La última tendencia inmobiliaria en América es construir pisos dentro de pistas de carreras
En lugar de alejarse de los circuitos, se trata de vivir dentro de ellos

Apex Motor Club de Arizona.
Hay regalos de Navidad que no caben bajo un árbol. Ni siquiera en un garaje convencional. Y es que cuando alguien decide que dos millones de dólares es una cifra asumible para una experiencia automovilística completa, el resultado no suele ser nada habitual. Es el precio que pide Apex Motor Club de Arizona, un circuito de carreras privado, a cambio de un apartamento sobre sus boxes. Lo mejor es que, de regalo, te entregan las llaves de un McLaren.
A caballo entre una pista de competición y un complejo hotelero de cinco estrellas, el Apex Motor Club ha presentado su «paquete definitivo en experiencias de automovilismo», y se está convirtiendo en una tendencia inmobiliaria cada día más habitual.
La fórmula se está haciendo popular en el país de Donald Trump: ofrecer una experiencia inmersiva en el mundo del automovilismo mezclado con lo habitacional de lujo. Cuando alguien se hipoteca hasta las cejas para comprarse un adosado, suele tener un jardín en la parte de atrás. En este caso, y en zapatillas y pijama, se puede pisar el asfalto de un trazado deportivo a unos pocos pasos del dormitorio.
No se trata de un edificio con nombre de coche, o que se pueda subir el último modelo de Ferrari hasta el salón en la planta cuarentaitantos. Es vivir cada día como si fueras Max Verstappen, desde que te levantas hasta que te acuestas.

El lote incluye algunos detalles que los interesados valorarán. El apartamento, construido sobre el box-garaje donde poder aparcar varios coches, dispone de climatización integral, incluida la zona de los automóviles, un cuarto de millón de dólares en gastos de decoración interior, acompañado de un mono de carreras y un casco personalizados.
De manera añadida, se recibiría una jornada de compras en los establecimientos de la marca Louis Vuitton en Scottsdale, con un crédito de 75.000 dólares para derretirlo en compras. La guinda de esta tarta, el verdadero anzuelo, no está en los acabados ni en los bolsos franceses, sino en un deportivo McLaren a estrenar que viene incluido en el paquete.
La organización no especifica el modelo, pero si nos atenemos al contexto, no parece probable que entreguen un modelo de acceso, «de los baratos». Lo lógico es que sea un 750S o incluso un Artura Trophy EVO, exclusivas piezas de edición limitada que superan sin rubor alguno los 300.000 euros.
La arquitectura del Apex Motor Club de Arizona responde a esa nueva tendencia, casi exclusiva de Estados Unidos, de fundir vivienda, circuito y club social. Sus pisos-garaje no son simples cocheras, sino salones decorados al gusto de los propietarios, donde un Porsche o un Ferrari ocupan el lugar que otros reservan para el piano o la chimenea. A escasos metros, el bramido de los motores no debería ser una molestia sino una banda sonora placentera al oído familiarizado.

Como un añadido más, Flying Lizard Motorsports, el equipo de pilotos profesionales con sede en el propio club, se encargarán de pulir el estilo de conducción de quienes deseen ir más allá de las tandas ocasionales. Sus instructores son excorredores, y los entrenamientos personalizados suman 40 horas, incluidas en el paquete. De ahí se pasa directamente al Apex Challenge, una especie de copa monomarca para ricos con espíritu competitivo. Todo listo para que un aficionado entusiasta juegue a ser profesional sin salir de casa. Si abandona, estrella su coche o se cansa, se va caminando a casa sin más.
Curvas huérfanas
Pero queda algo más. Algunas de las curvas visibles desde el ventanal están disponibles para bautizarlas por el comprador, si es que así lo desea, y lo riega debidamente con un manguerazo de billetes.
Desde su fundación, Apex se ha posicionado como uno de los epicentros del lujo automovilístico más exclusivo del suroeste estadounidense. Inaugurado en 2019 y reestructurado en 2025 tras una inversión de 30 millones de dólares por parte de RJT Capital, su crecimiento ha sido tan silencioso como eficaz. Hoy en día cuenta con dos circuitos que pueden unirse en un trazado de unos 7,2 kilómetros, 48 plazas de garaje residencial ya vendidas y otras tantas en construcción.

Cada apartamento tiene una superficie de 116 metros cuadrados, con entreplanta opcional para crear un segundo nivel de descanso o exposición. Todo climatizado, incluida la zona del box, y con acabados de alto nivel. Algunos compradores no se conforman con una sola unidad, las compran por parejas y eliminan los tabiques que las separan. La opulencia no se oculta, y a menudo llegan en helicóptero desde Scottsdale.
Un modelo en expansión
Este modelo no es único. El pasado 23 de marzo, el piloto español Álex Palou se impuso en la carrera de la categoría IndyCar en la pista californiana de Thermal. La curiosidad reside en que, a diferencia de las pistas convencionales, esta transcurre entre chalets y adosados. El Thermal Club ofrece villas de lujo, servicios de mantenimiento y áreas comunes de una forma similar a como lo hacen las lujosas urbanizaciones que circundan los campos de golf.
Lo de Thermal es más extenso, más sofisticado en su planteamiento urbanístico y con un cierto aroma de club de campo europeo trasplantado al desierto americano. Apex, en cambio, ha optado por una propuesta más centrada en la acción que en la vivencia adjunta. En Miami, el Concours Club fue uno de los pioneros, y cuenta con su propia pista, gastronomía gourmet y un aeropuerto privado.

Otra opción en California, el Finish Line Auto Club, ha replicado este último modelo con un cierto aire retro. Es un espacio para que coleccionistas de coches clásicos tengan su espacio mecánico con acceso a eventos y experiencias compartidas. En Houston, Toy Cave Garages ha prometido un club con simulador de F1, espacio para hasta ocho coches por socio y venta privada entre miembros a través de una app exclusiva.
Una vida rodeada de motores
El auge de estos lugares obedece a un nicho de mercado compuesto de ultrarricos entusiastas del automovilismo. Ya no se trata solo de almacenarlos, sino de exhibir, competir y aprender. Convertir el automóvil no en un objeto guardado, sino en un modo de vida.
La gran distancia con Europa no reside en el asfalto, sino en lo que sucede fuera de él. Mientras en Estados Unidos las legislaciones de estados como Carolina del Norte o Iowa blindan legalmente los circuitos frente a las quejas vecinales, al otro lado del Atlántico la realidad es menos amable.
En España, el histórico Jarama arrastra denuncias por ruidos de quienes, tras comprar una casa al lado de un autódromo, se quejan de que allí corren coches. En Bélgica, Zolder sufre una deriva similar. Lo que antaño era patrimonio del automovilismo hoy se considera una molestia vecinal. Es necesario usar escapes que limitan los decibelios, reducir la velocidad en zonas concretas y los días de competición son limitados.
El modelo estadounidense, en cambio, protege la actividad industrial y económica establecida. El proyecto de ley HB926 aprobado en Carolina del Norte impide que alguien compre una casa cerca de un circuito y después lo denuncie por molestias acústicas. Parece de sentido común, pero en Europa la lógica se aplica a menudo al revés.
Ni necesita publicitarse
La oferta del Apex Motor Club no se anuncia en portales inmobiliarios. Su mercado no es el comprador medio, sino el entusiasta con chequera ilimitada y una pasión para la que requiere una opción como esta. El asfalto dibuja una forma de vida, una en la que el tiempo libre se mide en vueltas, en decibelios y en marcas personales.
Donde antes se afinaba el swing, ahora se regula el alerón. Donde antes se hablaba de hándicap, hoy se discute sobre telemetría. El problema ya no es el precio, sino decidir qué curva llevará tu nombre. «Queridos Reyes Magos, dos puntos…».
