ocular, irritación y, finalmente, lagrimeo. Descansar la vista regularmente —siguiendo pautas como la regla 20-20-20— ayuda a prevenir estas molestias.
El uso de lentes de contacto también puede intensificar la irritación si no se manipulan adecuadamente. La higiene deficiente, el almacenamiento incorrecto o exceder el tiempo recomendado de uso pueden generar sequedad y, en consecuencia, lagrimeo excesivo. Es fundamental limpiar las lentes y sus estuches correctamente, renovar las soluciones y evitar gestos como ducharse o dormir con ellas puestas.
Qué hacer para evitarlo
Para aliviar el lagrimeo excesivo en invierto, los mencionados expertos recuerdan que pequeños gestos pueden marcar la diferencia: las lágrimas artificiales proporcionan hidratación inmediata; parpadear con frecuencia ayuda a repartir la película lagrimal; evitar frotarse los ojos previene infecciones y lesiones; y mantener una correcta hidratación contribuye al bienestar ocular. Finalmente, acudir periódicamente a un especialista permite identificar el origen del problema y recibir un tratamiento adecuado y personalizado.

¿Y si no es por el invierno? Enfermedades posibles
Ojo, el lagrimeo excesivo no siempre se debe al frío o a factores ambientales. De hecho, el algunos casos puede ser el síntoma visible de enfermedades o alteraciones oculares que afectan al correcto funcionamiento del sistema lagrimal.
Una de las causas más frecuentes es la obstrucción del conducto nasolagrimal, que impide que las lágrimas drenen adecuadamente hacia la nariz. Cuando este conducto está parcial o totalmente bloqueado —algo más común en bebés, personas mayores o tras infecciones repetidas— las lágrimas se acumulan y rebosan hacia fuera, provocando un lagrimeo continuo acompañado a veces de secreción mucosa, irritación y sensación de humedad constante.

Otra posible explicación es la presencia de infecciones oculares, siendo la conjuntivitis una de las más habituales. La conjuntivitis viral, bacteriana o alérgica provoca inflamación de la membrana que recubre el ojo y el interior del párpado, lo que desencadena síntomas como enrojecimiento, picor, secreciones y, por supuesto, un aumento del lagrimeo. También las blefaritis, inflamaciones del borde del párpado asociadas a bacterias o a problemas en las glándulas sebáceas, pueden causar desajustes en la calidad de la lágrima. Cuando esta película lagrimal no lubrica correctamente, el ojo reacciona produciendo más lágrimas, paradójicamente sin lograr aliviar la molestia.
Asimismo, ciertas alteraciones de la superficie ocular pueden estar detrás del lagrimeo excesivo. El ojo seco, que podría parecer incompatible con un exceso de lágrimas, es en realidad una de las causas más comunes: cuando la lágrima es de mala calidad o se evapora demasiado rápido, el ojo interpreta esa sequedad como una agresión y responde generando un lagrimeo reflejo. También patologías como el ectropión (párpado inferior caído hacia afuera), el entropión (párpado girado hacia dentro) o las alteraciones de las pestañas que rozan la córnea pueden causar irritación constante y, como consecuencia, lágrimas desbordadas. En todos estos casos, el lagrimeo persistente es un signo de alerta que indica la necesidad de evaluar la salud ocular con un especialista para identificar la causa y aplicar el tratamiento adecuado cuanto antes.
