El crimen de la ballesta británico, el asesinato que resolvió el cadáver de un coche
El Land Rover Discovery pasó a mejor vida tras un incendio intencionado, pero dejó su testamento a la policía
Nos va a controlar. Desde el Día de San Fermín, el 7 de julio pasado, todos los coches que se vendan en España estarán obligados a llevar una suerte de caja negra, parecida a las de los aviones. Está destinada a registrar muchas de nuestras actividades subidos a él. Será como llevar a la Guardia Civil metida en el maletero.
Pero tranquilidad. El llamado Event Data Registration, o EDR, solo tendrá funciones reales en caso de accidentes graves, al menos en principio, y su misión no será la de espiarnos. El dispositivo estará recabando datos de manera permanente, y los almacenará desde 30 segundos antes de que se disparen los airbags, prueba inequívoca de que ha habido un accidente de cierta gravedad.
Esa caja negra almacenará datos como la velocidad, régimen de giro del motor, la señal de sensores como en asistente de cambio de carril, o el de fatiga del conductor. Esta es la última muestra de que los coches actuales recaudan decenas de datos sin que lo sepan sus conductores. Un ejemplo es el caso de asesinato que resolvió un Land Rover Discovery blanco, hace ahora justo cinco años, y fue un escándalo en Inglaterra.
En la primavera de 2019, un fotógrafo y profesor jubilado veía un programa de televisión en su casa de la isla de Anglesey, en la costa oeste de Gales. El lugar es idílico, en plena campiña británica, y con vistas al mar; sus vecinos más cercanos están a kilómetros. Su receptor por satélite comenzó a fallar, y salió a ajustar la pequeña antena parabólica por la que recibía la señal.
A los pocos minutos entró en la casa, demudado y ahogándose. Su esposa creía que había sufrido una electrocución. Fueron los sanitarios que le atendieron los que sospecharon que algo raro había ocurrido cuando vieron el reguero de sangre en la entrada. Entre el hospital y los investigadores policiales determinaron que no había sido un calambrazo lo que había dejado al borde de la muerte a aquel septuagenario, sino que había sido atravesado por una flecha.
Tampoco era una flecha cualquiera, sino una flecha de metal, más corta, pesada, y mucho más dañina que las que disparan arcos deportivos o de caza. Eran justo las que se disparan con ballestas: le habían cazado. El efecto del proyectil fue devastador en su organismo. La saeta le causó daños en el bazo, el intestino grueso, el estómago, el hígado, el colon, el diafragma, el corazón y el brazo derecho, que le rompió. Los médicos compararon su estado con el de los que sufren accidentes de tráfico graves.
Gerald Corrigan no duró un mes en el hospital. Los daños eran de tal calibre que sucumbió ante ellos. De un extraño hecho sin muchas explicaciones se pasó a una investigación por asesinato. La policía tenía pocas pistas. Las cámaras de vídeo grabaron las idas y venidas a las horas del incidente de un coche blanco, pero su marca y modelo no eran distinguibles. Sin embargo, les quedaba otro hilo del que tirar: la flecha.
Los restos de la que se disparó al fotógrafo fueron analizados. Tras atravesar a su víctima, quedaron despedazados en un muro de piedra que circundaba la finca. Se llamó a clubes de tiro, de caza, se batieron todas las tiendas de este tipo de producto, y se buscó a todos los poseedores de ballestas en la zona, con especial interés en las que las habían comprado en fechas recientes.
En la lista salió un sospechoso: Terence «Terry» Whall, un entrenador deportivo de 38 años que vivía a quince minutos de la casa de Corrigan. Cuando la policía fue a visitarle ya empezaron a observar movimientos sospechosos; un tipo desconocido salió huyendo del lugar. Al ser preguntando, les dijo que era su cuñado, que se ponía nervioso y era tímido.
Les confirmó que tenía no una, sino dos ballestas. Comprobaron las facturas y todos los elementos enumerados en ellas fueron encontrados en su domicilio. No había nada fuera de lo común, todo coincidía con lo que Whall afirmaba, y el número de flechas registrado en la documentación estaba en su casa; no faltaba ninguna.
Y llegó la muerte de un coche
La investigación parecía estancada, hasta que el 3 de junio, un granjero vio una columna de humo saliendo tras una colina. El humo era negro, así que sabía que no eran restos agrícolas, sino seguramente algo hecho de plástico, seguramente neumáticos, o algo parecido. Se acercó a lo que era una cantera en desuso y vio cómo ardía un coche que parecía un todoterreno de color blanco.
Se traba de un Land Rover Discovery, con apenas un año, que estaba a nombre de Emma Roberts… la pareja de Whall. Cuando los agentes fueron a su casa a advertirle de lo ocurrido, le pidieron las llaves a la propietaria para unas comprobaciones, y no tenía una, sino dos. Este modelo se entrega con dos llaves, solo puede hacerlas la marca, y no existe registro de que hubiera pedido una copia. Todo indica que el coche fue llevado hasta la cantera, y las llaves volvieron de manera inexplicable a la casa de su dueña. Aquello no parecía un robo, desde luego.
El Discovery estaba casi nuevo, era un modelo reciente, y los forenses técnicos de la policía contactaron con su fabricante. Fue entonces cuando se abrió la cueva del tesoro de los datos: el coche habló, y contó una historia, en concreto todo lo que hizo la noche del asesinato de Corrigan.
Tecnología digital
Resulta absolutamente sorprendente la de cosas que este modelo fue capaz de almacenar. El coche había fenecido pasto de las llamas en la cantera, pero su alma vivía en la nube. En ella, Land Rover almacena lo que sus coches le remiten a través de la tarjeta SIM que llevan alojada como si fuera un teléfono móvil.
Datos de GPS con situación exacta, su hora, qué puertas se abren y cuando, el encendido del motor, o hasta cuantos pasajeros iban a bordo, fue conocido por la policía. La agente encargada realizó un exhaustivo cronograma que describió sin palabras el guion que se sospecha ejecutó Whall; lo único que el coche no sabía era quien iba al volante.
Tras una consulta a la cadena de televisión por satélite, confrontada con las llamadas al servicio de emergencias, determinaron que el disparo de la ballesta se ejecutó a las doce y media de la noche. Los datos arrojados por el coche determinaron que el vehículo llegó a las inmediaciones de la casa de Corrigan aproximadamente una hora antes del asesinato. Iba un solo pasajero a bordo, y abrió el maletero durante 39 segundos, que la policía entiende que fue para coger algo de su interior.
El guion de un asesinato
El coche volvió a abrir una de sus puertas, su maletero —que estuvo abierto 14 segundos—, y se arrancó unos doce minutos más tarde, justo lo que se tarda a pie desde la casa de la víctima y hasta donde estaba aparcado el Discovery. El vehículo se detuvo a las 0:57 horas a la puerta de su casa, abrió el portón trasero y lo cerró a los cinco minutos. Emma Roberts estaba de viaje con sus dos hijos ese día, lo que la elimina como sospechosa.
Todos estos indicios y unos cuantos más llevaron a la detención de Terry Whall cuatro días más tarde. Uno de ellos fue que detectaron la compra a través de Amazon de todos los elementos necesarios, por separado, para confeccionar sus propias flechas. El coche lo había quemado su cuñado, aquel que salió corriendo de su casa cuando llegó la policía en su primera visita. Cuando fue detenido alegó que creía que había sido para timar al seguro.
¿Por qué mató Terry Whall a Gerald Corrigan?
Esta es una pregunta que aún, cinco años después de la muerte, no tiene una respuesta clara. Whall fue condenado a 31 años de prisión, pero nunca confesó. Sin embargo, hay una teoría: fue un encargo, y la cosa se complica un poco más. En el relato asoma un personaje oscuro llamado Richard Wyn Lewis, con antecedentes por delitos diversos, entre los que hay uno recurrente, la estafa.
Al parecer, Richard Wyn Lewis pidió un cobertizo a Corrigan para «unas cuantas plantas de marihuana». Corrigan accedió si compartía con él su especial cosecha. Su pareja, Marie Bailey, padecía esclerosis múltiple y Gerald pensó que el canabinoide la ayudaría.
Wyn Lewis montó una enorme plantación, con la que le robaba electricidad para las luces, y eso parece ser que fue el detonante de un conflicto que acabó en la muerte del profesor retirado. Richard Wyn Lewis fue juzgado y condenado en 2022 por otros delitos. En el juicio se escuchó de boca del juez una frase: «no tiene noción alguna de decencia o humanidad». A juzgar por la condena de cárcel que le cayó, le define. Ninguno contaba con la ayuda de un coche muerto que habló demasiado.