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Opinión

Fue cosa de cinco minutos

«En mitad de la prisa actual, muchos de nosotros llegamos tarde por no saber regalarnos esos cinco minutos que deberíamos tener en cuenta para todo»

Fue cosa de cinco minutos

Fue cosa de cinco minutos. | Unsplash

En cinco minutos cambia una vida entera, aunque pueda seguir igual por cinco minutos también. No se trata únicamente de las veces que uno se cruza con alguien, ve algo o simplemente, casi ocurre eso que por cinco minutos hubiese sido distinto de lo que fue. Enrique Jardiel Poncela en su libro Máximas Mínimas, editado en pleno choque fraternal en 1937, dejó escrito que «la casualidad es la décima musa», porque son demasiadas veces las que ésta, la casualidad, es la responsable de las cosas que nos suceden. Pero, ¿cuánto tenemos nosotros que ver con esos cinco minutos en los que estiramos o acortamos la casualidad? Somos una pieza más de ese azar que no tiene explicación alguna, responsables de esos cinco minutos en los que pudimos convertirnos en algo que al final no fuimos. 

Salí y me crucé con tal que me dijo cual. O me topé con la persona con la quiero pasar el resto de mi vida o tan sólo la tarde que resta, qué más da, si el caso es que tropecé con ella y todo se hizo a raíz de ese encuentro, que en cinco minutos hubiera podido ser distinto de lo que hasta ahora tuviste: un chico que conociste en un bar, un coche que derrapó cuando pasabas por su misma calzada, una maceta que cae borracha de agua porque la llenaron demasiado y terminó por romperse sobre tu cabeza…; son demasiadas veces las que casi nos pasa algo comparado con las tantas que sí nos ocurre, pero en esos cinco minutos, la vida te regala la suerte de dominar la casualidad. Y ahí sí que existe un universo paralelo, una vida distinta de la que tuvimos, o mejor, cientos de vidas ajenas que no fueron porque no nos cruzamos con esa persona, ni nos embistió el coche, ni nos reventó la maldita maceta. 

En mitad de la prisa actual, muchos de nosotros llegamos tarde por no saber regalarnos esos cinco minutos que deberíamos tener en cuenta para todo, ya sea pedir un café, esperar el bus, o dejando que la historia sobre el niño que le pinchó la pelota en el patio nos la terminen de contar. Nos debemos menos prisa, más detalle y más atención, sabiendo que esos cinco minutos que le regalas al de enfrente, en realidad, te los estás regalando a ti mismo.

Muchas veces pasa que reconocemos al azar. Suele ocurrir en las malas noticias, aunque también en las buenas sabemos que fue mérito suyo. A quién de ustedes, lectores, no les cambió la vida ir a la fiesta aquella a la que no pensaban ir si no le hubieran insistido y de golpe, zas, conocieron al hombre o a la mujer de su vida. —Pues ni siquiera pensaba venir porque no tenía ganas de nada— pero fueron, y entonces todo cambió, la tristeza se hizo ilusión y las lágrimas secaron dejando todo recién sembrado. Y de todas las cosas injustas y putas que tiene la vida de pronto se vuelven menos dolosas e incluso agradables. Fueron cinco minutos lo que tardaron en decidirse, para bien o para mal. 

«No dejo de intentar darme cinco minutos más ante cualquier cosa antes de tomar una decisión, o simplemente fijarme un poco en lo que me rodea»

Nuestra vida la construimos a base de encuentros, de esfuerzos y penas que nos azotan como un vendaval llegando a puerto. Muchos de esos vientos son aleatorios y no se pueden predecir, como tampoco se puede saber lo que ocurrirá mañana o pasado. Vamos por la vida como marionetas de los tiempos que nos exigen otros, un escenario lleno de dobles y triples que nos hacen tal y como somos, pero no dejamos de ser los dueños de nosotros mismos, de nuestros cinco minutos que deberían ser de obligado cumplimiento para todos. 

A menudo pienso qué hubiera sido de mí si hubiese tomado otras decisiones. Fue un día que no contesté el teléfono, otro que estaba algo más cansado y decidí, sobre cualquier otra circunstancia, no salir de casa haciendo caso omiso del plan al que todos los demás fueron: ese concierto al que no quise asistir, esa tarde que estudié menos, o el paseo que de noche me hizo recorrer caminos con bandidos a los dos lados del margen. Puede que fuera otra persona la que me acompañara entonces, o quizá seguiría hecho un crápula del azar, quién sabe. Esa frase anónima tan poderosa que dice, «la teoría es cuando se sabe todo y nada funciona; praxis, cuando todo funciona y no se sabe porqué». Pues ya que renunciamos a todas esas otras vidas, no permitan que ahora, en la suya propia, no dispongan de cinco minutos para saber mejor lo que quieren. Por ustedes y por los demás. 

Debe haber un cajón inmenso con todo eso que no llegamos a ser finalmente, con todas esas vidas que no tuvimos, con las personas que no nos cruzamos. Sea como fuere, no dejo de intentar darme cinco minutos más ante cualquier cosa antes de tomar una decisión, o simplemente fijarme un poco en lo que me rodea. En cinco minutos la vida puede cambiar para bien, para mal o para peor, pero intento con todas mis fuerzas que el azar sea el que menos intervenga en mis decisiones. No es mucho tiempo, ya lo saben. Bastante tenemos con todo lo demás. 

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