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Stephan Winkelmann, CEO de Lamborghini: «No fabricamos coches, sino sueños»

El primer ejecutivo de la marca italiana vino a Marbella a inaugurar su tercer concesionario en España y charlamos con él

Stephan Winkelmann, CEO de Lamborghini: «No fabricamos coches, sino sueños»

Stephan Winkelmann, consejero delegado de Lamborghini. | Cedida

En tiempos de zozobra, la marca Lamborghini crece como pocas. Mientras la mayoría de compañías automovilísticas se tambalean en la tormenta, los deportivos italianos se venden cada vez más, crecen como nunca y pegan un acelerón con el que están a punto de superar a su rival más encarnizado. THE OBJECTIVE buscó una explicación, y para ello charló con su CEO, Stephan Winkelmann.

Parece un modelo de Valentino. Su traje le sienta como un guante y su figura se reconoce desde lejos como uno de los directivos más elegantes del planeta. Los pantalones con dobladillo tienen la medida exacta, la chaqueta cruzada permanece abrochada pese al calor veraniego de Marbella, y su camisa de manga larga deja ver, entre botones desabrochados, una pequeña colección de pulseras en ambas muñecas y un Rolex Daytona de esfera celeste que marca la hora de Sant’Agata Bolognese.

Baja del coche, procedente del aeropuerto, y llega a las nuevas instalaciones de la firma en la avenida Julio Iglesias. Le escolta su equipo de prensa, desplazado desde el valle de la velocidad italiano para inaugurar el tercer concesionario español tras los de Madrid y Barcelona.

Entra y deja atrás mesas, la instalación de sonido del evento, la barra con el ágape, la pequeña tienda de merchandising, y se dirige hacia las escaleras que llevan a la primera planta. En un acto reflejo, todos le siguen… para llevarse un pequeño chasco: iba al baño. Es humano. El resto también, pero ese día no han hecho un viaje de varias horas.

Sus casi ciento noventa centímetros de altura le permiten ver el mundo desde un poco más arriba. También desde su despacho posee una perspectiva única del sector automotriz y de la enorme transformación que está experimentando.

TO: Señor Winkelmann, usted fue militar, paracaidista. Realizó decenas de saltos. ¿Qué impone más: arrojarse al vacío o dirigir una empresa global bajo constante escrutinio, rendir cuentas, lidiar con los vaivenes de la industria y cumplir expectativas cada vez más altas?

SW: (Gira la cabeza hacia la izquierda, pierde la mirada y sonríe) Fueron dos años. Mochila entre las piernas, arma, casco… a veces caías sobre rocas —enarca las cejas—. Son cosas diferentes. Una es muy física, con mucha preparación, dinamismo y fortaleza mental. Sin duda, te ayuda como experiencia en términos de disciplina, preparación y afrontar dificultades. A eso hay que sumar tu formación académica para asumir responsabilidades. Así que, para mí, todo forma parte de un mismo viaje.

Cuando miras hacia atrás, todo cobra sentido. Cuando eres joven, es difícil entender cómo ciertas experiencias te preparan para el futuro. Mi paso por el ejército fue una especie de entrenamiento, pero también hay que estar dispuesto. Esa disposición forma parte del carácter, de tu educación.

TO: Las ventas de Lamborghini no paran de crecer, el Urus ha sido un éxito y para modelos como el Revuelto o el Temerario hay listas de espera de años. ¿Tiene usted una varita mágica? Es como el Harry Potter de la automoción.

SW: (Ríe) No, no. Lo que tengo es un gran equipo. Trabajo con personas muy experimentadas que saben que formar parte de Lamborghini es un privilegio. Están profundamente comprometidas. Hay mucha emocionalidad en su trabajo, son conscientes de lo que está en juego: superar las expectativas de una comunidad enorme y, por supuesto, de nuestros clientes. Esto también requiere una enorme disciplina.

TO: La industria automotriz china está sacudiendo el mercado global. Europa lideró durante décadas, pero ahora parece quedarse atrás. ¿Qué salió mal?

SW: Hay un cambio en la aceptación de las marcas locales en China. El “Made in China” crece con fuerza en su propio país. Han surgido muchas marcas nuevas en muy poco tiempo. Tienen una base de clientes entusiasta y tecnológica. Se benefician, por un lado, de la innovación en baterías, y por otro, de empresas centradas en el software.

Europa avanza, pero con una base de clientes distinta, tanto aquí como en Estados Unidos. Las grandes marcas deben adaptar su enfoque a cada región. Lo que funciona en Europa puede no hacerlo en Asia o América. Para nosotros, como marca de lujo, es distinto: el “Made in Italy” es deseado en todo el mundo. La clave es que la marca sea una estrella brillante y la tecnología, la más avanzada de su categoría. No necesitamos seguir a nadie. Buscamos nuestro propio camino.

El último modelo de Santa Agata es el Temerario

TO: Muchas normativas europeas parecen más obstáculos que incentivos para los fabricantes. ¿Las considera necesarias, equivocadas o mal comunicadas?

SW: Una cosa son las leyes. Otra es la capacidad real de los fabricantes para desarrollar tecnologías viables. Y otra más es si los clientes están dispuestos a adoptar lo que han decidido los legisladores.

El carro por delante de los bueyes

Y, por supuesto, está la infraestructura: los sistemas de carga, los precios de los coches, la sostenibilidad real de la energía… Hay muchas piezas que deben encajar. Los reguladores han ido más rápido que todos, y eso debe equilibrarse.

TO: Entonces, ¿es una cuestión de tiempo?

SW: Sí, de tiempo, pero también de tecnología. Necesitamos una regulación coherente a nivel mundial. Hoy tenemos que cumplir normativas distintas en cada país. Para un fabricante pequeño es muy difícil; para los grandes, también es un reto costoso.

TO: Usted se viste como un caballero italiano, pero dirige como un general alemán. ¿La mezcla de pasión italiana y disciplina germana es la fórmula de la excelencia o genera fricciones?

SW: No me corresponde juzgar eso. Nací en Berlín y crecí en Roma. Esa mezcla de culturas —la de mis padres, la de mis amigos— es parte de mi carácter. Las primeras dos décadas de la vida son fundamentales. No me siento ni alemán ni italiano. ¿Europeo? Depende de qué Europa hablamos. Pero sí me considero alguien que ha viajado mucho, y eso te enseña a no juzgar demasiado rápido ni superficialmente.

Rejuvenecimiento de la marca

TO: Su base de clientes ha cambiado. Son más jóvenes, más digitales, más globales. Les atraen tanto la conectividad como el rendimiento puro. ¿Cómo se adapta Lamborghini?

SW: Tenemos que hacerlo. Para eso están nuestros ingenieros. Buscamos la excelencia en distintos campos. El coche impulsado por software aún no está aquí en Lamborghini, pero llegará. Se trata de cómo ese software puede mejorar la experiencia de conducción. Porque al final, conducir es lo que define a Lamborghini.

TO: ¿Ha caminado alguna vez solo por la fábrica, cuando todos se han ido? ¿Solo usted, la fábrica y los coches?

SW: Sí, por la noche, en distintas situaciones. Después de eventos, al final de un turno o durante el fin de semana.

TO: ¿Y qué siente en ese silencio, cuando solo se escuchan sus pasos?

SW: Miro los coches y me asombra lo distintos que son, incluso si parecen iguales.

TO: ¿Le invade algún sentimiento particular?

SW: Pienso en la responsabilidad. No solo con los clientes, sino con los empleados y sus familias. Este lugar está lleno de vida. Confían en nosotros. Somos los encargados de que todo funcione, hoy y en el futuro. Es una carga, sí, pero también es lo que me mantiene enfocado.

Conduce a diario un Urus

Stephan Winkelmann no tiene chófer. Conduce a diario un Lamborghini Urus SE híbrido enchufable de casi 800 caballos.

TO: Cuando va al volante de su coche, ¿qué suena en los altavoces: Wagner o Vivaldi?

SW: Por lo general… ¡mi teléfono! (Ríe) Me gustaría oír las noticias, pero las llamadas no paran. Me gustaría oír más el motor, pero no me dejan.

El año pasado, Lamborghini vendió 10.687 coches en 56 mercados, a través de 185 concesionarios. Winkelmann visitó Marbella para inaugurar el número 186, en Puerto Banús. Tras el acto, a petición de los fotógrafos, salió a la calle para posar junto a un Revuelto, un biplaza de 1.015 caballos. Apenas estuvo un par de minutos junto al coche. Con quienes más se detuvo fue con un grupo de chicos que le pidieron autógrafos.

Les firmó camisetas, gorras, teléfonos móviles e incluso una cámara de fotos. Apenas se hizo selfies con los invitados VIP, pero todos los chicos de la puerta se llevaron su imagen junto a Stephan Winkelmann. Todos ellos sueñan ahora con conducir un coche como el suyo, y en cierto modo, con vivir su vida.

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