Luis Rendueles: «El Ministerio del Interior debería ser un sitio más limpio, sin trincheras»
Lleva más de treinta años contando crímenes y haciendo periodismo a pie de calle
Pidió escribir de sucesos después de seguir la campaña electoral de Izquierda Unida a principios de los 90. Recuerda en Fuera de micrófono que nunca se había aburrido tanto. Tres décadas después de ese cambio de destino, se reafirma en su teoría de que «la grandeza del periodismo está en la calle, en la gente, en ir, escuchar y contarlo».
A este asturiano de Gijón (58 años), compañero inseparable de Manuel Marlasca, le hace gracia contemplar ahora la similitud entre las juergas protagonizadas por José Luis Ábalos y las de Luis Roldán, que tantas tardes de gloria le dieron a la revista Interviú, donde trabajó veinte años.
«Me hace gracia —comenta— ver las cosas que publicáis en THE OBJECTIVE de prostitutas y Jésicas porque, en la última etapa de Interviú, gente vinculada al PSOE nos decía: ‘estas cosas que contáis, de putas y drogas, son de otra época’. Cada vez que os leo digo: qué maravilla de historias y qué pena que se cerrara Interviú para haberlas podido publicar».
Algunas historias vividas, y contadas, por Luis Rendueles darían para escribir un libro, tan apasionante como el que publicó sobre el robo del Códice Calixtino, en la catedral de Santiago de Compostela. Su título, Los ratones de Dios, resume las palabras del deán catedralicio a una pregunta de la inspectora de policía que llevó el caso. «¿Cómo no denunciaron nunca el robo de dinero?». Respuesta del deán: «hija mía, donde hay queso siempre hay ratones».
En opinión de este periodista —especialista en sucesos del grupo Prensa Ibérica—, es un error intentar negar la evidencia o querer influir en la manera de contar las historias. Pone como ejemplo, los delitos cometidos por inmigrantes. «La mayoría de los inmigrantes —afirma— son gente honrada y currante, pero ¿por qué tienes que ocultar que hay otros inmigrantes que cometen crímenes?». Aunque partidario de ofrecer la mayor información posible sobre el autor de un crimen, muestra, sin embargo, sus recelos a la hora de entrevistar al asesino, si su objetivo es culpar a la víctima o mofarse de ella.
Le parece un error dar más relevancia al asesino que a las víctimas, pero reconoce que eso forma parte de la fascinación que despiertan los malhechores y de los «rincones oscuros», a los que hace referencia James Ellroy. A Rendueles la experiencia también le demuestra que los asesinos —como José Bretón— no son raros, ni suelen tener cicatrices.
«La grandeza del periodismo está en la calle, en la gente. En el ir, escuchar y contar»
PREGUNTA.- ¿Cuánto tiempo llevas en el oficio y, más concretamente, en el periodismo de sucesos?
RESPUESTA.- Empecé de becario en La Voz de Asturias y llegué a Madrid en 1990 para trabajar en el periódico El Sol, que duró muy poquito. Allí estaba un chaval muy gamberro, Manuel Marlasca, que hacía «muertos», como decía él. Sucesos. Y a mí me empezó a gustar aquello, pero tuve que pasar una temporada haciendo política, campañas electorales. Básicamente, siguiendo a Izquierda Unida. Fueron 27 mítines en 15 días. Siempre lo mismo. Me aburrí mucho. Al volver de aquella campaña electoral, pedí un cambio de destino. Tuve suerte porque casi nadie quería hacer sucesos.
P.- Es un género con muchos seguidores, pero duro. Con muchas horas de calle.
R.- Esa es la parte bonita para mí. Lo que me gusta: estar en la calle y ver gente real, gente normal. Una de las cosas que ha ido cambiando en la profesión es que está todo embotellado: gabinetes de prensa, comunicados oficiales, notas de WhatsApp, argumentarios para saber lo que tiene que decir uno o lo que tiene que decir el otro… En los sucesos eso no hay. En los sucesos, la gente sale por el corazón o por el estómago. Es muy difícil controlar a la gente que está implicada en un suceso. Muy difícil, aunque se ha intentado algunas veces. Me refiero al 11-M, a la dana. Sucesos grandes: tragedias, atentados. Un suceso normal —digamos, pequeñito— es muy difícil de controlar. La grandeza del periodismo está en la calle, en la gente. En el ir, escuchar y contarlo.
«Estando en Interviú, gente del PSOE nos decía: las putas y las drogas son de otra época»
P.- ¿Después de El Sol, te incorporaste a Interviú, donde trabajaste 20 años?
R.- Veinte años, menos un mes. Entré en 1998. Aquello era una maravilla. Una selva. Lo mismo hacías un secuestro o un atentado, que llegaba Ana Obregón a protestar por un reportaje. Interviú era una maravilla. Una escuela formidable. Había periodistas veteranos, cada uno de su padre y de su madre. Como Fernando Abizanda, fotoperiodista, que venía de Sábado Gráfico y El Caso. Gente completamente asilvestrada, pero fantástica. Aprendías mucho de ellos. Además, en Interviú había muchísima libertad. Me tocó viajar. Cada semana, un reportaje en un punto de España diferente. Esa fue mi escuela de verdad. Fueron 20 años fantásticos. Terminó mal, como casi todo, pero aprendí mucho, mucho.
P.- Tuvo que ser duro para ti aquel enero de 2018, cuando cerró la revista de la que entonces eras subdirector…
R.- Veníamos de unos años muy complicados. Ahora, me hace gracia ver las cosas que publicáis en THE OBJECTIVE, de prostitutas, de Jésicas… Me hace gracia porque en aquellos últimos años de Interviú, cuando los directivos de la empresa buscaban ayuda, soporte, gente vinculada al PSOE nos decía: «estas cosas que contáis en Interviú, de putas y drogas, es de otra época; estamos en otra España». Pues, se ve que todavía teníamos asuntos. Es una pena. Cada vez que os leo, digo: «Lo que hubiésemos hecho en Interviú con eso; qué maravilla, qué historias».
«Es un privilegio trabajar con Manuel Marlasca, tiene un instinto brutal para los sucesos»
P.- Sacasteis las juergas y fiestas de Luis Roldán.
R.- Tampoco hemos cambiado tanto. De Roldán a Jésica o de Roldán a Koldo, no hay un cambio tan grande como el que nos quieren vender muchas veces.
R.- ¿El tándem Marlasca-Rendueles cogió impulso en la etapa de Interviú?
R.- Parecíamos un matrimonio. Comíamos juntos, cenábamos juntos, hemos dormido juntos, viajado juntos. Manuel Marlasca es un maestro. Posee un instinto brutal, no sé si heredado de su padre, para el periodismo y los sucesos. Tiene muchísima sensibilidad y, luego, es un tío muy generoso. Cualquier periodista joven te lo va a decir. Manuel regalaba informaciones a gente que empezaba, a becarios, para que las firmaran ellos. Es un privilegio trabajar con él. Todavía seguimos ahí, ahora con Carlos Alsina (Onda Cero). Ya estamos mayores los dos, pero ahí seguimos.

P.- Lleváis 15 años haciendo Territorio Negro en la radio.
R.- Sí. Empezamos con Julia Otero. Funcionó muy bien y ahora estamos con Carlos Alsina, los lunes, en Más de uno. Es otro privilegio. La radio es un medio fantástico, que además no envejece. Los periódicos de papel están pasándolo mal, por desgracia, pero la radio es una maravilla. A mí me encanta.
«Cuando hay un buen crimen, sube mucho la audiencia. Es así en todos los países occidentales»
P.- ¿Cómo os organizáis a la hora de realizar el trabajo a medias?
R.- Por hablarte de una etapa anterior, Manu tenía unas fuentes fantásticas en determinados grupos de homicidios de la Policía Nacional, yo tenía buenas fuentes en la UCO, en la Guardia Civil, y entonces, en función del tema, uno hacía de principal y el otro ayudaba, buscando documentación y otro tipo de personajes, al margen de la fuente principal. Nos hemos ido complementando siempre muy bien. Es muy fácil, cuando la persona que tienes al lado es generosa y compartes con ella una pasión.
P.- Los sucesos son muy seguidos en televisión ¿Por qué tienen tanta audiencia?
R.- Cuando hay un buen crimen, un buen asesinato, sube mucho la audiencia. Eso es así en todos los países occidentales. No sé por qué determinada gente quiere enterrar los sucesos y esconderlos. Los sucesos interesan a la gente. No se puede evitar. Las noticias más vistas en los periódicos casi siempre son de sucesos. Si están bien escritas y son noticias propias, ganan los sucesos al resto de informaciones. Es un tema que a la gente le apasiona. Ahora, existe el riesgo de enlatar los sucesos, de querer hacerlos políticamente correctos. Hay gente que viene a darnos charlas de cómo tenemos que escribir de violencia de género. Te dicen: «no puedes humanizar al asesino». ¡Coño!, si no lo puedo humanizar, entonces ¿qué es el asesino, un ratón, un robot? El asesino es una persona. Es humano. No conviene decir la nacionalidad de tal o de cual…
P.- Antes se publicaban imágenes muy duras, cosa que ya no se hace.
R.- En eso sí hemos mejorado. Se hicieron muchas salvajadas. Ahora, esas salvajadas en las imágenes solo se permiten con los cadáveres de África o de Pakistán. Ahí hemos mejorado un poco. Es verdad que se hicieron excesos.
P.- ¿Cuál ha sido el suceso que más te ha impresionado?
R.- Te diré dos. Uno, por divertido, aunque hablando de sucesos te suene a herejía: el robo del Códice Calixtino, en la Catedral de Santiago de Compostela (2011). Fue un suceso sin sangre. Un robo cometido por un electricista para vengarse del deán de la catedral, de su jefe. Había una serie de odios cruzados, en un mundo muy cerrado, con millones de euros en donativos… Me resultó fascinante. Todavía hay respuestas que no tengo y me encantaría tenerlas. Respecto a los sucesos clásicos, con sangre, recuerdo uno ocurrido en el pueblecito de Pravia (Asturias) cuando yo empezaba. Un chico, de nombre Federico, mató al violador de su hermana cuando este salió de prisión. Estuve mandándome cartas con Federico, mientras estuvo en prisión. El chaval estaba arrepentido, obviamente, de lo que había hecho. Cuando empiezas, se te queda todo más grabado. Luego, vas haciendo un poco de callo. De ese suceso de Pravia no me olvido.
«Según contaba el electricista de la catedral de Santiago, había carreras para coger la hucha»
P.- Escribiste un libro sobre ese caso del Códice Calixtino, titulado Los ratones de Dios. ¿Por qué ese título?
R.- El Códice Calixtino estaba desaparecido. Los policías sospecharon del electricista de la catedral. Fueron a ver al deán, porque el deán y el electricista eran muy amigos. Tenían una relación muy particular. El electricista le calentaba las zapatillas para que no tuviera frío por las noches. Pero, luego, el deán lo despidió. Decía que se había quedado antiguo, que ya no valía. Y por ahí vino el robo. Una inspectora de policía le cuenta al deán que, además del Códice, han descubierto que faltan millones de euros en donativos. Que alguien ha estado llevándose dinero y nunca han presentado una denuncia ante la policía.« ¿Cómo nunca han ido a denunciarlo?» Y, el deán, un poco jesuítico, le dijo: «hija mía, donde hay queso, siempre hay ratones». De ahí viene el título, Los ratones de Dios. Según contaba el electricista, había carreras para coger el bote, la hucha. Son escenas muy poco católicas, desde luego.
«El asesino de Mariluz Cortés, cuando le detuvieron, pidió un bocadillo de jamón y se quedó dormido»
P.- A alguien le he escuchado decir que no hay crimen perfecto, sino una mala investigación.
R.- Es posible. Por lo que he ido viendo, en los crímenes sin resolver o mal resueltos, siempre hay algo de pereza, burocracia, casualidades o mala suerte. Los terroristas del 11-M estaban muy vigilados y a los policías que seguían los pasos a esos terroristas les quitaron unos días antes la vigilancia porque pensaron que eran inofensivos. Los pusieron a preparar la boda del príncipe Felipe. Eso es mala suerte. Nadie puede creer que vayas a hacer eso para una conspiración. Es absurdo. A veces, hay mala suerte. También hay malos policías, como hay malos periodistas, y asesinos inteligentes. Pero, la mayoría de los asesinos que he conocido son bastante banales y simples. El asesino de Mariluz Cortés, la niña de Huelva, se quedó dormido cuando lo detuvieron. Se pidió un bocadillo de jamón y se quedó dormido. La mayoría de ellos son así. No hay ningún Anthony Hopkins, en El silencio de los corderos, que te pinte El Duomo de Milán o escuche música clásica. De esos no he conocido ninguno.
«Los asesinos no tienen cicatrices en la cara ni suele ser gente rara»
P.- Es curioso, pero, cuando ocurre un crimen, los vecinos del criminal dicen: parecía un tipo estupendo, saludaba a todo el mundo…
R.- Eso forma parte de la fascinación por los sucesos. El monstruo en la habitación de al lado o que va contigo en el metro. Efectivamente, los asesinos no suelen tener cicatrices en la cara, ni suelen ser gente rara. En el 99,9% de los casos, son gente como nosotros. Eso forma parte de la fascinación por los sucesos. Hay preguntas sobre la condición humana que no tienen respuesta. Hasta ciertos límites, todos tenemos esos «rincones oscuros», que decía James Ellroy. Algunas personas los trasgreden y eso puede llegar a fascinarte. Puede ser un error escribir más del asesino que de las víctimas.
P.- ¿Hay que ponerse siempre del lado de las víctimas?
R.- Existe un riesgo en los sucesos, que es el sentimentalismo. Te duele el dolor de la víctima, pero he ido aprendiendo con los años que a las víctimas tampoco les puedes hacer creer ni prometer nada. Un periodista no va a resolver un crimen. Hay muy poquitos casos, y hablo de Estados Unidos, en los que eso ocurre. Puedes acompañar, puedes escuchar, puedes animar y empujar a que la policía se mueva más. Hacer ruido. Me he encontrado con víctimas destruidas y a gente que se ha aprovechado de ellas. Hay videntes, gente que les llama para ofrecerles soluciones mágicas… Es muy complejo.
«Cuando la política roza un suceso, se pudre muy rápido. Ahora, casi todo tiene un cálculo electoral»
P.- ¿Lo más duro para la familia de la víctima es que no aparezca el cadáver?
R.- Efectivamente, eso te destroza. Es un duelo que no empieza ni termina. En el caso de Marta del Castillo, la policía ha intentado de todo. Incluso, hicieron una sesión de hipnosis a Miguel Carcaño, el único condenado por el crimen. Y lo que salió fue que quizá él ni lo sabía. O sea, todavía más confusión. Otra cosa que te enseñan los sucesos es humildad. Puedes leerte el sumario 20 veces, hablar con la jefa de la policía de Sevilla y con el jefe de Homicidios, y al final no sabes lo que ha ocurrido.
P.- ¿Cómo se consigue la confianza de las fuentes policiales?
R.- La confianza es no fallarles. Y hablarles como estamos hablando tú y yo ahora. Cuando te dicen esto no se puede contar, te están probando. Sobre todo, cuando acaban de conocerte. «Te cuento esto, pero no se puede decir». Muchas veces, tienen ganas de que se conozca su trabajo. Les gusta contar algo para que se sepa en lo que han estado trabajando. Pero es muy delicado. Luego, cuando la política roza un suceso, la experiencia que tengo es que se pudre muy rápido. Es muy siniestro. Vivimos una época en que casi todo tiene un cálculo electoral. Eso ennegrece y estropea el trabajo de los profesionales.

P.- ¿En alguna ocasión has tenido que callarte para no poner en peligro una investigación?
R.- Sí. Muchas veces. Y, luego, se te queda cara de tonto porque lo publica un compañero o una compañera. Es lógico, porque hay mucha gente trabajando en esto. Si te dicen que no puedes, hay que esperar. Otra cosa que aprendí con los años es que el periodista no es un forense. No tiene que certificar la muerte de nadie. No tengo que ser yo el primero en decir que está muerto Miguel Bosé. Pasan cosas terribles. Tú no eres un forense. Tienes que intentar ser el primero, por supuesto, pero contrastando previamente lo que vas a publicar.
P.- La inmediatez provoca ese tipo de errores, así como las redes sociales…
R.- Hay un problema: la mayoría de los medios ya no son rentables. Cuando los medios eran rentables, había una independencia feroz. El editor soportaba las presiones. No sé las llamadas que recibiría, pero ahí había una base. Ahora, es más difícil todo. Luego, están las redes sociales. Lo que pasó con Julen, el niño que se cayó al pozo en Málaga, fue un disparate. Cada 30 segundos se estaba actualizando la información. Según algunos digitales, ya estaban llegando al niño. Según otros, no habían llegado. Quedaban 8 metros, faltaban 10, quedaban 30. Una locura. El otro día me mandó un amigo la conferencia de un periodista vizcaíno, César Coca. Era magistral. Decía que, cuando asesinaron a Abraham Lincoln, la periodista que estaba allí, de la agencia Associated Press, mandó un teletipo muy breve: «Han disparado al presidente Lincoln en el teatro, posible herida mortal». Algo así fue lo que escribió. Y César se pregunta: ¿qué escribirían hoy la mayoría de los digitales o las redes sociales para buscar lectores? Pondrían: «el presidente Lincoln va al teatro, adivina lo que pasa después». Ya no tienes que contar la noticia en el primer párrafo, que era lo que nos enseñaron en la Facultad. Ahora tienes que contarla en el sexto párrafo para que la gente siga leyendo y aumente el tiempo de lectura. Me pierdo. Yo soy de los de «han disparado a Lincoln».
«No se debe entrevistar a un asesino para que encima se mofe de la víctima»
P.- ¿Eres partidario de entrevistar al asesino, dentro o fuera de la cárcel?
R.- Es una pregunta complicada. El último al que entrevisté fue un señor muy mayor que había matado a su hermano en la Comunidad de Madrid. Estaba en libertad provisional, a la espera de juicio, porque tenía más de 70 años. Fuimos a Béjar y nos comimos un cocido con él. No dijo que fuera inocente. Simplemente, dijo que ¿cómo un anciano como él iba a hacer todo eso? Viajar de Béjar a Madrid, matar al hermano y darse la vuelta. Me acuerdo que nos confesó, a mi compañera, Vanesa Lozano, y a mí: «yo no soy Batman; ¿cómo voy a cruzar España para matar a mi hermano?». Después, ese señor se ahorcó. Nos había dicho que él no iba a entrar en prisión. Lo condenaron y, cuando conoció la sentencia, se ahorcó. Hay asesinos y asesinos. Y, luego, depende de lo que te digan. Si vas a entrevistar a un asesino para que se mofe y eche más porquería sobre la víctima, para que te diga que la culpa fue de ella, bajo ningún concepto debe hacerse.
P.- A algunos asesinos les gusta verse en el escaparate, ponerse delante de las cámaras.
R.- A muchos, a muchos. Una técnica de interrogatorio antigua, en la Guardia Civil y en la Policía, era provocarles en la vanidad. Les decían: «¡va!, tú no puedes haber hecho esto; al final lo harías así…» Entonces, ellos respondían: «no, no, yo lo estuve planeando quince días y la seguí no sé cuántas veces; sabía a qué hora salía». Son vanidosos. Hay asesinos históricos que han escrito cartas a los periódicos. Gente que guardaba los recortes de prensa. Imagino que ahora guardarán capturas de pantalla. Algunos asesinos se han atribuido más asesinatos de los que cometieron. Les gusta que les digan: eres el mayor asesino de la historia en la provincia de Toledo.
P.- Cuando se alargan los casos, ¿llegas a entablar amistad con las víctimas o sus familiares?
R.- Aunque suene inhumano, tienes que intentar despegarte un poco. Porque a ellos tampoco les ayudas demasiado. Hombre, si tienes una noticia que darles, por supuesto. Tienen que ser los primeros en conocerla. Los periodistas llegamos a la vida de esa gente en el peor momento. Cuando yo conozco una familia es porque han matado o secuestrado a alguien de los suyos. Y lo que tengo que intentar es ser generoso y comprensivo con ellos, escucharlos. A partir de ahí, un poco de humildad, porque tampoco les vas a solucionar el problema. Los periodistas no arreglamos el mundo. No hacemos grandes cosas. Si se puede ayudar, de alguna manera, a que algo no se olvide, perfecto. Remueves un caso aparcado para que al juez le dé un poquillo de vergüenza. Eso está bien. Ahí sí podemos ser útiles.
«Hay un mundillo tremendo de pederastas buscando chavales en los chats»
P.- ¿Se cuentan ahora las historias mejor o peor que antes?
R.- Voy a sonar nostálgico, pero creo que antes se contaban mejor. Había también más espacio, y no solo para los sucesos. Mi padre compraba siempre el As y el Marca y había un tal Fernando Vadillo, que hacía unas crónicas de boxeo que eran una pasada. O Manuel Alcántara. Alfonso Armada escribía en ABC unos reportajes fascinantes sobre países de África. Ahora, no encuentro gente así. En el Metro veo poquísimos libros, y periódicos de papel, ninguno. Había gente maravillosa contando historias.
P.- Las nuevas tecnologías, ¿cómo afectan al mundo de la delincuencia?
R.- Hay muchas estafas online. Cada vez más sofisticadas. Pero, lo que me tiene más perturbado es el problema de los menores y el sexo en ese mundo digital. Hay un mundillo tremendo de pedófilos, de pederastas, buscando chavales en los chats, en Discover, en todas partes. Los pedófilos saben dónde están y van a por ellos. Especialistas de la Policía Nacional me contaban que los fines de semana aumenta muchísimo ese tipo de consumo de pornografía. Hay un montón de bichos buscando chavales. Antes iban a la puerta de un colegio y ahora, con un teléfono, sin exponerse, pueden hacer un daño terrible. Sexting, mobbing… Un montón de cosas con los teléfonos. No sé bien cómo habría que actuar, pero los chavales están muy indefensos.
P.- ¿Tenemos policías y guardias civiles preparados para afrontar y perseguir este tipo de delincuencia?
R.- Creo que sí. El principal cambio que veo en estos 30 años que llevo haciendo sucesos es la incorporación de la mujer. Cuando yo empezaba, la mujer policía llevaba un uniforme distinto. Hasta tenía una pistolita diferente a los hombres. Más pequeña. Ahora hay verdaderas bestias de mujeres en la policía. Verdaderas máquinas: investigadoras en los grupos contra el yihadismo, como hubo mujeres contra ETA. Es una pasada cómo ha cambiado eso el paisaje. Porque, además, los malos siguen siendo mayoritariamente hombres. No sé por qué —tampoco tengo respuesta—, pero son machistas la mayoría. Me lo explican los policías. Pones a dos policías a vigilar a un malo en una discoteca y no le gusta. Pero, pones a dos mujeres y se sienta con ellas, y quiere invitarlas. Las mujeres policías son muy eficaces. Hacen un trabajo estupendo.
«Los coroneles Corbí y De los Cobos no tenían que haber salido de la Guardia Civil como salieron»
P.- Tenemos un ministro del Interior cuestionado y reprobado en el Parlamento. ¿Cómo valoras a Fernando Grande-Marlaska? ¿Qué tal te llevas con él?
R.- Lo he visto tres o cuatro veces. Era un juez estupendo. Todo el mundo lo decía, cuando estuvo en el País Vasco y después, en la Audiencia Nacional. Creo que la política emponzoña todo. En la Policía Nacional hablan bastante bien de él. No ocurre lo mismo con la Guardia Civil. No sé cuál es el factor de quiebra y de diferencia. Hubo una salida tremenda en la Guardia Civil de personas que conozco. Estoy pensando en los coroneles Sánchez Corbí, que era jefe de la UCO, o en el coronel Pérez de los Cobos. Son dos personas vocacionales y tremendamente válidas. No tendrían que haber salido de la Guardia Civil como salieron. Ese es un debe grande del ministro. Hablo de lo que conozco. Nadie que haya trabajado al lado de esas personas entiende su salida. Eran profesionales respetadísimos y valoradísimos, con la Legión de Honor de Francia.
P.- Hasta Grande-Marlaska, los ministros del Interior eran siempre los mejor valorados…
R.- Esto tiene que ver con la polarización. Empezó en el 11-M. A mí me pueden caer muy mal Aznar o Sánchez, pero, si somos periodistas, tenemos que ir a los hechos. Muchas veces, primero nos ponemos la camiseta del equipo —somos de este o del otro— y luego, en función de eso, opinamos de lo que ha ocurrido. Hay un clima muy enrarecido, de trinchera. El Ministerio del Interior debería ser un sitio más limpio. O, por lo menos, alejado de ese tipo de cosas. Ese no es el camino.
P.- ¿Qué opinas sobre la prohibición del libro sobre José Bretón, condenado por asesinar a sus dos hijos?
R.- Yo ese libro no lo iba a comprar, pero no me gusta que lo hayan prohibido. También entiendo que la madre pidiera que no se publicara. Nosotros [incluye a Manuel Marlasca] hemos escrito libros de sucesos y hemos pedido permiso, de forma directa o indirecta, para no hacer daño. Creo que el libro sobre Bretón era muy arriesgado. Es un libro hecho sin conocimiento de la madre y se escribe sobre el asesino en unos términos que casi bordean lo de verlo como víctima. En el momento en que le mandas al asesino una manta para que no pase frío en la celda, que fue lo que pasó con Bretón y el escritor, ya no estás funcionando bien. Si quiere una manta, que se la busque él. Recuerdo a un periodista y escritor que mandó un traje de novia a una etarra encarcelada antes de la boda. Se han hecho todo tipo de bestialidades. Si un asesino ha engañado a su mujer y a sus padres, ha quemado vivos a sus hijos, ha tenido en danza a la policía un mes y ha engañado a psiquiatras, cómo le vas tú —periodista— a llegar a conocer por correspondencia y con media hora de entrevista en la cárcel. Son asesinos que, además, no tienen ningún problema en mentirte.
«El robo sin violencia, sin herir a nadie, como el del Louvre, produce simpatía»
P.- ¿Hay delitos que son más perdonables o asumibles que otros? ¿Cuáles?
R.- Ocurrió recientemente con el robo de joyas en el Museo de Louvre. Ese tipo de robo, sin violencia, sin herir a nadie, produce simpatía. Había un ladrón muy famoso, Albert Spaggiari, butronero que reventaba bancos y joyerías —un banco de Niza creo que fue el último— que en el lugar del robo escribía la frase «sin violencia, sin sangre». Lo que antes se llamaba «de guante blanco».
P.- ¿Has tenido amenazas?
R.- Sí, aunque te enteras después, cuando te avisa la policía. Para que no te acojones. «Que sepas que este…» Recuerdo que una vez, estando en Interviú, nos pusieron unos detectives. Es mejor no enterarse. No tengo vocación de John Wayne. Ninguna. Quiero llegar a casa y ver el partido del Madrid o del Sporting.
P.- Con el tiempo, ¿te haces más impermeable a los duelos y desgracias?
R.- Espero que no. Eso sí, desarrollas cierto humor negro. Personas que no están en eso se sorprenden. Pero, por mucho que hayas visto, te siguen afectando las cosas.
P.- ¿De qué historia o reportaje estás más orgulloso?
R.- Diré una que no tiene mérito, porque me hizo una trampa la Guardia Civil, que me utilizaron de herramienta. Te acordarás de la farmacéutica de Olot (Gerona), que estuvo casi quinientos días secuestrada. Ella apareció liberada en una gasolinera, pero no se había detenido a nadie. Cuatro o cinco años después, nosotros nos enteramos que estaban implicados en ese secuestro unos policías municipales a los que estaban investigando. Estuvimos unos meses sin publicar nada, y al final lo publicamos. Entonces, salió la alcaldesa de Olot diciendo en el programa de María Teresa Campos que todo lo que habíamos publicado era mentira. Se montó un gran pollo en el pueblo, con televisiones y medios, y los teléfonos de los malos estaban pinchados. Eso ocurrió un lunes, cuando salió en Interviú, y el miércoles el malo principal, Antoni Guirado, le confesó a su jefe que había sido él el secuestrador. Ahora, imagínate que sale mal.
«La mayoría de inmigrantes son honrados, pero no hay que ocultar que otros delinquen»
P.- Inmigración y delincuencia son términos que provocan polémica. ¿Eres partidario de que se publique la nacionalidad de quienes cometen delitos?
R.- Totalmente. Como si son españoles o asturianos. Empeñarse en negar esa parte de la realidad —casi la mitad de los asesinos machistas son extranjeros— no creo que ayude a evitar la xenofobia. Yo sostengo lo contrario. Creo que esconder eso da alas a determinadas ideologías, que te dicen que todos los inmigrantes son horrorosos. Igual que decir que ninguna mujer es asesina. Eso es mentira. Las mujeres cometen el 10% o el 15% de los asesinatos. ¿Por qué no se puede decir eso? ¿Hay pocas, son minoría? Sí, hay muchos más hombres, pero ¿por qué no hay que contarlo? ¿Qué problema tenemos? La mayoría de los inmigrantes son gente honrada y currante, pero ¿por qué tienes que ocultar que hay otros inmigrantes que delinquen? No tiene sentido. Hay demasiada ideología y activismo. No se puede ser periodista y activista.
P.- Muchas gracias, Luis…
R.- Antes de terminar, quiero felicitar a Ketty Garat, a la que no conozco de nada, y a la gente de THE OBJECTIVE por el tema de José Luis Ábalos. ¡Qué rabia no haber tenido Interviú para haceros la competencia y poder dar esa historia! Mi envidia, por un lado, y mi admiración, por el otro.
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