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Opinión

Sindicatos S. A.

Nada tan eficiente como una amenaza a tiempo, una transferencia de dinero y a seguir tocándose los huevos como vienen haciendo desde el cambio de milenio

Sindicatos S. A.

Los sindicatos hace tiempo que dejaron la calle por el despacho y los derechos por la nómina. | Europa Press

Una frase anónima decía que «una de las dificultades que afligen al mundo actual es que hay muchas personas dispuestas a meter su cuchara, pero pocas inclinadas a ayudar a hacer la sopa».

Recuerdo de imberbe algunos días en los que la calle ardía en llamas: bocinazos, piquetes, banderas, manifas; los trabajadores se enjutaban en la defensa de los derechos de hombres y mujeres, y se ajustaban cuentas con la avaricia de algunos empresarios que generalmente cedían un trocito de parcela para construir una sociedad mejor. Pasaba una o dos veces al año, generalmente cuando gobernaban partidos más conservadores, aunque también se tiraba de las orejas a los partidos más cercanos a la izquierda. Hace tiempo que dejaron la calle por el despacho y los derechos por la nómina. Los sindicatos lucen hoy una privatización que se asemeja más a la comodidad y la mariscada. El derroche del dinero que les han regado y claro,  ¿cómo vamos a echarnos a la calle si es el día de descanso? Son sociedades anónimas del lucro incesante. 

Durante esta legislatura los sindicatos han recibido más de 215 millones, dinero que sale de los impuestos de los trabajadores a los que dicen representar. Sin embargo, ese engaño al que nos han tenido acostumbrados ya no cuela, sólo se manifiestan por y para ellos, y nunca han estado más lejos de la realidad como en estos días. 

Hay un halo romántico en eso de los derechos de los trabajadores, una especie de épica heredada de cuando el capataz era un ogro con pelos en la cara que se comía a los empleados. Esa lucha de conseguir currar las ocho horas semanales, que por cierto, viene del siglo XIX, en concreto de Chicago, dónde además palmaron 8 de los manifestantes por la represión policial, fue hace más de ciento veinte años. Pero ahí siguen, agitando la memoria de la gente, apabullando con sus lemas y diretes, resucitando los sentimientos que quizá sus abuelos sufrieron, pero que no se ampara en la realidad que vivimos. Ahora Iñigo Errejón abandera la lucha por trabajar cuatro en vez de cinco días. Sabe tan bien como nadie, que ese es un lujo que sólo se pueden permitir los que reciben la paguita puntual de dinero público. Los demás, amigo Iñigo, necesitamos trabajar ocho días de siete para seguir financiando vuestro tren de vida, majo. 

«Madrid apesta hoy a tronco de cigala»

Madrid apesta hoy a tronco de cigala, como bien escribe Jesús Nieto en ABC. Pero ahí siguen dándole a la matraca del derecho como si esto del laboro fuera una partida de póker, son especialistas del burle, la baraja y el envite. Nada tan eficiente como una amenaza a tiempo, una transferencia de dinero y a seguir tocándose los huevos como vienen haciendo desde que cambiamos de milenio, porque hace mucho tiempo que los sindicatos se convirtieron en multinacionales de la mentira, consejeros de cajas que nos hundieron en la crisis del 2008, dónde compartían mesa, tarjeta y paga extra con el Presidente del Gobierno, por cierto. ¿Cómo se come que el que nos manda fuera consejero de Caja Madrid? ¿Se han olvidado de cuándo Moral Santín sacaba 1000 euros cada tres minutos a las seis de la mañana para irse de parranda con las tarjetas black? Ahora aparecen los rubios de bote a decirnos que debemos subir el salario mínimo, que debemos trabajar cuatro días a la semana y no sé que más bobadas mientras 1 de cada 3 personas vive en la pobreza aunque trabaje. Y la gente se sigue creyendo estas máximas risueñas, que tiene todavía más delito sí cabe. 

Vosotros, queridos políticos de la mentira y la falacia, estáis arruinando a la gente y al país. Habéis convertido en privado lo público, porque trabajar para el Estado es la nueva forma de emprender. Y la más fácil para forrarse. No hay nada tan alejado de los derechos de los trabajadores que vosotros, que encima venís a dar lecciones al bajaros del coche oficial por mucha zapatilla deportiva que os pongáis en los pies. Uno, que otrora pensaba en ser funcionario, notario o fiscal porque además de estudiar como un loco garantizaba su estabilidad, añora se reparte chiringuitos de Comisiones Obreras —que alcanza ahora su significado real— la UGT, o el partido de turno porque pase lo que pase, siempre existirá algún autónomo al que matar de hambre para seguir escalando a su costa. 

La decadencia de las civilizaciones siempre coincide con este tipo de circos. Hoy, más que nunca, ser representante público es lo más parecido a ser un estafador por cuenta ajena, mientras el discurso no ha evolucionado ni un periquete de aquél que enarbolaron en fábricas e industrias, en las minas y los pozos del ayer. Viven alejados de la realidad y de la calle, preocupados por su cuota, su paga y sus dietas de desplazamiento. —Espejito, espejito, ¿quién es el más bello del mundo?— y el rechoncho y perezoso responde: —tú, sólo tú, querido servidor público—.

Una viñeta del genio Antonio Mingote representaba a dos líderes sindicales tomándose un café mientras rezaba: «La clase trabajadora está harta y en cuanto haya un gobierno de derechas, nos van a oír».

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