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Lamborghini Temerario, el supercoche que cuesta justo un boleto premiado de El Gordo

No es un coche para ir a hacer la compra semanal pero cualquiera podría llevar un coche de 907 CV

Lamborghini Temerario, el supercoche que cuesta justo un boleto premiado de El Gordo

Lamborghini Temerario.

Lo han hecho, y no era nada fácil. Los Lamborghini de última generación tienen algo de lo que carecen la mayoría de los vehículos: más que dos caras, dos almas distintas y superpuestas. El Temerario de 900 caballos puede usarse como un utilitario por un conductor móvil y como un agresivo coche de carreras capaz de reventar récords en un circuito, y ahí radica uno de sus grandes aciertos.

Este año Papá Noel se ha portado genial: nos ha traído un Lamborghini, y nada menos que un Temerario. La única pega es que no nos lo podemos quedar, tan solo admirar, pero siendo el día de Navidad, es uno de los coches más acertados y celebrables que pueden pasar por esta sección de THE OBJECTIVE.

Dependiendo de su configuración —el Lambo promedio suele llevar 40.000 euros en extras—, un Temerario puesto en la calle cuesta justo lo que un billete de lotería premiado con El Gordo de Navidad: 400.000 euros (antes de que pase la gorra el Ministerio que preside María Jesús Montero). No hay duda de que a esa cifra van a acceder muy pocos interesados, incluso con un décimo premiado, pero todos ellos podrían conducir este coche como si fuera un Ibiza.

Su exuberante potencia es más modulable que nunca, el manejo de un misil como este está muy simplificado, y sus modos de conducción le permiten moverse en modo 100% eléctrico durante unos pocos kilómetros para acceder a centros de ciudades o zonas restringidas. Ahora bien, cuando se pasa del modo Città a Strada, Sport y, al final de la escala, al recomendado para circuitos, el Temerario hace honor a su nombre y es capaz de visitar la barrera de los 340 por hora, velocidades de dimensiones patibularias en la vía pública.

El biplaza destinado a despedir al Huracán y su V10 atmosférico no lo tenía fácil. Para superarlo han recurrido a una nueva arquitectura que abraza con disciplina científica la era híbrida. En Sant’Agata han reinterpretado, con arte italiano y precisión germana, lo que debe ser hoy un superdeportivo de motor central: potente pero eficiente, espectacular pero sensato, y brutal pero educado.

Construido sobre una plataforma compartida con el Revuelto, el Temerario ofrece 907 caballos combinados a través de un sistema híbrido enchufable que integra un motor V8 biturbo de cuatro litros y tres propulsores eléctricos —dos en el eje delantero y uno más entre el motor térmico y la transmisión—. La sección eléctrica se gestiona con la ayuda de una batería de 3,8 kilovatios hora que permite desplazamientos eléctricos cortos y proporciona respuesta instantánea en toda la curva de potencia.

Con nombre de toro indultado en México en 2023, no busca dar la nota y transmite la sensación de ser un Lambo discreto. Al contrario que algunos de sus predecesores, es un coche casi callado; algunos de sus hermanos previos gritaban en parado quiénes eran, sin disimulo. El conjunto no alcanza el dramatismo visual del Revuelto, ni tampoco lo necesita.

Y es en el momento en que se activa el modo Corsa, en la rueda de color rojo muleta de torero que hay en el volante, cuando se desata el infierno en la zaga. El Temerario revela lo que realmente es, sin transiciones teatrales ni efectos; tan solo una respuesta inmediata, feroz y lineal. El motor V8 biturbo de cuatro litros, con cigüeñal plano y bielas de titanio, se alía con tres motores eléctricos para convertir cada centímetro de circuito en una clase de física aplicada.

A bajas vueltas, el motor eléctrico central elimina el retardo del turbo aplicando resistencia al cigüeñal. A medio régimen, los dos motores delanteros tiran del coche como si cada neumático tuviera su propia estrategia. Y cuando todo confluye, cuando el conjunto entrega sus 907 caballos, el empuje es tan progresivo como brutal. Se llega a la línea roja al mismo ritmo al que sube el velocímetro.

Las curvas llegan antes de lo que esperas y es cuando toca echar el ancla. La frenada, con el sistema by wire y la regeneración eléctrica, se las apaña para trabajar de manera conjunta. A cada metro, el coche anticipa lo que vas a hacer, lo mejora y lo ejecuta. No hay trompicones, latigazos, ni pánicos. Solo la certeza de que el chasis, ahora un 24% más rígido que el del Huracán, te acompaña en cada decisión.

Cuerpo aguerrido, alma caritativa

Lo más sorprendente del Temerario no es su velocidad, sino su capacidad de perdonar erratas al escribirle el guion. Llegar largo a la curva, acelerar antes de tiempo o frenar tarde no es un castigo, sino unas segundas manos que brotan de alguna parte y que redirigen el par y ajustan la tracción. Parece casi magia.

Al volante, en la recta principal de cualquier trazado internacional, el launch control hace su magia: acelerador a fondo y el mundo se comprime hacia atrás. De cero a cien en menos de 2,5 segundos, con una aceleración explosiva. Cada cambio de marcha llega con un golpe seco, pero preciso. Con esa clase de eficacia que te deja sin aliento, pero con la sonrisa de quien sabe que acaba de sobrevivir a algo serio.

Llegan las curvas y tu instinto te dice que es hora de levantar el pie, pero el chasis dice que no es necesario. El eje trasero se aploma, el delantero muerde y la vectorización de par hace el resto. No hay subviraje, solo una línea perfecta que sigue al volante como si fuera su sombra. La dirección, eso sí, sigue siendo el único punto grisáceo. Tiene precisión, pero necesita apartarse un poco de los ingenieros y arrimarse más a la poesía. Para quien quiera más, Lamborghini ofrece la versión Alleggerita —aligerada—, con 25 kilos menos y un paquete aerodinámico que duplica la carga trasera.

La conversión a utilitario

Fuera del circuito, la historia es otra. En modo Città, el coche funciona como un tracción delantera de 148 caballos. Suena más a coche eléctrico chino que a glorioso Lamborghini, pero permite moverte en silencio donde el ruido no es bienvenido. En modo Strada, se vuelve casi razonable. La transmisión sube de marcha a 2.000 rpm y, en octava, el coche rueda a 64 km/h como un híbrido de los de ir al Mercadona a por la compra de la semana. Es fácil de conducir. Demasiado.

Sin embargo, cuando la carretera se estrecha y el asfalto se ondula, el Temerario reaparece. El V8 grita por encima de las 6.000 rpm con un timbre agudo, casi metálico, y la aceleración vuelve a ser inmediata. No necesitas pasar de tercera para volar por una carretera de montaña. Ni mirar el velocímetro para saber que vas más rápido de lo que le gustaría a la Guardia Civil.

En comparación con sus rivales, el Temerario juega en su propia liga. El Ferrari 296 GTB es más comunicativo. El McLaren 750S, más ligero. Pero ninguno de los dos perdona tanto. El Lamborghini no es el más afilado, pero sí el más completo. Y aunque su sonido no alcanza las cotas del V10, su manera de entregar potencia hace que esa carencia se diluya con cada curva bien tomada.

Lo han llamado modelo de entrada, pero su precio ronda los 400.000 euros, acelera como un misil y está cargado con más tecnología que un bólido de las 24 Horas de Le Mans. En el fondo, el Temerario no es un coche: es un acuerdo entre el salvajismo y la razón, entre la brutalidad de 907 caballos y la ternura de un coche que no quiere matarte, sino mejorar contigo. Porque si vas a ser temerario, que al menos sea con estilo. Queridos Reyes Magos, dos puntos…

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