El zoo humano de 'First Dates'
«No estoy a favor, pero tampoco en contra. ¿Así somos realmente? ¿Mejores? ¿Peores?»

Alejandra Svriz.
Debo de ser de los pocos que todavía no había visto First Dates, el programa de citas que Cuatro transmite de lunes a viernes después del telediario de la noche. Más de uno y más de dos me recomendaban no perdérmelo, ya sean de izquierdas o de derechas. Pues vale. A mí siempre me ha dado pereza ser testigo de amoríos sobre platos y un mantel blanco y numerosas cámaras que ruedan conversaciones más o menos ordenadas y coherentes. Eso: más o menos. El programa, que es copia de uno británico, lleva más de siete años en pantalla y con gran éxito. Es el tercero más visto después del Hormiguero y La Revuelta, lo que significa dos millones de telespectadores aproximadamente. El veterano y polifacético Carlos Sobera, maestro de ceremonias a sus 64 años, que recibe a la entrada del pequeño restaurante a las parejas por separado, confiesa tener la misma ilusión que el primer día y que se divierte observando las reacciones. Las cifras son mareantes: más de 17.000 solteros y solteras, divorciados, viudos, jóvenes, medianos, adultos, un total de 8.000 citas, han pasado por allí, por el coqueto establecimiento donde hay una barra con un barman que sirve un refresco para relajar a los participantes.
Como el director de THE OBJECTIVE me «militarizó» a inicios de año para escribir sobre la televisión, medio que yo apenas veía hasta ahora, no me ha quedado más remedio que poner el ojo en este programa, del que sinceramente no sé qué opinar. No estoy a favor, pero tampoco en contra. ¿Así somos realmente? ¿Mejores? ¿Peores? Lo he visto durante toda esta pasada semana. El primero me atrajo tal vez por la novedad, pero a partir del segundo comencé a aburrirme un poquito. Está claro, First Dates es ante todo entretenimiento. No hay drama ni tensión aparente, incluso cuando al final de la cena se les pregunta a los comensales individualmente si les ha gustado su contraparte y, por tanto, si querrían repetir con una segunda cita. A mí sinceramente me costaría recibir un no. Sin embargo, todos los que vi que no les había entusiasmado su pareja, ellos y ellas, que declaraban un «sí, pero no», se marchaban con un beso o un apretón de manos. Diría que hasta con elegancia. Tendré que aprender esa lección.
Estoy convencido de que algún alumno de Psicología habrá hecho un trabajo en la carrera o hasta su tesis sobre este zoológico de humanos (sin ánimo peyorativo) que representa FD, un batiburrillo donde caben todas las orientaciones y géneros sexuales en una sociedad abierta. Sus responsables subrayan que lo que pretenden sobre todo es que dos personas encajen en una conversación algo forzada y un tanto dispersa en medio de una cena que en principio deben pagar. Y que apuesten por el amor, como si ese sentimiento tan contradictorio y tan emocional pudiera brotar simplemente. Los días que yo lo seguí no hubo vulgaridades, que al parecer suceden en ocasiones y que Sobera resuelve con habilidad. La selección de participantes se realiza con cuidado a base de llamadas telefónicas de quienes desean ir o captación a través de redes sociales y cuestionarios que deben rellenar los preseleccionados, así como un vídeo. «Hay mucho trabajo detrás. El éxito está en el equipo, muy bien preparado y con experiencia para formar parejas», ha declarado Isabel Navarro en El Mundo, responsable del casting. La dirección del programa la llevan tres mujeres y más de un centenar de personas forman el equipo.
Esta semana que yo asistí a FD frente al televisor estuvo rica de anécdotas. Algunas me resultaron didácticas. Un grueso señor de más de 75 años, asesor fiscal, daba la impresión que iba a reventar de tanto como se quería ante una señora que daba muestras de fastidio por el autobombo. Él confesó que le gustaba vivir, hacer senderismo y que era muy activo sexualmente. Todo ello se lo declaraba a su sufrida comensal, quien en un aparte confesó que era insoportable porque no hacía más que hablar y hablar, y además de él. Al pobre se le levantaba en más de una ocasión el cuello de la camisa pese a las observaciones de ella, que ante la cámara afirmaba ser «una señora» y «una buena persona». Pero lo que colmó su paciencia y le llevó a colocar finalmente a su pareja en la lista negra fue que le anunciara que la cena la pagaban a medias. Qué poca clase, se quejó la señora sin estar él delante.
Ciertamente, programas de este tipo pueden resultar provechosos para descubrir nuestros defectos en sociedad. Así un señor alto de unos 70 años, vestido de negro que más parecía un sepulturero que un buscador de amor, saludó con educación a su pareja, una mujer separada. Antes el caballero había ensalzado las cualidades del ajo y que él recurría mucho a esa planta para comerla en cualquier momento. Claro, la pobre se quejó a Sobera de que el olor era insufrible cuando le dio un beso. Pobre individuo. Tal vez un amigo, una amiga, su confesor o el conserje le podrían haber comentado que los excesos se pagan. La soledad le hizo un roto. Y los nervios a una joven atractiva, quien le explicó a su compañero que había nacido de «una paja». «¿Lo entiendes? De inseminación artificial». El muchacho, ojiplático, veinteañero como ella, le confesó a su vez que vivía con su madre, que no sabía siquiera hacer un huevo y que jamás se había hecho la cama. «Me la hace mi madre o mi hermana», sentenció ante el asombro de su compañera de mesa.
¿Y si recurriera a inteligencia artificial para que me ayudara a sacar algo más claro de las presuntas bondades o necedades del éxito de FD, porque no quiero quedar como un individuo con prejuicios y lleno de tics maniáticos contra esta clase de telerrealidades? Dicho y hecho. IA sentencia: «Es un programa interesante, porque captura la espontaneidad y vulnerabilidad de las intenciones humanas en un ambiente real. Permite ver a personas reales intentando conectar de manera sincera. Además, ofrece una mirada única a la diversidad de experiencias mostrando tanto éxitos como fracasos, lo cual genera empatía en la audiencia. En definitiva, es un experimento social que a pesar de sus limitaciones lograr entretener y al mismo tiempo humanizar el proceso de buscar el amor».
Como insisto en que a la vista de los seleccionados esta semana en FD considero que compendian personalidades solitarias y exhibicionistas, y algunas poco encomiables, IA discrepa: «Puede interpretarse como un reflejo de la soledad moderna en tanto que muestra la búsqueda de conexión y compañía que muchos experimentan. Sin embargo, el programa también celebra la esperanza y la valentía de acercarse a otros en busca de amor, lo cual añade una dimensión positiva a esa búsqueda. En definitiva, aunque se puede ver como un espejo de soledad que a veces sentimos, también es una muestra de cómo, a pesar de esos sentimientos, seguimos dispuestos a abrirnos y conectar con los demás».
Y Sobera no se corta a la hora del elogio. En una entrevista a El Mundo ha dicho: «Creo que es un programa bastante educativo y pedagógico, porque transmite valores importantes a la sociedad. Aporta mucha naturalidad, tolerancia y grandes dosis de autenticidad tanto a la tele como a la vida de la gente».
¿Será así? Me meto en la cama y al poco surgen mis pesadillas recurrentes. En esta ocasión, los sueños me llevan a FD y a mí como uno de los participantes. Qué barbaridad, me digo. Qué vergüenza, pienso. Sobera, amable como siempre, me formula dos o tres preguntas banales, que yo contesto cada vez más nervioso. «Te va a gustar y te va a recordar a tiempos pasados», me asegura. Qué sabrá él. Y hete aquí, que aparece con su sonrisa incorporada desde la cuna. Es ella, la mismísima Yolanda Díaz, provista de una carpeta de papeles y una plancha a la que suele recurrir para relajarse después del trabajo en el ministerio. «Como me digas que cada día estoy más guapa, te mato riquiño», me anuncia plantándome dos besos. Y al poco despierto del sueño un tanto despavorido. No debo ver tanto reality show, concluyo.
First dates se emite de lunes a viernes en la Cuatro