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Motor

Maserati Grecale, el SUV que se conduce de esmoquin pero con un mono de carreras debajo

Civilizado por fuera, salvaje por dentro, sirve para ir a la ópera y pisar los circuitos en familia

Maserati Grecale, el SUV que se conduce de esmoquin pero con un mono de carreras debajo

El Maserati Grecale.

Allí estaban plantados. De noche, atravesados en mitad de la avenida que da al puerto de Málaga, y dando vueltas sin sentido a grandes zancadas, en un intento de detener a todo vehículo que pasase. En inglés, con un fuerte acento texano, se dirigieron al que estaba al volante al grito de: «¿Puede llevarnos? ¡Vamos a perder nuestro crucero!». Estaban a punto de subirse en un Maserati Grecale para realizar el transfer más rápido y sofisticado de sus vidas.

El SUV italiano es un coche mentiroso. Engaña. No muestra una cara agresiva, sino más bien calmada, sin ángulos exóticos, detalles en fibra de carbono ni alerones imposibles. Es un perfecto caballero italiano, que esconde dentro a un piloto de carreras. Le sientan igual de bien tanto un traje de Canali como un mono ignífugo, los guantes y el casco. Maserati tampoco es una marca para todos. Juega en ese territorio donde el precio se da por sentado y los números solo importan cuando apuntan al rendimiento.

El Grecale, nacido en Módena, con aspiraciones globales y raíces enterradas en la tradición deportiva italiana, ha crecido para convertirse en el modelo más versátil de la marca. Con su edición 2026, pone tierra de por medio respecto a sus competidores con argumentos térmicos híbridos. Aunque en su catálogo habita el Folgore eléctrico, la gasolina sigue siendo el alma de la gama.

Porque el Folgore eléctrico puro y su autonomía homologada de 580 kilómetros se llevan los titulares, pero en el día a día, el protagonismo en el mercado lo siguen teniendo los motores con pistones, cilindros y ruido. Y el Grecale los conserva como eje cartesiano de su propuesta comercial.

La gama arranca con un motor de hibridación suave, con cuatro cilindros y dos litros que desarrolla 300 caballos. Una versión que se presenta como la más lógica —si es que esa palabra puede usarse en un Maserati— para quien busca estilo, ciertas prestaciones y etiqueta ECO en el mismo paquete. El propulsor de acceso combina una entrega muy progresiva, sin patadas, con un consumo razonable. El «básico» se ha convertido en la puerta de entrada a la marca del tridente con un precio alto, pero inferior al que muchos perciben. En palabras de la firma, «el público los coloca en niveles de precio que rondan el doble». Pero no, los Maserati no son baratos, aunque cuestan menos que aquellos con los que se compara.

Por encima del Grecale a secas se encuentra el Módena, también con hibridación suave y una potencia que asciende a 330 caballos. La diferencia se aprecia sobre todo en la forma en que empuja, en la respuesta del acelerador, en cómo el conjunto se vuelve más vivo. El motor eléctrico aporta caballería, pero no se encarga de mover el coche, sino de ayudar al propulsor térmico a bajas revoluciones, cuando el turbo aún no trabaja en su régimen óptimo.

Y en lo más alto de la pirámide térmica está el Grecale Trofeo. Aquí ya no hay espacio para la hibridación ni la suavidad. Lo que hay es un V6 biturbo de 3.0 litros que entrega 530 caballos y transforma el SUV en un auténtico deportivo con carrocería elevada. El motor, derivado del Nettuno que da vida al MC20 —ahora denominado MCPURA—, ofrece un carácter agresivo, una banda sonora reconocible desde la distancia y unas prestaciones delirantes para un coche que mueve toda esta masa. Se planta de cero a cien en poco más de tres segundos y es capaz de alcanzar velocidades propias de deportivos biplaza.

El Trofeo no es solo un Grecale con más caballos. Dispone de suspensiones específicas, frenos Brembo sobredimensionados, diferencial mecánico y una gestión electrónica que permite extraer cada gota de potencia sin perder la compostura. El control al volante gana peso, los modos de conducción se multiplican y hasta el sonido se afina como un instrumento de cuerda.

En cuanto a diseño, el Grecale 2026 no ha necesitado reinventarse. Su silueta sigue funcionando como el primer día, con proporciones justas, líneas limpias y un equilibrio visual que consigue parecer más bajo de lo que es. La parrilla sigue siendo una firma inconfundible y el perfil, con sus nervaduras marcadas y sus pasos de rueda ensanchados, remite a la tradición deportiva de la marca sin caer en la exageración. No es un coche diseñado para aparentar; prefiere la discreción.

Personalización, el gran negocio

Donde sí hay novedades es en la oferta cromática y en la personalización, sobre todo gracias al programa Fuoriserie. La paleta de colores base suma ahora once tonos, con nuevas combinaciones y opciones a medida. El cliente puede elegir entre más de treinta variantes para la carrocería, entre pinturas sólidas, metalizadas, con triple capa o acabados mate. Se añaden nuevos juegos de llantas, pinzas de freno en distintos colores y un nivel de personalización que no busca contentar a todos, sino satisfacer al que paga.

En el interior, el salto cualitativo también es evidente. Maserati ha refinado aún más el habitáculo, con nuevos materiales, combinaciones y detalles que elevan el nivel de acabado sin caer en el barroquismo. Tres nuevas configuraciones de serie y hasta ocho tapizados Fuoriserie permiten crear un ambiente que puede ir desde el minimalismo italiano más sobrio hasta un cuero bicolor que remite a las épocas doradas del automovilismo. El Grecale es un coche que, por dentro, se vive más que se conduce.

En términos tecnológicos, mantiene todo lo que ya ofrecía: pantallas táctiles, conectividad completa, gestión del climatizador desde la aplicación en el teléfono móvil y un sistema de navegación con información predictiva. La novedad principal reside en una mejor integración de los servicios conectados y una optimización del sistema de infoentretenimiento, que ahora responde con mayor rapidez y permite una gestión más intuitiva de todas las funciones del coche.

Los ‘guiris’ aquellos

La charla con los inesperados pasajeros americanos fue breve.

—¿Les gusta la Fórmula 1? —Escucharon en un inglés depurado en las noches de la Costa del Sol.

La mujer, sentada delante, giró su cabeza hacia su interlocutor como disparada por un muelle, abrió sus ojos enrojecidos y cercanos al llanto para exclamar con voz lastimera: «no estamos muy informados».

La respuesta vino acompañada de una sonrisa—. Pues van a conocer a Max Verstappen.

Acto seguido, y tras comprobar que no había tráfico ni peatones en la larga avenida que desemboca en la terminal de cruceros, el motor Nettuno del Grecale Trofeo expuso sus argumentos. Los 530 caballos hablaron y los yanquis llegaron al Allure of the Seas a tiempo. Fue por los pelos, porque los empleados portuarios ya estaban soltando las amarras que atrapaban sus 226.000 toneladas de acero. El exceso hubiera sido acreedor de un toque de atención por parte de los municipales. La pareja ofreció un billete de 50 al improvisado taxista, que fue rechazado. Hubiera servido para pagar la multa. Con toda seguridad, y bien explicado, los agentes hubieran sido condescendientes; el exceso en la ingesta de gasolina por parte del V6 fue por una buena causa.

El Folgore hubiera proporcionado un paseo menos ruidoso, aunque no necesariamente más tranquilo. Con su nueva arquitectura eléctrica, su sistema de tracción desconectable y su sistema de gestión térmica de la batería, es la punta de lanza de una nueva etapa. Pero Maserati no ha caído en la trampa de borrar su pasado. Lo eléctrico convive, no reemplaza. No hay una traición al legado, sino una ampliación del mismo.

Engaña a primera vista

El Grecale es un lobo con piel de cordero. Sus casi dos toneladas se mueven con una agilidad propia de coches de seiscientos kilos menos, ayudado por las suspensiones neumáticas deportivas. Se pueden regular con un botón en el volante, el mismo que hay colocado en el selector de modos de conducción.

Las tres posiciones disponibles son «la tranquila», la GT y la Sport. Esta última provoca un curioso y adictivo efecto: al tirar de las enormes levas de aluminio tras el volante para subir de marchas, el motor hace sonar las típicas explosiones de combustión libre. Cuando se aprecia malamente con las ventanillas cerradas —porque el aislamiento es excelente—, bajas todos los vidrios del coche para poder oírlo. Es más, cambias la trayectoria programada en busca de rectas de carretera abierta donde repetir la jugada.

En cuanto al precio, el acceso a la propiedad de un Grecale arranca por debajo de los 92.950 euros en sus versiones híbridas, mientras que el Trofeo ya juega en una liga distinta, que se va a los 143.150, dependiendo de las opciones. El Folgore eléctrico, por su parte, roza los 113.000 euros como punto de partida. Pero aquí nadie compra un Maserati con el catálogo raso. El cliente medio añade equipamiento, colores, detalles y algún que otro capricho que eleva la factura.

Un contrincante diluido

El rival natural sigue siendo el Porsche Macan, pero el alemán se ha volcado en su versión 100 % eléctrica y sin alternativa con tubo de escape. El resultado es tan frío como eficaz; sin duda es un coche excelente, pero no levanta muchas pasiones. Lo que ofrece el Maserati es distinto. Aquí no se trata solo de cifras, sino de sensaciones. El Grecale no quiere ser el más rápido ni el más vendido. Quiere ser el más recordado. Y en eso, la marca italiana no falla.

Maserati ha apostado fuerte con este SUV, y no lo ha hecho a la desesperada, sino con estrategia. Ha equilibrado su gama, ha afinado su tecnología y ha sabido mantener lo esencial mientras abraza lo nuevo. El resultado es un coche que no se rinde ante la electrificación, que sigue creyendo en la combustión como un acto de placer y que lo defiende con una elegancia que ya no se encuentra en los concesionarios de hoy.

Y aunque el precio no esté al alcance de todos los bolsillos, lo cierto es que pocos coches transmiten lo que transmite este Grecale 2026 al cerrar la puerta, agarrar el volante y escuchar cómo el motor despierta. Ahí no hay algoritmos que valgan, solo emoción. Y un tridente que pincha porque está muy bien afilado.

En el crucero

A la hora de la cena, los dos texanos, ataviados aún como turistas, charlaban en el restaurante Sorrento, situado en la cubierta cinco del imponente navío.

—Menos mal que el tipo ese nos recogió por la calle, porque sin él seríamos unos náufragos —dijo el hombre resoplando.

—¿Y de que marca era ese coche? ¿«Maxverspaten», dijo?

—No, Maserati, Ma-se-ra-ti. Ya he mirado su web. Me gustaría ir al concesionario cuando lleguemos a casa. —Ella torció la cabeza con los labios apretados, pensando en su cuenta bancaria y adivinando el gasto venidero.

—Negro, lo quiero negro mate—dijo con voz queda el norteamericano, con una sonrisa cómplice—. Va a ser la envidia de la urbanización.

La mujer hizo un silencio y antes de volver su mirada hacia su pollo a la Viceroy con guisantes dijo: —De acuerdo, pero como me lleves como el tipo aquel, pido el divorcio.

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