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Rosa López y el síndrome del juguete roto

«Rosa López, que en principio parecía la más frágil de todas, ha demostrado estar hecha de un material duro como el amianto»

Rosa López y el síndrome del juguete roto

La cantante Rosa López. | Europa Press

Whitney Houston

Su madre, antigua cantante de soul que no había despuntado muy alto en su carrera, entrena a la niña desde pequeña para que alcance la gloria que ella no obtuvo. La niña pierde adolescencia, fiestas, juegos con sus amigas…

Pero llega.

Llega muy alto.

Cuando se convierte en una estrella, su padre se encarga de su management y sus hermanos de acompañarla en todas las giras.

Son sus hermanos los que le inician en las drogas, drogas que ella necesita porque no aguanta el nivel de presión al que está sometida.

Su padre la engaña y la estafa, llevándose el dinero de toda su carrera. Su madre se niega a admitir que Whitney tiene una novia y prácticamente le lanza en los brazos de un matrimonio desastroso con Bobby Brown, en el que Whitney había entrado a pesar de seguir estando enamorada de su ex. Matrimonio que acaba en divorcio y acusaciones de maltrato.

Fallece a los 48 años, en la habitación de un hotel, víctima de una sobredosis.

Amy Winehouse

Su padre abandonó a la familia y prácticamente no se fijaba en su hija hasta que ella se hizo rica y famosa. Desde entonces, no se apartaba de Amy.

Amy era chubby, rellenita. Una chica guapísima pero que no se adaptaba a los cánones de belleza anoréxica de la época. Desde la compañía de discos le sugieren que debería adelgazar. Así se inicia un camino de bulimia y de consumo de drogas.

Cuando los médicos avisan de que Amy necesita entrar en una cura de desintoxicación, su padre se niega (ella misma lo cuenta en una canción, Rehab). Cuando Amy intenta iniciar una desintoxicación por su cuenta, en la isla de Santa Lucía, su padre se presenta allí, sin avisar, capitaneando a un grupo de cámaras, para hacer un reportaje. Cuando por segunda vez le advierten al padre de que Amy debe necesariamente ingresar en una clínica, su padre y su manager dicen que ella está perfectamente y que debe hacer su última gira, como sea.

Las imágenes de Amy drogada y demacrada en el escenario, apenas incapaz de balbucear una letra que ni recuerda, recorren medio mundo.

Fallece a los 27 años, víctima de lo que se entendió como una intoxicación etílica y que en realidad fue una complicación derivada del consumo de alcohol combinado con la bulimia que sufría.

Britney Spears

Desde pequeña sus padres la inscriben en concursos de baile y de belleza. Finalmente, la niña es elegida para participar en Disney Club, entonces uno de los programas más vistos de Estados Unidos, donde realiza jornadas maratonianas de 12 horas.
Jornadas de baile de 12 horas. A los 11 años.

Después se convierte en la mayor vendedora de discos de Estados Unidos, apenas cumplidos los 16.

Siguen 10 años de carrera fulgurante.

Cuando finalmente todo este trajín le pasa factura a su salud mental y Britney sufre un brote psicótico, el padre aprovecha para hacerse con su tutela.

No se sabe exactamente cómo lo consigue (una entiende que debió haber un soborno de por medio), pero la jueza decreta un «conservatorio», una figura legal que en Estados Unidos se reserva para personas incapacitadas o con enfermedades graves, que no pueden hacerse cargo de sí mismas.

Merced a dicha figura legal, Britney no puede tener hijos, ni casarse, ni siquiera salir a tomar una hamburguesa sin el consentimiento del padre, que –para colmo– pincha todas sus conversaciones.

Aunque se suponía que se trataba de una medida de carácter temporal, el conservatorio se ha mantenido durante 13 años en los que la artista ha actuado, publicado discos y protagonizado un espectáculo millonario en Las Vegas entre 2013 y 2017, a veces en contra de su voluntad.

Durante ese tiempo, se calcula que Britney ganó 138 millones de dólares que fueron gestionados por su padre.

Una fortuna sorprendente para que la haya generado una persona que teóricamente no se podía valer por sí misma.

Tras 13 años en los que ha sido una reclusa en su propia casa, Britney ha ganado la batalla legal contra su padre y ha recuperado el control de su vida.

Marisol

Cuando la niña es muy pequeña, sus padres la ceden a un empresario para que se la lleve de gira con un grupo de niños por España. La amante del empresario le pega tales palizas a la cría de siete años como para que tuviera cardenales negros por todo el cuerpo: «Me sacudía como a una estera», contaría más tarde Marisol adulta.

Cuando la pequeña regresa a su casa y la abuela ve con sus propios ojos el estado de la niña, se desmaya.

Después de aquello, la tutela de la criatura se la ceden a un productor que se la lleva a vivir a su casa, que le cambia el nombre, que apenas le permite ver a sus padres y que también pincha todas sus conversaciones.

A los 15 años, se le diagnostica a la antaño niña Josefa, ahora la estrella Marisol, una úlcera debida al estrés. La niña rueda películas, hace conciertos, presentaciones en tiendas de discos, actuaciones privadas ante ministros y empresarios… y viaja por toda España y parte del extranjero.

Quizá llevada por un síndrome de Estocolmo, la niña accede a casarse con el hijo del afamado productor, matrimonio que obviamente no dura mucho.

Se divorcian tres años después, ella inicia una carrera por sí sola, le cuenta en una entrevista a Paco Umbral que ha sufrido abusos sexuales de niña, por parte de un fotógrafo, en la casa del afamado productor, y revela una infancia digna de novela de Dickens.

Se afilia al Partido Comunista, posa desnuda cuando aquello suponía aún un motivo de escándalo, se casa con el bailarín Antonio Gades e intenta suicidarse cuando él le abandona.

Hoy es una abuela feliz, que no posee la fortuna que debería haber ganado, fortuna que fue prácticamente integra a manos de su productor.

«Cuando era actriz no me quería, ahora sí me quiero». Una frase confesada sus allegados y que quizá debería aparecer en su epitafio.

Rosa López

A los 13 años canta un tema de Whitney Houston (apréciese la ironía del destino) en una boda, mano a mano, con su tío. A partir de entonces, empieza a amenizar con su arte bodas, bautizos y comuniones y a cantar en orquestas, a 15.000 euros la actuación.

15.000 euros que no van a una cuenta a su nombre, sino que se destinan a la familia.

Se presenta al concurso Operación Triunfo y se inicia un espectáculo en el que cada semana se le pesa en público para ver cuánto había adelgazado.

Un espectáculo humillante para ella, vergonzoso para todos aquellos que lo presenciamos sin darnos cuenta de la barbaridad que estábamos viendo, y que hoy, cuando somos conscientes de lo que vimos, nos abochornamos porque nos sentimos cómplices.
Su padre deja su trabajo para gestionar las finanzas de su hija. Se convierte en su manager. De nuevo, el dinero va para toda la familia.

Rosa perdió la voz durante ocho meses, nunca se supo bien si por una crisis de ansiedad o por un boicot por parte de alguien dentro de su propio equipo, que le administró un corticoide.

Rosa acabó con problemas de ansiedad, insomnio y depresión.

Niñas prodigio, juguetes rotos

Podría seguir con Rita Hayworth, Judy Garland, Nina Simone, Rocío Jurado, Mara Wilson, Demi Lovato, Selena Gómez, Brenda Fassie, Nathalie Cole, Brittany Murphy, Lindsay Lohan, Tina la de las Grecas…. Y un larguísimo etcétera.

La lista es inacabable.

Si los adultos en muchas ocasiones no somos capaces de soportar la presión, para las niñas y adolescentes es mucho más complicado, porque no cuentan con herramientas psicológicas para gestionarla.

Niñas y adolescentes que sufren un estrés continuado, quemadas, cansadas ansiosas…

Sometidas a una sobrexposición pública. Angustiadas y en constante actividad.

Niñas manipulables, serviciales y dispuestas a agradar.

Aisladas socialmente porque no conocen los juegos normales de una niña de su edad.

Niñas a las que la fama, que llega tan repentina, les coloca de pronto en un escaparate como si fueran el juguete de moda.

Niñas objetos que crecen y se convierten en juguetes anticuados o rotos, que se tiran a la basura sin compasión.

Rosa López, que en principio parecía la más frágil de todas, ha demostrado estar hecha de un material duro como el amianto y poseer una capacidad de superación realmente impresionante, una resiliencia a prueba de bombas y un más que refrescante sentido del humor.

Quizá, después de haber visto a Rosa, nos planteemos si hacer un programa en el que se pesa a una jovencita en público para comprobar si ha adelgazado no es simple circo romano.

Quizá nos planteemos si decirle a una chica «no te preocupes que esto te lo gestiono yo» no es negarle su autonomía y cuestionar su inteligencia.

La lección que nos ha dado Rosa debería hacerle reflexionar a tantos padres que quieren que su hijo o su hija se convierta en un niño prodigio: ¿merece la pena someter a alguien a tantísima presión para conseguir el brillo pasajero de una fama que se va tan fácil como vino?

Es curioso porque, y lo digo porque lo he vivido, el peso de la fama parece muy ligero al principio, te crees que te pone alas en los pies… Pero con el tiempo cada vez se hace más pesado y difícil de cargar.

Lo paradójico es que el día que la pierdes te pesa más todavía, porque te ha dejado un hueco en el alma.

Un hueco que duele porque no te dio tiempo a llenarlo con experiencias reales del día a día, solo con promisorios cantos de sirena que luego no se materializan ni en autoestima, ni en seguridad, ni en confianza.

Solo en vacío.

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