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Genética y deporte: un estudio advierte que los hijos de padres activos serían más inteligentes

Aunque el estudio se hizo en ratones, apunta a los beneficios del ejercicio en la modificación genética

Genética y deporte: un estudio advierte que los hijos de padres activos serían más inteligentes

Un padre juega con su hijo. | ©Freepik.

Hay padres que se desviven por dejar a sus hijos una buena herencia. No hablamos solo de bienes materiales: se esfuerzan en procurarles estudios, estabilidad emocional o buenos hábitos. Todo ello parte de un deseo común y muy humano: que a los hijos les vaya mejor que a uno mismo. Sin embargo, que la genética y el deporte vayan de la mano parece algo menos evidente para que nuestros hijos fueran más inteligentes.

Sin embargo, hay transmisiones que se producen incluso sin que los progenitores sean plenamente conscientes. Más allá del empeño directo, hay gestos del día a día que podrían estar moldeando el futuro intelectual de sus descendientes. Uno de ellos, sorprendentemente, es hacer ejercicio físico.

Así lo comprobó un equipo Grupo de Neurogénesis del Individuo Adulto del Instituto Cajal, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que identificó cómo la actividad física de los padres puede tener un impacto directo en el desarrollo cognitivo de su descendencia. El hallazgo, probado en ratones, abre una nueva vía de estudio sobre la relación entre genética y deporte, y sugiere que el movimiento no solo mejora el presente, sino también el futuro.

El estudio revelaba un dato llamativo: la actividad física en los progenitores genera beneficios cognitivos que se transmiten a su descendencia. El experimento se llevó a cabo con ratones, un modelo habitual en estudios genéticos por su similitud fisiológica con los humanos.

De ratones a hombres: cómo mejorar la especie a través del ejercicio físico

Durante seis semanas, un grupo de ratones adultos tuvo acceso a una rueda para correr libremente, mientras que otro grupo permaneció sin esta opción. Posteriormente, ambos grupos fueron cruzados con ratones sedentarios, y se analizaron las capacidades cognitivas de sus crías. El resultado fue claro: las camadas de progenitores activos mostraron mejoras notables en tareas de aprendizaje y memoria. Es decir, habría una transmisión genética de padres que hacen deporte hacia su descendencia. Tal y como se publicaron las conclusiones en la revista científica PNAS.

Para confirmar estas diferencias, los investigadores utilizaron pruebas específicas como el laberinto de Barnes, que mide la capacidad de orientación espacial, y analizaron también la plasticidad sináptica en el hipocampo, una región clave del cerebro vinculada a la memoria. Las crías de los ratones deportistas no solo aprendían mejor, sino que mostraban un desarrollo neuronal más eficaz en esa zona.

En este caso, se replicaron además tres modelos experimentales. Se comparó las crías sedentarias de padres sedentarios con las de crías ejercitadas. Pero, también, se comparó camadas de padres sedentarios con las camadas de los mismos ascendentes tras un programa de ejercicio de varias semanas. Y, también, se comparó las camadas de sedentarios y activos tras fertilización in vitro y transferencias embrionarias. En cualquiera de los casos, las conclusiones fueron las mismas: la descendencia de ratones activos demostró esa mejora.

Mismas condiciones, distintos resultados

Estos efectos no fueron resultado del aprendizaje por imitación ni del entorno posterior al nacimiento, ya que todos los ratones jóvenes fueron criados en condiciones idénticas. Eso permitió aislar la variable clave: la actividad física previa de los padres. Se trata, por tanto, de una modificación heredada, en la que el ejercicio físico deja una huella genética transmisible.

La investigación que vincula deporte y genética apunta que esta transmisión se produciría a través de modificaciones epigenéticas, es decir, cambios en la expresión de los genes sin alterar el ADN. De esta manera, lo que uno hace antes de concebir puede influir en cómo se activan ciertos genes en la descendencia. Es una forma de herencia más flexible que la genética tradicional, pero no por ello menos poderosa. Una línea de trabajo sobre la que ya hay bastante literatura científica.

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Aunque fuera en ratones, la evidencia apunta a que el ejercicio de los padres repercutiría en la capacidad intelectual de los hijos. | Freepik.

Aunque se sabía que el ejercicio mejora el rendimiento cognitivo individual –algo de lo que ya hemos hablado en THE OBJECTIVE–, este trabajo aporta un enfoque novedoso: que dichos beneficios también pueden formar parte de la herencia biológica. Y plantea, con ello, nuevas preguntas sobre el papel del estilo de vida en la evolución intelectual de las futuras generaciones.

La letra pequeña del estudio

Como toda investigación, esta también tiene sus limitaciones. En primer lugar, se trata de un modelo desarrollado exclusivamente en ratones. A pesar de las similitudes biológicas con los humanos, no se puede establecer una equivalencia directa. El salto de los roedores a nuestra especie requiere siempre prudencia y más validaciones.

Además, el desarrollo cognitivo no depende solo de la genética ni del ejercicio físico. La estimulación ambiental, la alimentación, la calidad del sueño o incluso el nivel de estrés durante la gestación también influyen. Es decir, aunque la actividad física pueda ser una pieza importante, no es la única del puzle. La inteligencia y las capacidades mentales no responden a un único factor aislado, razón por la que no simplemente se puede correlacionar genética y deporte para ‘obtener’ descendencia más inteligente.

Tampoco sería viable replicar un estudio como este en humanos. Evaluar cómo el ejercicio de los padres impacta en el cerebro de sus hijos requeriría décadas de observación y un seguimiento imposible de controlar con precisión. Las variables sociales, educativas y culturales serían tan amplias que las conclusiones perderían solidez.

A pesar de ello, el mensaje de fondo sigue siendo valioso: mantenerse activo tiene efectos beneficiosos no solo para uno mismo, sino también para las generaciones futuras. Aunque no se pueda medir con exactitud en humanos, existen indicios de que una vida activa podría dejar una huella positiva más allá del presente.

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