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Opinión

Cultura y espectáculo

«La cultura ha ido perdiendo presencia en las páginas de la prensa en favor del entretenimiento. Es decir, del espectáculo o del morbo»

Cultura y espectáculo

El ministro de Cultura, Miquel Iceta. | Europa Press

La cultura siempre ha tenido un difícil encaje en los periódicos. Ha sido alojada en la llamada parte de atrás (back of the book), como si estuviera destinada sólo a aquellos que comienzan a leer los diarios por el final. Rara vez merece los honores de la portada o incluso la entidad necesaria  para ser objeto de posicionamiento editorial o de comentario de columnistas. La cultura siempre ha sido un incordio, un jarrón chino para compensar la solemnidad y la aridez de las heavy news -política, economía-, donde los periódicos se juegan su razón de ser.

Muestra de ello es la diversidad de denominaciones utilizadas para englobar las noticias culturales. Cualquiera diría que se necesita  un cajón de sastre donde ubicar lo superfluo. Cultura y Artes,  Cultura y Espectáculos, Cultura y Sociedad, Cultura y Estilo de Vida, Cultura y Entretenimiento y, en el mejor de los casos. Cultura a secas. Las secciones semejan un trastero donde sobreviven los objetos supuestamente valiosos a la espera de una soñada utilidad. 

Hubo un tiempo en que las redacciones libraban encendidas contiendas sobre qué es cultura y qué no. ¿El  Circo del Sol es cultura? ¿Los musicales son cultura? ¿La gastronomía es cultura? ¿Los toros son cultura? Más de una vez la lidia acabó en la sección de deportes. Durante la República, no fueron pocos los periódicos que incluso renunciaron a la información taurina por considerar que restaba seriedad a sus cabeceras. Incluso en la Transición, un diario de gran tirada la obvió hasta que la demanda obligó a la rectificación.

«Parece que nadie se acuerda de la cultura hasta la muerte de una celebridad»

Con el tiempo,  la cultura ha ido perdiendo presencia en las páginas de la prensa en favor del entretenimiento. Es decir, del espectáculo o del morbo. Parece que nadie se acuerda de la cultura hasta que la muerte de una celebridad hace saltar las alarmas en las redacciones. ¿Cómo no vamos a hacer un despliegue con la muerte de Marías o  de Godard?  La duda es si acabamos haciendo el despliegue por sus méritos culturales o porque eran polémicos o habían muerto en una circunstancia tan insólita  como un suicidio asistido.

Las presentaciones de libros de figuras mediáticas, la exposición con escándalo, o la ópera del semiclausurado Plácido Domingo acaparan el espacio destinado a la cultura. No por su importancia artística, sino porque se utilizan como armas de lo que se ha dado en llamar guerra cultural. Oxímoron que le hace un flaco favor a la cultura y le resta vileza a la guerra.

«El artista ha perdido importancia en cuanto emisor de un discurso serio»

Qué razón tenía el añorado Manuel Vázquez Montalbán cuando decía aquello de que «quienes crean cultura no son los ministros del ramo, sino los de economía». Baste recordar las muy elogiosas palabras de Miquel Iceta dirigidas a los usuarios de la red social de moda: «El gran mérito que tenéis los tiktokers es que os hacéis importantes para mucha gente; interesa saber vuestra opinión. Si vosotros recomendáis un libro, una película, un espectáculo, la gente tiende a ir porque se fía, porque confía…»

La situación actual la explicaba de forma meridiana Ramón Andrés, director de los muy interesantes Encuentros de Pamplona 72-22. «Todo el sistema está destinado precisamente a que la cultura sea un mero entretenimiento, ocio, y el artista ha perdido la importancia en cuanto a emisor de un discurso serio. No es tomado del todo en serio: es alguien que entretiene, y es algo que entre todos tenemos que evitar». 

Ya da igual cómo llamamos, o dónde alojamos, las secciones de cultura. Porque no hay secciones en el totum revolutum de la prensa digital. La mayoría de las veces, sólo nos encontramos una sucesión de noticias sin fin, en las que manda la más fuerte, es decir, la que más clics proporciona. Lo que no da igual es que los periodistas -y los políticos- nos olvidemos de la cultura. De la cultura como la definía Natalia Ginzburg: «El abanico de caminos que puede recorrer el ser humano en su búsqueda de la verdad sobre sí mismo y la existencia del hombre».

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