El río de 11 metros de profundidad que atravesaba la calle Sierpes en la Sevilla romana
Revelar estos antiguos paisajes fluviales permite entender con mayor precisión cómo se configuró la Sevilla histórica

Sevilla | Canva pro
El trazado sinuoso de la calle Sierpes, convertido hoy en uno de los itinerarios comerciales más transitados de Sevilla, esconde bajo su pavimento una historia geológica y urbana que ha ido revelándose a golpe de excavación. Lejos de ser un simple eje peatonal, este corredor del casco histórico coincidió durante la Antigüedad con un paleocauce, un brazo desaparecido del antiguo estuario del Guadalquivir que en época romana discurría por el corazón de la ciudad y alcanzaba profundidades cercanas a los once metros según cuenta ABC Sevilla.
La existencia de estos cauces perdidos no es excepcional en un territorio modelado por un río que, antes de ser domesticado, dibujaba meandros y ramales secundarios que penetraban en lo que hoy conocemos como el Casco Antiguo. Las investigaciones de geomorfólogos y arqueólogos de la Universidad de Sevilla llevan décadas reconstruyendo este paisaje anterior a la urbanización intensiva. Sus conclusiones coinciden en señalar que uno de esos brazos entraba por la actual Alameda de Hércules, seguía hacia la zona de Trajano y Amor de Dios, atravesaba el eje Sierpes, Tetuán, bordeaba la actual plaza de San Francisco y salía por el recorrido de la Avenida de la Constitución hacia el área del Arenal.
Hallazgos que demuestran la existencia de este río
Al analizar estos trabajos se aprecia un consenso sólido en torno al carácter navegable de algunos tramos del paleocauce. Las profundidades registradas en los sondeos arqueológicos, unidas al hallazgo de estructuras portuarias, refuerzan la idea de que este ramal fue un elemento clave en la articulación económica de la Hispalis romana. No sería un gran canal de tráfico marítimo, aunque sí una vía fluvial auxiliar que permitía el desplazamiento de pequeñas embarcaciones, el acceso a almacenes ribereños y la conexión directa con el estuario principal del Guadalquivir. La posición estratégica de este brazo, penetrando en la ciudad por zonas hoy plenamente urbanizadas, permite entender por qué Hispalis se convirtió en un enclave comercial tan relevante. Las fuentes latinas ya subrayan la vitalidad portuaria de la urbe, y estos hallazgos modernos confirman la existencia de múltiples puntos de atraque repartidos por el entorno urbano.

La Campana, un punto clave para reconstruir el pasado
La intervención arqueológica realizada en 2014 en la Campana ofreció una de las pruebas más sólidas de la existencia del paleocauce que atravesaba la Sevilla romana. Durante la instalación de contenedores soterrados surgieron los restos de un robusto dique portuario romano, construido con sillares y rellenos hidráulicos que marcaban con precisión el margen del antiguo brazo fluvial. Su profundidad y excelente estado de conservación permitieron definir la orientación y la anchura del cauce con un nivel de detalle que hasta entonces no había sido posible. Este hallazgo confirmó lo que durante décadas había sido una hipótesis basada en estudios geomorfológicos, y aportó una evidencia arqueológica contundente que, combinada con intervenciones anteriores, terminó de dibujar el recorrido del río desaparecido por el corazón de la ciudad.
Los palafitos del Cine Imperial, primeras pruebas documentadas
La arqueología ya había apuntado la existencia del paleocauce mucho antes del descubrimiento de la Campana. En 1960, durante las obras del antiguo Cine Imperial, el investigador Colantes de Terán identificó estructuras de madera y restos de palafitos vinculados a un entorno ribereño. Aquella excavación, desarrollada en un momento en el que la conservación del patrimonio urbano era todavía limitada, pudo documentarse gracias a la rapidez del equipo que intervino, lo que permitió conservar un conjunto de datos excepcional para la época. Con el tiempo, los estudios sedimentológicos y las comparaciones con hallazgos posteriores han confirmado que esos restos encajaban con un paisaje dominado por un brazo fluvial activo o semiactivo durante los primeros siglos de nuestra era. Los palafitos se interpretan como elementos constructivos asociados a un terreno húmedo, inestable y en permanente transformación, un rasgo coherente con la presencia de un río que discurría bajo lo que hoy es pleno centro histórico.
El barco de la Plaza Nueva, la prueba del límite del cauce
Otro indicio decisivo apareció en 1981 durante las obras de una boca de metro en la Plaza Nueva. A once metros de profundidad se localizó una embarcación romana, acompañada de un ancla hallada en una cota diferente, pero vinculada al mismo entorno. La posición de ambos elementos arqueológicos señala que el brazo de río alcanzaba aproximadamente esta zona antes de dirigirse hacia el eje de la actual Avenida de la Constitución para unirse al cauce histórico principal, es decir, a la dársena del Guadalquivir. Las investigaciones posteriores sugieren que ambos cauces, el principal y este ramal secundario, convivieron probablemente hasta el siglo XI, cuando las transformaciones naturales y humanas del estuario sellaron definitivamente el paleocauce bajo capas de sedimento y posteriores rellenos urbanos.
