Un gorrón en el Bribón
«Viviendo de gorra en Abu Dabi, viajando de gorra, quedándose de gorra en Galicia, al menos pone su velero, con ese nombre que es toda una declaración»
Don Juan Carlos es un gorrón. Y lo ha sido toda la vida, solo que antes lo disimulaba porque hacía labores de jefe del Estado que parecían compensar de cara al público todo lo que recibía por parte de los presupuestos asignados a la Casa Real. Pero recibía mucho más de lo que creíamos, porque desconocíamos que su reconocida campechanía escondía una tremenda facilidad para las comisiones y las defraudaciones. Supuestamente.
Ahora, sin los ingresos públicos y sin tirar tampoco de su propia cartera, descubrimos que don Juan Carlos tiene caprichos caros a los que le invita ‘su círculo cercano’, una nueva entidad de la que poco o nada sabemos los mortales pero de la que los periodistas tiran como fuentes fiables de primera mano. Por cierto, ya que hablamos de fuentes, en Una vida Bárbara, Bárbara Rey, la vedette y examante del que fuera Rey de España, ha obrado el milagro de pasar de ser innombrable a ser una de las más fiables: «Se creía intocable», le despacha embriagada de karma.
Recordemos que, ya sin corona ni reino, fue deshonrado por las investigaciones de la Fiscalía Anticorrupción, que le atribuyeron delitos por valor de 56 millones de euros y humillado por su examante, Corinna Larsen, que destapó un regalito de 65 millones de euros transferidos a su cuenta en un paraíso fiscal. Menudo pedazo de sugar daddy estaba hecho el Emérito, pero ni en eso cumplió como debía porque no se puede ir pidiendo a tu sugar baby que te devuelva un dinero que estaba destinado a ser gastado en caprichos. Claro que 65 millones dan para muchos caprichos.
Demasiados, todo hay que decirlo. Y en la naturaleza del personaje no entraba la idea del regalo sino, al parecer, la del blanqueo de capitales, que es una figura menos romántica pero mucho más agradecida para sí mismo de cara a su dorada jubilación. A Corinna le había prestado un millón y medio para que se comprara un chalet en Suiza, pero ella le devolvió el dinero con un 4% de interés: el banco Juan Carlos I le hizo un descuento fiscal de 20.000 euros. Todo un detalle. Eso es amor del bueno y no el que tenemos los plebeyos.
Su exilio dorado le ha llevado a Abu Dabi, en Emiratos Árabes, donde reside en una mansión de once millones de euros situada en la exclusiva isla de Nurai. El Emérito tiene tres ayudantes de cámara, dos miembros de seguridad, un fisioterapeuta y un entrenador personal. No paga un duro por su estancia ni por los servicios que recibe. Está invitado por la familia real de Abu Dabi. Incluso tiene atención médica del equipo personal del príncipe Mohamed bin Zayed Al Nahyan. La mansión, de 1.700 metros cuadrados, dispone de seis dormitorios, piscina infinita, cine privado y helipuerto. Todo gratis, por los servicios prestados. No es de extrañar que decidiera quedarse a vivir para siempre.
Pero hasta del paraíso se cansa uno. En parte por diversión y en parte para provocar a su hijo, Felipe VI, porque ya es la segunda vez que le gasta la misma broma de mal gusto, se presenta ahora en Sanxenxo para ir de regatas. ¿Le pagará alguien el viaje en avión privado? Pues lo más probable es que los gastos de fletar el Bombardier Global 5000, de Royal Jet, hayan corrido por parte de su propietario, su alteza el príncipe Sheikhn Mohamed Bin Hamad Bin Tahnoon Al Nahyan.
Primera escala en Londres, donde nos hicieron creer que iba a visitar a Carlos III mientras Buckingham Palace se encargó de desmentir las veces que hiciera falta que se hubiera producido encuentro alguno (brutal el tratamiento que don Juan Carlos ha recibido por parte de la prensa británica, con insultos y desprecios), quedándose todo en una visita a unos amigotes ricachones, posibles futuros ‘pagafantas’, en el club Oswald de Mayfair, y de ahí al estadio de Stamford Bridge para ver el encuentro entre el Chelsea y el Real Madrid; segunda escala, Vigo, para partir hacia Sanxenxo, donde le ponen casa, vive a mesa puesta y puede jugar a los barquitos con ‘su círculo cercano’.
Viviendo de gorra en Abu Dabi, viajando de gorra, quedándose de gorra en Galicia, al menos pone el Bribón, su velero, atracado en el Real Club Náutico, luciendo ese nombre que es toda una declaración de principios.