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Amy Winehouse: vulnerabilidad, relaciones tóxicas y biopics revanchistas

Amy Winehouse: vulnerabilidad, relaciones tóxicas y biopics revanchistas

Antes de morir, Amy Winehouse le confesó a un periodista que quería ser recordada como una pionera. “Tengo todo el tiempo para lograrlo y eso me entusiasma. Me sobran años para hacer música”, comentó. Porque ella no quería morir. O al menos eso es lo que le dijo a su médico el día anterior a su triste desaparición, ocurrida el 23 de julio de 2011 en su apartamento londinense. ¿La causa? “Intoxicación aguda por alcohol agravada por su enfisema pulmonar y varios años de bulimia”, recuerda la escritora Susana Monteagudo en Amy Winehouse. Stronger Than Her (Lunwerg), la primera biografía ilustrada de la artista británica, escrita por la propia Monteagudo e ilustrada por María Bueno, conocida en redes sociales como Pezones Revueltos.

La talentosa Amy, nacida en el seno de una familia judía afincada en el suburbio londinense de Southgate, creció con un padre infiel y ausente, algo que marcó su infancia, y mamó la música desde pequeña. “La mezcla de rap, pop y rhythm and blues de Salt-N-Pepa y TLC cautivaron a la niña de nueve años que más tarde se rindió a los Beastie Boys, Missy Elliott, Slick Rick, Nas y Mos Def, de quienes tomó la rudeza y la explicitud de sus letras”, asegura Monteagudo en el libro.

Desde niña mostró ya rebeldía e inteligencia y, siendo apenas una adolescente, empezó a componer algunas canciones y logró entrar en la National Youth Orchestra. Poco después consiguió que uno de sus compañeros de aula enviara una grabación suya a una agencia de management vinculada a Simon Fuller —mánager de las Spice Girls—, que acabó fichándola en 2002 tras quedar cautivado por su profunda y conmovedora voz. La joven abandonaría entonces los estudios y empezaría a actuar con la citada orquesta en distintos clubes de Londres.

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Imagen vía Editorial Lunwerg.

Tras lograr fichar con Island Records, Amy empezó a trabajar en el que se convertiría en su álbum de debut, Frank —en honor a Sinatra—, publicado en Reino Unido en octubre de 2003. Aquel trabajo, producido por Salaam Remi, era una mezcla de jazz, pop, soul y hip hop, y contenía trece temas en los que la cantante hablaba, en gran medida, del desengaño amoroso que acababa de experimentar con quien fuera su primer novio, el periodista Chris Taylor.

Frank cosechó buenas críticas y obtuvo varias nominaciones a los Brit Awards y los MOBO Awards, aunque no se hizo con ningún galardón. Después de promocionarlo, Amy conoció en un pub del céntrico barrio de Camden —al que se mudó a los dieciocho años— a Blake Fielder-Civil, un joven propenso a las adicciones que trabajaba como auxiliar en una productora de videoclips y de quien se enamoró rápidamente. La pareja se casó a escondidas en Miami en mayo de 2007.

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Imagen vía Wikipedia.

Aquella relación, con idas y venidas constantes, fue tan intensa como tóxica, y llevó a Amy a refugiarse en el alcohol. Su representante intentó convencerla para que acudiera a un centro de desintoxicación, pero la cantante se negó inicialmente a asistir a rehabilitación —anécdota retratada en el tema Rehab—, convencida de que su adicción era algo temporal. A principios de 2006, Amy rompió su vínculo con la agencia que la representaba y firmó con Raye Cosbert de Metropolis Music.

La joven empezó a trabajar en su segundo álbum, Back to Black, que se gestaría entre Nueva York y Miami. Una vez más, Amy utilizó la música como medio de catarsis, sacando a la superficie emociones negativas reprimidas, complejos y traumas de infancia. La británica se consolidó como genial letrista y cambió totalmente de look —apareciendo a partir de ese momento con su característico moño alto y cardado— para ese segundo disco, que fue número uno en una veintena de países y se hizo pronto con el mercado popular, vendiendo veinte millones de copias en todo el mundo. Pero Amy, que fue la primera sorprendida por aquel exitazo, no pudo disfrutar del asunto como hubiera deseado porque acababa de perder a su abuela Cynthia y atravesaba un momento personal delicado.

Su vida experimentaría un declive progresivo a partir de entonces. Amy sufrió su primera sobredosis en agosto de 2007, aunque accedió a ingresar junto a su esposo en un centro de desintoxicación ubicado en la isla de Osea, donde solo sería capaz de permanecer durante tres días. Eventualmente Blake terminaría en la cárcel tras ser detenido por obstruir el curso de la justicia.

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Amy Winehouse en el festival Virgin en Pimlico, Baltimore en 2007. | Foto de Greg Gebhardt vía Wikipedia bajo licencia CC 2.0.

Detrás de su imagen de chica aparentemente fuerte, se escondía una persona bastante vulnerable e insegura. Amy sabía que Blake no le convenía, pero sufría una enorme dependencia emocional y estaba dispuesta a morir por él si hacía falta. Perseguida y ridiculizada por la prensa sensacionalista —llegó a lograr una orden judicial contra los paparazzi que la acosaban brutalmente— y sintiéndose totalmente sola sin su pareja, volvió a caer en sus adicciones y tuvo que cancelar una serie de conciertos programados para finales de 2007 por prescripción médica.

En enero de 2008 volvió a ingresar a una clínica de desintoxicación, con la intención de poder obtener un visado que le permitiera viajar a Estados Unidos para asistir a la ceremonia de los premios Grammy, donde su disco contaba con seis nominaciones —de las que acabó ganando cinco galardones—. Pero la cantante no logró superar el análisis que se le realizó para comprobar si estaba limpia, y tuvo que celebrar aquel triunfo desde un estudio de Londres y en conexión por satélite con Los Ángeles.

Incapaz de centrarse en la preparación de su siguiente disco, Amy tomó la decisión de abandonar Reino Unido para tomarse un prolongado descanso en el Caribe. Allí, la cantante vivió un romance con un apuesto joven —Blake le pediría el divorcio después de ver unas imágenes de Amy con ese chico— y volvió a Inglaterra con las pilas (aparentemente) cargadas. La de Enfield puso entonces en marcha su propia discográfica, Lioness, y comenzó una historia de amor con el director de cine británico Reg Traviss —con quien mantendría una relación más o menos estable hasta su muerte—. Sus seguidores pedían a gritos la grabación de un nuevo disco, pero la cantante parecía poco inspirada para componer.

En mayo de 2011, Amy ingresó por enésima vez en una clínica de rehabilitación londinense para tratar su adicción al alcohol y poder hacer realidad su anunciada vuelta a los escenarios. “Las instrucciones para su equipo eran precisas y se pedía a los hoteles que no tuvieran bebidas alcohólicas a su disposición. Pero la primera de ellas, el 19 de junio en Belgrado, fue un absoluto desastre”, apunta en su libro Monteagudo. Un mes más tarde, aquel aturdimiento y evidente estado de embriaguez mostrados por la cantante sobre el escenario de la ciudad serbia condujo a su fatal desenlace.

La muerte se llevó a Amy a los veintisiete años como a Jimi Hendrix, Janis Joplin y Kurt Cobain. La londinense fue idolatrada en vida y, según apunta Monteagudo, su súbita pérdida no hizo más que acrecentar el mito”. Tanto es así, que su vida fue llevada al cine por Assif Kapadia, director de un duro y emotivo documental, Amy (2015), que retrataba a la artista como una víctima de la codicia de su entorno. Aquello obtuvo varios premios, pero molestó bastante a su padre, que no salía muy bien parado en él y hace solo unas semanas anunció que ya ha puesto en marcha la realización de una nueva película biográfica sobre su hija. Aunque de momento se desconoce quién está detrás del proyecto (ni cuándo verá la luz), Mitch Winehouse adelantó hace poco en una entrevista concedida a NME que es algo que espera con ansias: “Volver a presentarle a la gente a Amy, pero a la verdadera Amy. La que quería a la gente y a la que la gente de su entorno quería. Una verdadera imagen positiva de Amy».

Solo queda ver si ese nuevo biopic resulta un trabajo fidedigno a la verdadera historia de la artista o si funciona como un simple lavado de imagen (de Mitch y compañía) de cara al público.

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