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El pueblo francés que tiene un castillo medieval: «Lo compraron a los ingleses por 400 escudos de oro»

Un emblema de la preservación cultural que muestra cómo la pasión por la historia pueden transformar ruinas

El pueblo francés que tiene un castillo medieval: «Lo compraron a los ingleses por 400 escudos de oro»

Château de Castelnaud | Bernard Michel de Nice

En lo alto de un espolón rocoso, donde los ríos Dordoña y Céou dibujan un paisaje de verdes profundidades y cielos abiertos, se alza el Château de Castelnaud, un castillo medieval que parece desafiar al tiempo. Sus murallas, testigos de siglos de guerras, intrigas y reconquistas, todavía conservan la memoria de la Edad Media, cuando cada piedra era parte de un ajedrez estratégico entre franceses e ingleses.

¿Cuál es su historia?

El año es 1442. Un soldado ajusta las cuerdas de un fundíbulo, mientras proyectiles de piedra surcan el aire. Las banderas francesas ondean sobre las almenas y los defensores ingleses, acorralados tras años de asedio, observan impotentes cómo las máquinas de guerra lanzan proyectiles que impactan contra los muros. Esta será la última vez que el estandarte inglés flamee en aquel valle. La historia de Castelnaud es la historia de un castillo que cambió de manos muchas veces, desde los cátaros hasta los ejércitos de la Guerra de los Cien Años, pasando por las Guerras de Religión. Cada conquista, cada defensa, dejó su huella en la piedra.

Hoy, aquel soldado de antaño cobra vida en la figura de Adhémar Labrèche, un actor que demuestra con entusiasmo la maquinaria medieval a escala en los recorridos del castillo. Su precisión al manejar catapultas y mangoneles a un tercio de su tamaño convierte la visita en un viaje en el tiempo. Detrás de esta experiencia está Kléber Rossillon, propietario del Château de Castelnaud y fundador de una empresa que gestiona más de una decena de sitios culturales en Francia y Bélgica. La familia Rossillon adquirió el castillo en ruinas en 1965, un gesto que salvó la fortaleza de un abandono que parecía definitivo. «Fueron mis padres quienes compraron el castillo, y yo, de niño, los seguía a todas partes», recuerda Kléber.

Château de Castelnaud

Castelnaud no es solo un castillo, sino un pueblo medieval completo. Sus calles empinadas, flanqueadas por casas de piedra adornadas con vides trepadoras, tiendas de artesanía y restaurantes, conducen a la torre de homenaje, que domina todo el valle como un centinela silencioso. Desde lo alto, se divisan otros castillos rivales, como Beynac, y los jardines suspendidos de Marqueyssac, creando un escenario que parece sacado de una maqueta cuidadosamente elaborada. La vista desde las saeteras y troneras provoca vértigo: se contempla el pueblo como si se formara un tablero de estrategia medieval.

Abierto desde 1985

El castillo fue construido en el siglo XII por Bernard de Casnac, señor cátaro y vasallo del conde de Toulouse. Durante la Cruzada Albigense, Simón de Montfort lo tomó por la fuerza, y cuando Bernard lo recuperó, ejecutó a toda la guarnición colocada por Montfort. Su papel en la Guerra de los Cien Años lo hizo cambiar de manos repetidamente entre franceses e ingleses, y más tarde, durante las Guerras de Religión, volvió a ser un foco estratégico. Cada rincón de Castelnaud cuenta historias de tensión, heroísmo y estrategia, un legado que se conserva en el museo de guerra medieval, abierto desde 1985, donde se exhiben armaduras completas de tres cuerpos, cotas de malla de decenas de miles de anillas y armas espectaculares como bisarmas y ballestas que parecen traídas de un juego de fantasía.

Château de Castelnaud

Pero quizás el dato más sorprendente es cómo el castillo llegó a manos de los franceses: por 400 escudos de oro. Este pago marcó más que un simple cambio de propiedad; simbolizó siglos de conflictos, comercio y diplomacia medieval. Del mismo modo, en el siglo XX, fue el compromiso financiero de la familia Rossillon lo que permitió salvar el castillo, restaurarlo y convertirlo en un destino cultural accesible a todos. Hoy, una entrada de unos 13 euros permite recorrer sus salas, patios, jardines y murallas, mientras los más jóvenes exploran el museo sin restricciones, tal como lo soñó su restaurador.

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