Sebastián Álvaro: «No me preocupa el planeta, sino el futuro de la humanidad»
El mayor exponente de su pasión por las cumbres ha sido la serie documental ‘Al filo de lo imposible’ (TVE)
En 1981 realizó su primera expedición al Himalaya con un equipo de televisión y, desde entonces hasta ahora, ha hecho dos centenares más, grabando un total de 350 documentales de aventura. Al filo de lo imposible forma ya parte de la mejor historia de TVE. Es la gran referencia para los amantes de la montaña. Sebastián Álvaro –Sebas para los amigos– tuvo que dejar TVE en el ERE masivo de 2008, pero nadie va a conseguir que abandone su pasión por el alpinismo y la naturaleza.
Dice que le preocupa más el futuro de la humanidad que el del planeta y lamenta que la televisión pública haya abandonado los documentales de producción propia y desperdiciado el talento de muchos profesionales veteranos. «Acabaron con el sentido de la televisión pública. Y nos quedamos sin financiación y sin audiencia», recuerda este periodista madrileño, mientras explica en Fuera de micrófono los momentos más duros de su aventura profesional, con más de 30 compañeros y amigos que perdieron la vida en las montañas.
Pese a todo, Sebastián confiesa que este deporte le ha dado muchas más alegrías que tristezas. También le ha proporcionado grandes amigos, con los que sigue realizando escaladas menos ambiciosas para matar el gusanillo. Aquel niño de barrio madrileño, que repartía leche por las casas y devoraba la colección de tebeos de El Capitán Trueno, tiene muy claro que somos muy pequeños y vulnerables. Sobre todo, ante una tormenta, un alud o una montaña que se cabrea.
Ha visto muchas veces el título de su programa sobrevolar por encima de su cabeza. Y eso le mueve a hacer algunas reflexiones interesantes. «Como decía Benjamin Franklin, todos vamos a morir y todos tenemos que pagar impuestos. Y cuanto antes te des cuenta de eso, antes te darás cuenta de que lo importante es el sentido que le des a la vida», comenta con la mirada puesta en las espectaculares cumbres nevadas de Karakórum.
Sebastián Álvaro repasa aquí la historia del alpinismo, a través de los cientos y cientos de horas grabadas con una pesada cámara de 23 kilos –hasta que salieron las nuevas de vídeo– y de la realización de sueños que parecían imposibles. Porque, al final, la historia del alpinismo no es solo la conquista de las montañas. Es también la conquista de nuestros propios miedos.
Su madre, admirada como su padre en el trabajo y el esfuerzo, le decía en los momentos más duros: «Cuando la vida te vaya mal, échatela a la espalda». Un consejo que Sebastián ha transmitido luego a su hijo y, ahora, a sus nietos.
PREGUNTA.- 40 años en TVE y 17 de ellos dirigiendo y presentando Al filo de lo imposible. ¿No te cansabas de hacer lo mismo?
RESPUESTA.- Al final de esa trayectoria, no es que estuviera cansado de Al filo, sino que TVE había decidido echarnos a todos los mayores de 50 años. Un auténtico disparate. Y, como soy un espíritu libre y vehemente, denuncié que eso me parecía una barbaridad bajo el punto de vista técnico. La televisión necesitaba, sin lugar a dudas, renovarse, pero no de esa forma.
«Mi primera cartilla de la Seguridad Social me la hicieron con 14 años»
P.- Se cargaron mucho talento…
R.- No. Se cargaron todo. No dejaron prácticamente a nadie mayor de 52 años. En la albañilería una cosa así es una torpeza, pero en profesiones creativas es una auténtica barbaridad. Porque a los 50 y tantos años es una etapa de madurez. Pero, no solamente se cargaron el talento de la tele. De la noche a la mañana, toda la labor creativa de radio y televisión desapareció y, además, se cargaron la transmisión cultural. Nosotros tenemos profesiones que se van transmitiendo de generación en generación. Al filo de lo imposible desapareció, pero desapareció también el programa de música clásica de Fernando Argenta. Con los ERE de TVE se cargaron los programas documentales, los dramáticos, los infantiles y los juveniles. Acabaron con el sentido de una televisión pública. Y nos quedamos sin financiación y sin audiencia.
P.- ¿Cómo nació Al filo de lo imposible y a quién se le ocurrió un título tan acertado?
R.- Ambas cosas se me ocurrieron a mí, que tengo una imaginación desbordante. Pero Al filo es fruto también de un equipo que me costó formar, por lo menos, 11 años. Al filo se consolidó a principios de los noventa, con un equipo que ya era capaz de hacer cualquier cosa imposible. Yo trabajaba en TVE y al mismo tiempo estudiaba. Mi primera cartilla de la Seguridad Social me la hicieron con 14 años. Estudiaba Maestría Industrial en el Colegio Virgen de la Paloma y al mismo tiempo, en mis ratos libres, trabajaba. Entré en TVE a los 17 años y quedé fascinado por el mundo de la televisión. TVE era entonces una de las cinco mejores televisiones del mundo. Por los pasillos de Prado del Rey te podías encontrar con una cohorte de tipos vestidos de romanos y con una lanza, a las chicas que bailaban en un programa de Valerio Lazarov, a los participantes de Un, dos, tres, o a Félix Rodríguez de la Fuente. Y todo ese mundo me fascinó. Me pasé al mundo de las letras y estudié Periodismo. Yo, a finales de los años 70, era periodista, trabajaba en los Informativos de TVE y al mismo tiempo hacía alpinismo. Subimos al Mont Blanc, al Cervino. Ya estaba preparado. Además, esos viajes a los Alpes me dieron una visión del documental de montaña y naturaleza que en España por entonces no existía.
«En el Karakórum estuve a punto de morir»
P.- La primera expedición, con un equipo de TVE, fue en 1981 al Himalaya. ¿Cómo la recuerdas?
R.- Nada de eso lo tenía yo previsto. Yo entonces hacía Telediarios y estaba en contacto todos los días con los mejores periodistas. Mi idea era acabar en la redacción de un Telediario o en Informe Semanal. Lo que ocurrió es que vi los documentales que por entonces se hacían en Europa y decidí que yo quería hacer eso. Pero eso no se hubiera puesto en marcha si una persona que pertenecía a mi club de montaña no me propone hacer un documental de media ahora en Gredos, La Pedriza y La Cabrera. Nos dieron un premio en el Festival de Montaña de San Sebastián y en seis meses cambió mi vida. Otro alpinista me pidió que me fuera con ellos a Karakórum para grabar algo parecido. Se me cayó el mundo. Tenía un trabajo estable en TVE, pero pedí permiso y me fui con una cámara a la cordillera del Karakórum a filmar un documental. Estuve a punto de morir. Si eso hubiera ocurrido, yo no te estaría contando esta historia ahora, no hubiera surgido Al filo de lo imposible, mi hijo no me hubiera conocido y mi mujer se hubiera quedado viuda.
P.- Rodaste documentales en los 14 ochomiles.
R.- Hicimos más de 60 ascensiones a montañas de más de 8.000 metros. Al filo supuso un cambio cultural profundo en la sociedad. Revolucionamos lo que ahora se llama deporte de aventura, y que yo llamo aventura, sin más. Grabamos a los mejores alpinistas, a los mejores buceadores a la mejor gente que volaba en parapente, ala delta y en globo. Al principio nos llamaban locos y hemos terminado haciendo la industria y el negocio más potentes de España. Tenemos ocho millones de senderistas. Hay 300.000 licencias inscritas en la Federación Española de Montaña, los cuartos de España, detrás del fútbol, el baloncesto, el golf o la caza. Pero hay que tener en cuenta que nadie te pide una licencia para ir al monte. Así que somos uno de los movimientos sociales más importantes de España.
«Hemos perdido la capacidad de relacionarnos con la naturaleza»
P.- En alguna entrevista te he escuchado decir que en el montañismo hay que saber gestionar el riesgo. ¿Cómo se hace eso?
R.- Se nos ha olvidado que somos animales biológicos y que estamos hechos para vivir en la naturaleza. Como la mayoría de la gente vive ahora en las ciudades, ese apartado se nos ha olvidado. Yo recuerdo a mi padre caminando toda la vida. Entonces la gente no iba al gimnasio y caminaba para ir al trabajo. Mi padre tenía un almacén de material de construcción y yo lo he visto, con 90 años, cargar dos sacos de yeso de veinte kilos en un coche. Y he visto a mi madre, con 40 años, descargar camiones de cemento en sacos de 50 kilos.
P.- De chaval, repartías leche por las casas.
R.- Mis padres eran los lecheros del barrio y cuando se quitaron todas las lecherías de Madrid se reconvirtieron. Hemos perdido la capacidad de relacionarnos con la naturaleza. Y, cada vez que sales al aire libre, aunque sea a caminar por la Sierra de Guadarrama, deberías saber gestionar tus riesgos. La mayor aventura que tenemos es vivir y además sabemos que acaba de forma trágica porque todos morimos. Somos animales biológicos. Tenemos que adaptarnos a lo que los anglosajones llaman las reglas de los tres: no podemos pasar tres minutos sin respirar, no podemos pasar tres días sin beber agua y no podemos pasar más de tres semanas sin comer. Si nos adaptamos a esto y sabemos gestionar el riesgo podremos caminar por la montaña, aunque el riesgo cero no existe. Ni en la montaña ni en la vida.
P.- ¿Cuántas veces has estado en el Everest?
R.- En el Everest he estado cinco veces, en el K-2 cuatro, y en el resto de los ochomiles, con algunas excepciones, dos. A día de hoy, pongamos que he hecho 255 expediciones.
«El Everest se ha convertido en un parque de atracciones»
P.- El Everest de ahora es muy distinto al que tu descubriste en los años ochenta.
R.- Al Everest hace años que no voy. Al Everest ya no hay que ir. Y, probablemente, si sigue así, al K-2 tampoco habrá que ir. El Everest se ha convertido en un parque de atracciones. En un negocio para ricos. Y ninguna de las dos cosas me interesan. Yo ya llevo al Parque de Atracciones de Madrid a mis nietos, pero no voy a la montaña si es un espacio masificado y transformado, de tal forma que es una auténtica ruina.
P.- ¿Hasta qué punto te preocupa el futuro del planeta?
R.- No me preocupa el futuro del planeta, me preocupa el futuro de la humanidad. El planeta ha sufrido cambios de clima mucho más grandes que los de ahora y, seguramente, que los que vendrán. Lo que ocurre es que somos una de las especies últimas en incorporarnos –algo parecido a nosotros había hace seis millones de años– y sólo las mejor adaptadas siguen sobreviviendo. Especies mucho más fuertes que nosotros desaparecieron. Sin ningún género de duda, nuestra especie desaparecerá. ¿Ha habido cambios climáticos parecidos o más fuertes que el que estamos sufriendo ahora? Por supuesto. Los negacionistas, entre comillas, ponen encima de la mesa ese argumento. Pero se les olvida decir que nunca hubo sobre el planeta 8.000 millones de humanos. ¿Estos cambios van a influir en nuestra sociedad, en nuestro mundo? Sí. Ya están influyendo. Si eso va a ser catastrófico, lo veremos. Nos hemos dado cuenta que somos incapaces de predecir qué va a pasar en el futuro. Pero viviremos cosas que nunca antes se han vivido.
P.- ¿Por qué razón o razones han dejado de hacerse series documentales como Al filo de lo imposible?
R.- Por un lado, tiene que ver con lo digital. El mundo analógico, al que pertenecemos nosotros, se está muriendo. Entonces, ha cambiado la forma de hacer y de ver la televisión. Por otro lado, y es lo fundamental, han cambiado los programadores. Igual que han cambiado los jefes de redacción de los periódicos o los directores de las revistas. Desde hace quince o veinte años, se han puesto economistas y abogados a dirigir oficios que no conocen. Yo tuve la inmensa fortuna de tener jefes en televisión que me regañaban. En uno de los primeros programas que hice, en el año 1987, el jefe de producción de Programas Culturales y Documentales me recordaba que en un plano se había movido el trípode o que había utilizado el término «desapercibido», cuando era mucho mejor utilizar la palabra «inadvertido». Yo tenía jefes así. Pero eso ha desaparecido de la tele, de la radio y de la prensa.
P.- Los equipos de grabación también han mejorado mucho y son menos pesados que los de entonces.
R.- La cámara pesaba 23 kilos y el trípode 25. Y eso lo subíamos a 8.000 metros, al Everest. Hasta el último día estuve filmando en película, aunque ya habíamos incorporado para determinadas cosas las cámaras de vídeo. Gracias a eso, TVE tiene, o debería de tener, guardados los negativos de los 355 documentales que hicimos. Con esos negativos hoy podrían hacerse copias digitales de altísima definición.
P.- ¿Cuál ha sido la montaña o la experiencia que más te ha impresionado?
R.- En este trayecto vital he perdido a 33 amigos. Hay gente que me pregunta: ¿por qué vuelves a la montaña, que es asesina? Y es justo todo lo contrario. En primer lugar, todos vamos a morir. Por quitarle hierro, como decía Benjamin Franklin, «todos vamos a morir y todos tenemos que pagar impuestos». Cuanto antes te des cuenta de eso, antes te darás cuenta de que lo importante es el sentido que le des a tu vida. A mí la montaña, la naturaleza y los documentales me han dado todo lo que soy. Bueno, no sé si todo, porque hay una parte que me la dieron mis padres, pero hay una parte importante de lo que soy y de lo que he hecho que se lo debo a la montaña. La montaña me ha dado muchas más alegrías que tristezas. A medida que uno envejece, se da cuenta de las tristezas acompasadas. Recuerdo especialmente la primera vez que fui, en 1981, a Karakórum. Reúne todo aquello que luego he tratado de explicar: la sensación de prodigio que tienes; una emoción que te embarga, que nunca se te quita. Ves la naturaleza salvaje puesta en pie delante de ti. Te das cuenta de que no tienes la más mínima posibilidad, si esa montaña se cabrea, si entra una tormenta o si cae un alud. Tú sabes cuál es tu sitio en el universo. Eres pequeño, vulnerable al máximo.
«El 99% de las personas que pasaron por Al filo siguen siendo muy buenos amigos»
P.- En el montañismo destacan los valores de la solidaridad, el esfuerzo y la valentía.
R.- Sí, pero a mí esos valores me los enseñaron la señora Pepi (mi madre) y Sebas (mi padre). Está muy bien ir a la montaña con esos valores, pero, en general, como decía un alpinista, la historia del alpinismo no es la historia de la conquista de las montañas; es la historia de la conquista de nuestros propios miedos. Mi padre murió con casi 99 años y mi madre con 83, y no los vi tomarse un día de descanso en la vida. Un día de fiesta. Yo me eduqué en casa con los valores de trabajo, esfuerzo y valentía. Mis padres pasaron momentos muy malos, que podían haberse arrugado, y salieron adelante. Mi madre tenía una frase que decía: «cuando la vida te va mal, échate la vida a la espalda».
P.- Has conocido a alpinistas que legendarios, como Maurice Herzog. ¿Qué recuerdos tienes de él?
R.- Fue ministro con Charles De Gaulle ocho años y era un mujeriego empedernido. Fue miembro de la Asamblea Francesa durante 30 años, y 12 años alcalde de Saint Moritz. Todo el mundo le conoce por ser el primero en ascender a un ochomil, el Annapurna, en donde le cortaron los veinte dedos, los diez de las manos y los diez de los pies. Ya no quedan personajes así. Me contó, por ejemplo, cómo Fidel Castro se quitó del medio al Che Guevara, porque eran incompatibles, y lo mandó a Bolivia.
P.- En tus expediciones participaron, entre otros Juanito Oiarzabal y Edurne Pasaban.
R.- A Juanito le cortaron también los diez dedos de los pies.
P.- Pero sigue ahí, subiendo a la montaña.
R.- Seguimos. De hecho, este verano me voy con él a Karakórum. Él sigue ejerciendo su profesión y tenemos un proyecto en marcha para hacer con él un documental. Un personaje como Juanito se lo merece. El 99% de las personas que pasaron por Al filo siguen siendo muy buenos amigos. Con algunos de ellos, entre los que se encuentran Juanito, Juanjo San Sebastián y un montón de amigos, tengo relaciones de hermandad. Yo tengo tres hermanos, del mismo padre y de la misma madre, pero luego tengo un buen número de amigos que son como hermanos.
«La información sobre alpinismo no es que sea escasa, es que ha desaparecido»
P.- ¿Por qué no se habla más de los deportes de aventura en los espacios deportivos de la radio y la televisión?
R.- Se habla poco de montaña, pero también se habla poco de balonmano. El deporte femenino no existe. La información sobre alpinismo, de montaña y de naturaleza –ve aventura, en líneas generales– no es que sea escasa, es que prácticamente ha desaparecido. ¿Por qué? Porque no se paga por ello, directamente.
P.- De niño leías los tebeos de El Capitán Trueno. ¿Era tu héroe favorito, junto con Félix Rodríguez de la Fuente?
R.- Yo leía El Capitán Trueno con ocho y con diez años, y sigo teniendo la colección de aquellos tebeos. De vez en cuando, abro por la mitad uno de ellos y me siguen gustando aquellas historietas. Por cierto, de esa colección de tebeos se tiraban semanalmente más de 700.000 ejemplares en aquellos tiempos. A Félix Rodríguez de la Fuente lo descubrí en la tele y se convirtió en una guía de cómo contar las historias. Después de Félix, nadie ha vuelto a tener un impacto como él. Al Filo le debe mucho a esa forma de contar historias. Félix estaba volcado en la fauna ibérica y nosotros en la aventura. Ambos compartíamos esa forma de respeto por la naturaleza.
P.- ¿Qué aventura tienes pendiente? ¿Qué es lo próximo que te espera?
R.- Tengo un montón de proyectos. Pero, cada vez quiero tener más tiempo libre para determinadas cosas. Para estar con la gente que quiero. Primero están mis nietos, mi familia y los amigos. Yo por mis amigos, muero. Luego sigo subiendo montañas todos los años de 6.000 metros.
P.- ¿Cuál ha sido el momento en que has visto el final más cerca?
R.- La última vez, el 26 de marzo de 2003, estaba colgado de una cuerda a doscientos metros del suelo, con otros cinco compañeros. Estábamos filmando un programa sobre barrancos en Guadalupe, haciendo bromas, y de repente oí como un temblor en la pared. Dije: «Vámonos de aquí que no me gusta nada». Se quedaron dos compañeros arriba, nosotros bajamos y cuando estábamos bajando se cayó la pared. Uno de ellos, Xabi Iturriaga, se mató. Y la chica que estaba colgada de la cuerda, a 15 metros del suelo, estuvo también a punto de morir. En el año 1981 también me caí en una grieta de 50 metros de profundidad y me tuvieron que sacar agarrado a una cuerda. Si no hubiera sido por aquellos dos amigos que me rescataron, no estaríamos hablando ahora.