THE OBJECTIVE
Fuera de Micrófono

José Antonio Zarzalejos: «Tenemos un presidente despótico, con perfiles autócratas»

Sus análisis en ‘El Confidencial’ y ‘Cope’ son documentados y rigurosos. Dirigió ‘El Correo’ y ‘ABC’ durante 12 años

El día que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco -13 de julio de 1997– tomó la decisión de abandonar Bilbao y trasladarse con su familia a Madrid. Aquella madrugada, después del cierre de la edición de El Correo, periódico que entonces dirigía, habló con su mujer y juntos decidieron, por el bien de sus hijos y por la seguridad del progenitor, sumarse a la diáspora del pueblo vasco.

José Antonio Zarzalejos lo cuenta en esta entrevista concedida a Fuera de Micrófono, después de pasarle el bisturí a la situación política española, y antes de mostrar su preocupación por los destrozos que, a su juicio, está ocasionando Pedro Sánchez en nuestro actual sistema democrático. Zarzalejos mira hacia atrás sin ira, a pesar de haber sido objeto de dos intentos de asesinato. Obligado a moverse con escolta y en coche blindado por el País Vasco, probablemente, esa dura experiencia le ayudó a sobrellevar mejor las presiones y campañas de desprestigio sufridas durante sus años de director en ABC (de 1999 a 2004 y de 2005 a 2008). 

«Vengo de una tierra –recuerda este veterano periodista y abogado– donde no te tiraban palabras. Te tiraban una piedra o un cóctel molotov». Quizá por eso le duela más la ruptura del pacto de la Transición, «que no fue un pacto de olvido, sino un pacto de perdón». Vasco y español, a partes iguales, Zarzalejos responde las preguntas con un lenguaje directo y un discurso bien argumentado. 

Lo hace, además, sin pausa y sin reparos. Como afirma en un momento de la entrevista, «también el buen periodismo es de cimarrones y, de vez en cuando, es bueno ser imprevisible y quitarles a tus lectores la razón, aunque se enfaden». Al fin y al cabo, la polarización –a su modo de ver– es un modelo de negocio de los partidos políticos cuando están en el poder. 

Analista político de largo recorrido –ahora en El Confidencial y en la Cope, con Carlos Herrera-, reclama más espacios de encuentro y asegura que «el desprecio a los usos constitucionales nos pasará factura». Cree que lo primero que tendrá que hacer el próximo Gobierno –si el actual presidente no consiguiera de nuevo gobernar- es reparar los daños ocasionados. «Con Sánchez hemos perdido un tiempo precioso de nuestra historia», se lamenta, mientras elogia la seriedad, el rigor y el sentido de servicio público del rey Felipe VI.

PREGUNTA.- Como cualificado analista político, ¿qué diagnóstico harías de la situación actual de nuestro país?

RESPUESTA.- Vivimos una crisis muy profunda. Probablemente, tengamos la sensación de que la crisis es perentoria por la gran tragedia de Valencia y por la ineficacia y la ineptitud – tanto competencial como moral – con la que se han conducido las autoridades autonómicas y gubernamentales. Pero, realmente, venimos de una crisis de constitucionalidad, desde el momento en que Pedro Sánchez llega a la presidencia del Gobierno, a través de una moción de censura apoyada por los independentistas. Ahí es donde se produce la quiebra de un criterio básico de la Transición. Un sistema bipartidista, con apoyos de un nacionalismo que no rompía. Mantenía, aunque fuese en precario, una lealtad constitucional que ahora no existe. En el año 2018 arranca nuestra crisis de constitucionalidad.

P.- ¿Pedro Sánchez es un demócrata o un autócrata? 

R.- En Europa hay en este momento líderes que llegan legítimamente a desempeñar cargos públicos, incluso las presidencias de los gobiernos, pero que, una vez instalados en el cargo, ejercen sus facultades de una forma despótica o autocrática. Desde el momento en que nuestro presidente del Gobierno afirma ante el Comité Federal de su partido que él está dispuesto a gobernar con o sin el poder legislativo, está claro que estamos ante un personaje con perfiles autócratas. Cuando dice, ante la tragedia de Valencia, ‘que me pidan lo que necesiten’; estamos ante un irresponsable, no solamente administrativo, sino también moral y político. Un presidente despótico.  Por lo tanto, veo rasgos claramente autócratas en Pedro Sánchez, que se complementan con otros. Por ejemplo, la anulación de la iniciativa legislativa por parte del Congreso de los Diputados, abarrotado de decretos leyes a convalidar o el ejercicio de la iniciativa legislativa a través de proposiciones de ley –no proyectos de ley-, con lo cual se eluden los informes consultivos de órganos constitucionales. Creo que hay una serie de indicios que hablan claramente del deterioro de nuestro sistema democrático por la práctica gubernamental, que es autocrática.

«Cuando Sánchez deja que un jabalí parlamentario –Óscar Puente– responda al candidato Núñez Feijóo, se quiebra un uso constitucional»

P.- ¿Eres optimista respecto a que puedan reconstruirse los puentes con la oposición?

R.- No. Hay determinados episodios políticos que marcan una época. Cuando el presidente del Gobierno, por primera vez en nuestra historia democrática, decide que no va a contestar en el Congreso al candidato a la investidura, Alberto Núñez Feijóo, y que va a delegar la respuesta en un jabalí parlamentario, como Óscar Puente, evidentemente, se quiebra un uso constitucional que trasluce y deja ver con claridad una ruptura. Si, además, a ese gesto se une cómo verbaliza esa ruptura el propio Pedro Sánchez en su discurso de investidura, diciendo que hay que alzar un muro que separe a unos de otros, no veo posibilidades de sanear esta situación. Para que se sanee tiene que desaparecer de la ecuación Pedro Sánchez. Y habrá que hacerlo de forma democrática, a través de unas elecciones generales, de una moción de censura, una moción de confianza o por renuncia personal. Mientras Sánchez siga en la ecuación del poder, no habrá posibilidad ni condiciones reales de establecer una vinculación entre la Oposición y el Gobierno. 

José Antonio Zarzalejos. | Foto: Carmen Suárez

«España no es un Estado fallido, pero sí un Estado ineficaz»

R.- A la vista de lo ocurrido en Valencia, hay quien habla de Estado fallido. 

R.- El concepto de Estado fallido está en la ciencia política desde hace décadas y décadas. Técnicamente, España no es un Estado fallido. Lo que se plantea es un Estado ineficaz, por dos razones: porque hay una dispersión muy desordenada de las competencias, y por una razón que no tiene que ver con las leyes, sino con las actitudes personales. Hay una falta de lealtad entre las Administraciones, que deben estar coordinadas al servicio de los ciudadanos. Lo que hemos visto aquí es una profunda falta de lealtad, en este caso, por parte del Gobierno. Porque el Gobierno tiene dos grandes instrumentos ante una tragedia de estas proporciones, que rebasan a la Comunidad Autónoma: la declaración de Emergencia Nacional o el Estado de Alarma. No ha utilizado ninguna de las dos. Además, podía hacerlo de oficio, sin que nadie se lo impidiese. A eso se ha añadido la ineptitud competencial, gestora, de la Generalitat Valenciana y de su presidente, Carlos Mazón.  Pero Mazón ya no es importante. Desde el punto de vista político, es un zombi. No sé si seguirá o no seguirá cuando se emita esta entrevista, pero no es importante ya a los efectos del futuro inmediato. Mazón, desde el punto de vista político, está amortizado, pero quedan todavía muchos personajes por amortizar, a la luz del estudio del origen, desarrollo y consecuencias de esta tragedia.

«Felipe VI es un tipo serio y riguroso, con un sentido del servicio público extraordinario»

P.- Eres autor del libro Felipe IV, un rey en la adversidad (Editorial Planeta, 2021) y diste la exclusiva de la abdicación de su padre. ¿Cómo valoras la actuación del monarca en esta tragedia?

R.- La monarquía parlamentaria siempre me ha interesado mucho. Con don Juan Carlos, pero sobre todo con Felipe VI, mi aproximación fue muy curiosa. Pude obtener muchos datos, muchos conocimientos. Yo creo que tenemos un gran rey. No digo esto como una fórmula de estilo. No. Tenemos un gran rey que es lo que parece. Eso es lo importante en los reyes. Es, exactamente, lo que parece. Es un tipo serio, riguroso, digno y que procura comportarse en público como lo hace en privado. Hasta donde yo alcanzo –lo suficiente para haber escrito Felipe VI, un rey en la adversidad–, creo que es un magistrado del Estado con un sentido del servicio público realmente extraordinario. Ahora lo estamos viendo. Pero, no solamente ahora. También en un momento difícil, por razones diferentes. El 3 de octubre de 2017 vimos a un Rey que sabe hasta dónde tiene que llegar, porque es un rey parlamentario, que apura hasta el margen sus facultades.

«Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, decidimos que nuestros hijos no podían formarse en una sociedad tan despiadada»

P.- ¿Tu traslado a Madrid, en 1998, fue voluntario o impuesto por las amenazas de ETA?

R.- Mi proyecto de vida estaba en Bilbao, con mi mujer, mis hijos, buena parte de mi familia, mis amigos de universidad y mis compañeros de El Correo. Pero, el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, en julio de 1997, cuando cerramos de madrugada el periódico, llegué a casa y conversé con mi mujer sobre lo que estaba ocurriendo. Y, entre los dos, pensamos que nuestros hijos no podían formarse, educarse y desarrollarse en una sociedad tan despiadada, en la que había un elemento tan corrosivo, desde el punto de vista moral, cívico y democrático. Y, por otra parte, había una fatiga de materiales. Yo estaba desde el año 1994 permanentemente custodiado, no podía salir de casa si no era acompañado. Me tenía que mover en un coche blindado. Fui objeto de dos intentos de asesinato, y así consta en la Audiencia Nacional. No es que yo especule con ello, en absoluto. Me parece algo muy serio como para frivolizarlo. Entonces, con la comprensión de mi empresa, que entendió perfectamente la situación, me vine a Madrid de director editorial del Grupo Correo, que ya lo formaban 12 periódicos. Me instalé en Madrid y aquí sigo. La verdad es que estoy agradecido a Madrid. Cuando uno es vasco y español, en la misma medida, se siente en casa en La Coruña, Sevilla, Barcelona, Cuenca o Madrid. Y Madrid es una sociedad acogedora, donde además vivimos decenas y decenas de miles de vascos de la diáspora. Entorno a 200.000.

P.- En Madrid quizá haya más tensión, un ambiente más crispado que en provincias…

R.- Yo tenía mucha relación con Madrid porque mi padre era fiscal y estaba en el Tribunal Supremo. Aquí vivían mis tíos, mis primos y algunos de mis hermanos. No era una sociedad desconocida para mí. Venía, además, con mucha frecuencia por razones profesionales. Es verdad que la evolución desde el año 1998 hasta hoy ha sido galopante. Y es verdad también que Madrid ofrece muchísimas ventajas de todo orden. Es una ciudad cosmopolita, en el mejor sentido de la palabra, pero también es una ciudad difícil, tensa, competitiva… Y en ocasiones agotadora. Por lo tanto, hay que preservarse de las desventajas de Madrid y aprovecharse de sus muchas ventajas.

«Bildu se ha incorporado completamente al sistema y sin ningún coste»

P.- ¿Te imaginas un gobierno de Bildu en el País Vasco, en un futuro no lejano ?

R.- Claro que me lo imagino. Es perfectamente posible. Si es posible que el presidente del Gobierno cuente con Bildu para gestiones de Estado, ¿qué es lo que impide visualizar, en un futuro relativamente próximo, que haya un gobierno vasco con presencia de Bildu? A mí no me cuesta imaginarlo, porque creo que hay una decadencia evidente, lenta, pero insorteable, del Partido Nacionalista Vasco (PNV), y porque el Partido Socialista Vasco ha renunciado a cualquier otro papel que no sea el de partido bisagra. La memoria en la sociedad vasca es una memoria reactiva. Es decir, no se quiere enfrentar realmente a lo que ocurrió hace unos años. Hasta que la sociedad vasca no se enfrente seriamente a ese pasado, tiene un problema de incertidumbre interior. Yo diría que casi de moral cívica. Te diré un dato llamativo. El lehendakari, Imanol Pradales, ha planteado una especie de pacto ético para que la vida política vasca sea más fluida, no tenga tensiones, haya respeto, consideración, y los enemigos no sean enemigos, sino adversarios políticos. En ese pacto no se habla de la condena a ETA. ETA no aparece en ese pacto ético. De tal manera que se ha incorporado completamente al sistema, y sin ningún coste, a Bildu, en cuyo núcleo está Sortu, que es la prolongación de Herri Batasuna. Estamos, además, en una fase extraordinariamente delicada. Arnaldo Otegi conduce lo que quiere que sea la fase final de los presos de ETA. Es decir, que, dentro de dos o tres años, todos los presos de ETA – de los ciento y pico que todavía están en las cárceles – estarán en la calle. Y, además, sin haber perdido perdón y sin colaborar activamente con la justicia en el esclarecimiento de al menos trescientos asesinatos mortales.

P.- ¿El problema ya no es tanto el País Vasco como Cataluña?

R.- El problema es distinto. No se pueden comparar porque las magnitudes, cuantitativas y cuantitativas, son distintas. Cataluña es la segunda Comunidad en aportación al PIB nacional, tiene superficie importante, demográficamente es la tercera Comunidad, o la segunda, y tiene una situación geoestratégica en el Mediterráneo también sustancial. Hace frontera con Francia y dispone de unas señas de identidad, que existen en todas las comunidades españolas, pero singularmente en aquellas que tienen un idioma propio muy desarrollado, como es el catalán. Un patrimonio que pertenece a todos los españoles, no sólo a los catalanes. Todo esto hace que sus relaciones con el Estado, no con la Nación, sean cíclicamente conflictivas. Eso hace que Cataluña sea sistémica, que todos sus problemas repercutan inmediatamente en el conjunto de España. Mientras que el País Vasco no es sistémico, ni desde el punto de vista demográfico, ni económico y de mercado. De ahí que los nacionalistas vascos y Bildu siempre tengan como objetivo la incorporación de Navarra. ¿Por qué? Porque les aportaría la superficie física que les falta; porque les daría la demografía que no tiene ahora la comunidad autónoma vasca, además de una aportación nacional al PIB suficiente para tener un peso relevante en el conjunto de España.

«Cómo va a sanear la democracia quien se querella contra el juez que investiga a su mujer»

P.- Sanchez dice estar preocupado por el fango y los bulos, pero él y su entorno los alimentan.

R.- Soy bastante reactivo a entrar en estos temas. Lo que quiere Sánchez es que hablemos de bulos, de fango, de pseudomedios. Ese lenguaje ni lo utilizo, ni me manejo con él. Lo que pretende es introducirnos en su marco de referencias, que nos incorporemos a su lenguaje. Al final, cuando tú te expresas en los términos que él quiere, ya hay una batalla intelectual ganada. El famoso Plan de Acción para la Democracia es una enorme mentira, porque es impracticable, carece de posibilidades para ejecutarlo desde el punto de vista legislativo y porque responde a una situación crítica para él. Su mujer está en este momento sometida a investigación. Y lo estaba en abril, que es cuando se tomó aquellos días de descanso. Una auténtica tomadura de pelo, innoble para un presidente de Gobierno; y encima regresa diciendo que nos va a sanear. Que va a sanear la democracia. ¿Sanear la democracia es querellarse contra el juez que investiga a su mujer y decir que no tiene ninguna responsabilidad?, ¿que no hay nada y que todo es mentira?   ¡Hombre!, pues, para ser todo mentira, estamos en noviembre de 2024 y esto viene del mes de abril; luego, parece que dura bastante. Todos los esfuerzos judiciales que han hecho las defensas, el Ministerio Fiscal y la Abogacía del Estado para librar a esta señora de la sombra de una investigación judicial han fracasado todas. 

P.- Denunciamos la falta de credibilidad de los políticos, pero los periodistas tampoco andamos sobrados de ella. ¿Tenemos menos influencia de la que parece? 

R.- Esto se explica muy bien con el fenómeno Trump. Trump gana las elecciones con todos los medios de comunicación más influyentes de EEUU en contra de su candidatura.  La influencia en la opinión pública ya no se encauza sólo a través de los medios de comunicación tradicionales, sino de los canales digitales. Estamos en la era digital y hay una desregulación absoluta de esos canales. El populismo no se ha instalado en los medios de comunicación. Se ha instalado en el ámbito digital. ¿Por qué? Porque logra lo que tantas veces ha querido: no tener intermediario que filtre sus proposiciones, sean ciertas o falsas, a través del periodismo de calidad. Esa era nuestra función. ¿Qué ha ocurrido? Que ahora, con la tecnología, el populismo ha logrado enlazar directamente con sus audiencias, con sus electores. Somos teóricamente prescindibles. Por eso el periodismo ya no puede consistir sólo contar noticias. Las noticias son una commodity. Están en todas partes, todo el mundo se entera. El periodismo del siglo XXI consiste en verificar y analizar. El periodismo se tiene que concentrar en el análisis y la verificación. Estamos en la época de la posverdad y, por lo tanto, tenemos que chequear que lo que llegue a la sociedad esté suficientemente validado. Profesionalmente validado.  

«En mi tierra no te tiraban palabras, te tiraban un cóctel molotov»

P.- Con tanto ruido, cada vez se escucha y se razona menos. Lo vemos en algunas tertulias.

R.-Las tertulias hace un tiempo que las abandoné. En este momento, no sé si proporcionan grandes activos en términos de discurso. Me preocupa la cultura de las relaciones personales entre los periodistas. Antes, podíamos ser muy discrepantes sobre temas políticos, cada uno era de su medio, cada uno tenía sus criterios, pero ese disenso no permeaba en la relación personal. Ahora sí. Hay incomunicación. Viejos amigos y viejas amigas que ya no se hablan. No han reñido formalmente, pero se han distanciado. Y esa distancia, con el tiempo, se va agrandando. Me parece un fenómeno peligroso e indeseable para nuestra profesión. Tenemos que encontrar espacios de encuentro. La culpa no es sólo nuestra. Es también del poder político y de los editores. 

P.- En tiempos de polarización, ir por libre tiene que implicar un coste muy alto.

R.- Pero, también el buen periodismo es de cimarrones. En algún momento te tienes que quedar fuera del paraguas. Una de las cosas peores que ha ocurrido es la tribalización de nuestra profesión. Sabes que estás defendido, si tienes un grupo con el que te mimetizas, en los criterios, en el apoyo. Y eso, realmente, empobrece extraordinariamente nuestro oficio. De vez en cuando, es bueno ser imprevisible y quitarles a tus lectores la razón. Aunque se enfaden, terminan entendiendo que es mejor periodismo que el del sesgo permanentemente afirmativo o de confirmación. Porque la verdad no se adapta a los gustos de unos o de otros. Por tanto, hay que mantener una tensión deontológica que en algunas ocasiones veo que falla. 

«La polarización es un modelo de negocio de los partidos en el poder»

P.- ¿No importa que algunos te pongan inmediatamente una cruz?

R.- Vengo de una tierra donde no te tiraban palabras. Te tiraban una piedra o un cóctel molotov. Y, en el peor de los casos, como ha ocurrido con queridos compañeros, te asesinan. Aquella experiencia nos ha servido para aprender lo que no debe ser una sociedad. Lo que ocurrió en el País Vasco hasta hace algo más de una década es lo que ocurre ahora. A mucha distancia, pero es lo mismo. Hay que recobrar una cierta cordialidad social. Actualmente, el poder – concretamente, la izquierda española y una parte de la derecha más radical – no quiere esa conciliación porque viven simbióticamente con el disenso, con el enfrentamiento y la polarización. La polarización es un modelo de negocio de los partidos políticos en el poder. 

P.- En 2010, no sé si como desahorgo, escribiste el libro La destitución. Historia de un periodismo imposible. ¿Fue duro aguantar las presiones cuando eras director de ABC

R.- Sí, fue duro. Un episodio de mi vida. Ese libro del 2010 no es un desahogo. Pretendía restaurar la historia. Tenía derecho a contar la historia que otros estaban contando de mí. Soy yo el protagonista; déjenme ustedes hablar. Como entonces no tenía posibilidad de hacerlo, escribí ese libro, que tuvo una buena difusión. En él conté, biográficamente, desde mis principios en la carrera periodística, hasta el final de mi etapa como director de ABC, en febrero de 2008. Ocurrieron episodios muy duros, desde el punto de vista personal, incluso familiar y profesional, pero también es verdad que me sentí reparado por la justicia. Cuando vi que existía una intromisión ilegítima en mi honor, reclamé ante los tribunales y estos, al máximo nivel – Sala Primera del Tribunal Supremo – me dieron la razón. Confirmaron que se había producido, reiteradamente, esa intromisión ilegítima e impusieron una indemnización punitiva.

José Antonio Zarzalejos en un momento de la entrevista. | Foto: Carmen Suárez

P.- El periodista, según los manuales de la profesión, nunca debería ser noticia. 

R.- Tuve que soportar un plus de aguante porque, al estar en la dirección de un periódico, hay más motivos para ser criticado. Pero, la cuestión no es ésa. La cuestión es cómo se te critica. Entonces, te das cuenta de que eso no es crítica. Es injuria, difamación, calumnia, arrasar con la identidad de tu propio apellido… Es una panoplia de maldades que nada tienen que ver con la crítica en una sociedad mínimamente sana. Por fortuna, aquello, que fue muy duro para mí, me ha beneficiado luego, en términos de reconocimiento por parte de mis compañeros y de las personas que me siguen. Ahora, en El Confidencial, pero también en la Cope, y antes en la Ser. Después, me ha retribuido, en el sentido de que me ha hecho ganar una experiencia impagable y me ha ayudado a modelar mis propios criterios. Saber hasta dónde se puede llegar y dónde se tiene uno que parar. Es decir, dónde está la crítica y dónde empieza ya el alegato

«Sánchez ha quebrado el pacto de la Transición, el pacto del perdón»

P.- ¿Por qué nadie dimite, después de la catástrofe de Valencia? ¿Está la oposición a la altura de las circunstancias?

R.- Bajo ningún concepto. Está es una de las muestras evidentes de la fragilidad del Partido Popular. Digámoslo con nombre y apellido, porque es así. Si no lo hiciésemos, incurríamos en el sectarismo que atribuimos a otros. Carlos Mazón y su gobierno han tenido un comportamiento que ha defraudado todas las expectativas. Hubo incompetencia, ineptitud, ignorancia, frivolidad… Todo eso y más. Por eso decía, al principio de esta entrevista, que Mazón es un zombi. Desde el punto de vista político, su carrera se ha acabado. Pero eso no completa el panorama. Hay muchos motivos también para criticar al propio partido en Génova, por la desconexión de mensajes entre la presidencia del partido y la presidencia de la Generalitat valenciana. Y hay muchos motivos para criticar a miembros concretos del Gobierno central. El primero, Sánchez, pero después a los ministros Fernando Grande-Marlaska, que es el último responsable en un Estado de Emergencia Nacional, y a Teresa Ribera, que tiene a su cargo toda la predicción climática, a través de la Agencia Estatal de Meteorología, y la competencia sobre las Confederaciones Hidrográficas, entre ellas la del Júcar. ¿Dónde estaba la señora Ribera? ¿Dónde estaba el secretario de Estado de Medio Ambiente? Este último estaba de viaje en Colombia. Estas cosas hay que decirlas. Incluso, ¿dónde estaba el señor Sánchez? La sociedad española merece más respeto.

«Con Sánchez hemos perdido un tiempo precioso de nuestra historia»

P.- ¿Habrá elecciones generales anticipadas?

R.- Estamos creando en torno a Sánchez una leyenda. La leyenda del malvado, que todos los golpes que propina son certeros. Hasta que dejen de serlo. ¿Cuándo? Probablemente, cuando se produzca una ocasión inopinada. Cuando pensemos que no va a pasar nada y pasa todo. La política tiene estos cambios. Lo único que sí es verificable, y se puede afirmar, es que este tipo de gestión, de trinchera, de resistencia, de desprecio de los contrapoderes, de falta de cultura democrática, de desprecio de los usos constitucionales, nos va a pasar factura cuando Sánchez no esté porque deja deteriorado el sistema. Lo primero que tendrá que hacer un próximo gobierno, de izquierdas o de derechas, en el que él no esté, será reparar y después construir. Con Sánchez hemos perdido un tiempo precioso de nuestra historia. Porque, además, ha quebrado prácticamente hasta la ruptura última, el pacto de la Transición, que no era un pacto de olvido, sino un pacto de perdón. Aquellas generaciones que hicieron la Transición entre 1975 y las elecciones de 1977, y luego la Constitución del 78, se perdonaron su propia historia y la de sus padres. Somos hijos de esa Transición. Y lo que ha quebrado Sánchez, con un antecedente pésimo de Zapatero, que fue la Ley de Memoria Histórica, es ese pacto de perdón. Vamos a tener que reconciliarnos de nuevo para derruir el muro que ha elevado Sánchez y construir un espacio libre que permita pasar de un lado a otro sin ningún tipo de aduana. 

P.- ¿Cómo ves el futuro de los españoles?

R.- En España las nuevas generaciones están muy desencantadas, pero, por otra parte, ofrecen síntomas de una gran vitalidad y dinamismo. Lo estamos viendo con el voluntariado en Valencia. Pero, son generaciones muy castigadas, con salarios bajos, con expectativas recortadas. Tienen la convicción de que van a vivir peor de lo que hemos vivido nosotros. Hay que dejarles que lleguen a las edades del protagonismo. Estoy convencido de que el futuro, en manos de estas generaciones, puede reportarnos un rejuvenecimiento de la democracia y una restauración de las instituciones. 

P.- ¿Vivimos en un tiempo sin liderazgos carismáticos?

R.- Los líderes carismáticos que recrean la democracia, que la fortalecen, como ocurrió en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, ya no existen. Han desaparecido los partidos socialdemócratas. Quedan vestigios de ellos. Han desaparecido los partidos conservadores y liberales prácticamente en todos los sitios. Ha desaparecido la democracia cristiana. Y, por desaparecer, ha desaparecido hasta el comunismo. Todo eso ha cambiado. Por tanto, tenemos que conseguir un sistema intelectual muy adaptable a las circunstancias, reteniendo lo que es básico, pero no convirtiendo en principios absolutos lo que es adjetivo.

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