Los enemigos cotidianos de tus codos: cómo protegerlos de las lesiones del día a día
Pasan desapercibidas hasta que aparecen y, de repente, se convierten en un gesto altamente incapacitante

Un hombre en el gimnasio. | ©Freepik.
Probablemente no pienses demasiado en tus codos a lo largo del día. Son una de esas partes del cuerpo que damos por sentadas, hasta que empiezan a doler. Sin embargo, si prestas atención, verás que están involucrados en casi todos los movimientos que realizas, desde sostener el móvil hasta abrir una puerta o servirte una taza de café. Y en ese uso constante, casi automático, se esconden pequeños gestos repetitivos que pueden acabar pasando factura.
No hace falta que seas deportista para que tus codos sufran. Ni que tengas una edad avanzada para que empiecen a darte problemas. Las lesiones en los codos no entienden de perfiles: afectan a oficinistas que pasan horas frente al ordenador, a personas que cocinan a diario, a quienes cuidan de otras personas o realizan tareas domésticas sin descanso. En realidad, cualquier gesto cotidiano y repetido puede convertirse en el origen de una dolencia articular.
Y ahí está el riesgo: como no son movimientos agresivos o dolorosos en el momento, no los identificamos como potencialmente lesivos. Pero si no se presta atención a las señales o no se previene de forma activa, las lesiones en los codos pueden llegar a limitar nuestra movilidad y, lo que es peor, interferir con tareas básicas. Por eso conviene conocer qué gestos los ponen en peligro, cuáles son las lesiones más comunes y cómo protegerlos sin complicarse la vida.
Por qué los codos están muy expuestos a las lesiones cotidianas
El codo es una articulación compleja que conecta el brazo con el antebrazo y permite una amplia variedad de movimientos. Gracias a él puedes flexionar y extender el brazo, pero también girar la muñeca y realizar movimientos de precisión. En todos estos gestos, aunque no lo notes, estás sometiendo a los tendones, músculos y ligamentos del codo a un esfuerzo constante. Y eso se multiplica con las tareas repetitivas.
Piensa en cuántas veces al día manejas el ratón del ordenador. O en cuánto tiempo pasas sujetando el móvil en la misma postura. Estos pequeños gestos, mantenidos durante horas, generan tensión en la zona del codo. Lo mismo ocurre al cocinar, lavar platos, fregar el suelo o cargar bolsas de la compra. El patrón se repite: una combinación de movimientos concéntricos (cuando el músculo se contrae) y excéntricos (cuando se alarga), que, repetidos sin pausa, desgastan.
Además, muchas de estas acciones se realizan con posturas poco ergonómicas. Apoyar el codo durante largos periodos, sujetar objetos pesados sin descanso o trabajar con el brazo estirado en tensión constante son ejemplos comunes. Todo esto convierte a los codos en víctimas silenciosas de nuestra rutina. No es de extrañar que terminen apareciendo molestias, inflamaciones o lesiones que podrían haberse evitado con una mejor conciencia corporal.
Las lesiones cotidianas de los codos y cómo conocerlas
Las lesiones más comunes en los codos tienen su origen en el uso excesivo o en la repetición de movimientos. Entre ellas destacan la tendinitis y la bursitis, dos afecciones inflamatorias que afectan a los tejidos blandos de la articulación. La tendinitis implica la inflamación de los tendones, mientras que la bursitis afecta a unas pequeñas bolsas llenas de líquido (las bursas, de ahí el nombre) que reducen la fricción entre los tejidos. Ambas causan dolor, rigidez y dificultad para mover el brazo con normalidad.
También hay dos tipos de lesiones especialmente frecuentes: el codo de tenista (epicondilitis lateral) y el codo de golfista (epitrocleitis o epicondilitis medial), de las que te hemos hablado en THE OBJECTIVE. A pesar de sus nombres, no es necesario practicar ninguno de estos deportes para sufrirlas. El codo de tenista aparece por la sobrecarga de los tendones en la parte exterior del codo, muy común al extender la muñeca repetidamente. El codo de golfista, en cambio, afecta la parte interna, y suele estar relacionado con la flexión constante del antebrazo.
Ambas lesiones provocan dolor localizado, debilidad en la mano y, en ocasiones, sensación de hormigueo. Lo preocupante es que pueden desarrollarse de forma progresiva, sin un momento claro de inicio. Por eso muchas personas tardan en identificarlas, y continúan forzando la articulación sin ser conscientes del daño que se están haciendo. Reconocer los síntomas a tiempo es clave para evitar que se conviertan en problemas crónicos.
Cómo prevenirlas y cómo tratarlas
Prevenir las lesiones en los codos pasa, en primer lugar, por observar nuestros hábitos. Hacer pausas activas durante el trabajo, variar las posturas y evitar mantener el brazo en tensión prolongada ayuda a reducir el desgaste. También conviene fortalecer los músculos del brazo y del antebrazo con ejercicios suaves y estiramientos que mantengan la flexibilidad. Unos minutos al día pueden marcar la diferencia a largo plazo si somos constantes en las rutinas.

En tareas repetitivas, como usar el ordenador o fregar platos, es recomendable revisar la ergonomía. Ajustar la altura de la mesa, usar reposabrazos o apoyar correctamente el antebrazo puede disminuir la presión sobre el codo. También es importante distribuir el esfuerzo entre ambos brazos y no concentrar toda la carga en uno solo. Y ante el primer signo de dolor o fatiga, lo ideal es parar y no forzar la articulación.
Si ya ha aparecido una lesión, el tratamiento dependerá de su gravedad. En muchos casos, el reposo, el uso de frío local, analgésicos o antiinflamatorios pueden ser suficientes. La fisioterapia también desempeña un papel fundamental, especialmente en el caso de las tendinitis crónicas o las epicondilitis. En situaciones más complejas, el médico puede valorar infiltraciones o, en último caso, una intervención quirúrgica. Pero lo esencial sigue siendo no ignorar el dolor y actuar a tiempo.