Antonio Gala explicado para 'millennials'
«Te diré que también caía mal porque obviamente se construyó una fachada de defensa y podía llegar a ser muy borde y muy desagradable»
Me dirijo a ti porque entra dentro de lo posible que no tengas ni puñetera idea de quién era, de quién fue, Antonio Gala.
Escribo este artículo en el día de las elecciones municipales y autonómicas, y hoy, precisamente hoy, cuando me han contado la noticia del fallecimiento de Antonio Gala, hablaba con un amigo de que una de las razones por las que Podemos inició semejante campaña contra mí fue porque no tenían ni idea de quién era yo. Eran demasiado jóvenes para saber que estaban llamando homófoba a una de las primeras mujeres en España que se atrevió a escribir sobre lesbianas de forma abierta. Y a la primera que consiguió tener un éxito comercial con ello. Porque los que fuimos grandes figuras literarias en los años noventa ahora, para una generación más joven, la tuya, no significamos nada. O significamos bien poco. Un nombre que quizá te ha caído en el temario de humanidades y que te ha llamado la atención porque era difícil de pronunciar, en mi caso. O porque era muy bonito, en el suyo.
No voy a entrar aquí en las razones de por qué ha cambiado de manera tan drástica el paradigma cultural, pues quizá ese sería tema para un artículo sobre la Feria del Libro. Y este artículo quiere tratar sobre Antonio Gala y no sobre cómo el vídeo mató a la estrella de la radio y cómo internet y los influencers mataron a la estrella literaria.
Pues eso ,querida amiga millennial. A ti, que sabrás perfectamente quién es Collen Hoover, Adam Silvera, Roy Galán o Elvira Sastre. A ti, que sigues en TikTok a la comunidad de libros de fantasía o quizás a la comunidad de romance. A ti, que sabes muy bien quién es Rosalía pero no sabes quién fue Antonio Gala….
A ti está dirigido este artículo.
Te diré que en su momento Antonio Gala fue el mayor vendedor de libros en España. Que en la feria del Libro había colas kilométricas para obtener un ejemplar de sus novelas firmado, solo superadas por las colas que entonces tenía Francisco Ibáñez, el autor de los cómics de Mortadelo y Filemón.
«Te diré que se le consideraba un epítome de estilo y que muchos escritores jóvenes usaban bastón para imitarle»
Te diré que se le consideraba un epítome de estilo y que muchos escritores jóvenes usaban bastón para imitarle. (Quizá no tantos, pero algunos sí). Te diré que, en una época en la que ningún escritor podía decir abiertamente que era homosexual, so pena de perder todas sus ventas, se le consideraba un escritor para mujeres -sea lo que sea lo que eso signifique o significara -y me contaban desde la editorial Planeta que recibía cientos de cartas semanales por parte de sus admiradoras, con a.
Te diré que e le consideraba un ejemplo de estilo, de savoir faire. No ya de belleza, porque guapo al estilo clásico no era, pero sí que se le consideraba un señor muy atractivo, un galán de corte intelectual. Te diré que fue uno de los primeros escritores que se atrevió a hablar con acento andaluz sin avergonzarse de ello, en un momento en el que hasta Antonio David Flores ocultaba su acento en directo y en los platós, y lo suavizaba porque se consideraba que hablar en la variante dialectal andaluza era de gente inculta.
Te diré que en un momento en el que no estaba de moda tener un perro y en el que no existía ni Ley de Protección Animal ni nada que se le pareciera, en un momento en el que a las personas que mostrábamos nuestro amor por los animales se nos consideraba desequilibradas y neuróticas, gente con traumas que no sabíamos mantener relaciones con los humanos y que por eso nos veíamos obligados a querer tanto a nuestros perros… Te diré que en aquellos años noventa, él fue uno de los primeros que defendió el bienestar animal y el animalismo, y que incluso tituló a su columna semanal en el entonces diario más leído Cartas para Troylo, porque Troylo era el nombre de su perro.
«Te diré que era un señor que en ciertos entornos caía muy mal. Porque era gay, porque era andaluz, porque era manifiestamente amanerado y porque se sabía que su público eran mujeres»
Te diré que era un señor que en ciertos entornos caía muy mal. Porque era gay, porque era andaluz, porque era manifiestamente amanerado y porque se sabía que su público eran mujeres, y en aquel momento a escribir para mujeres era un desdoro. Cuando nos querían insultar nos decían que escribíamos para mujeres. Y puedes consultar a Laura Freixas, que recopiló todas las veces en las que, desde sesudos suplementos culturales o revistas literarias, y con el objetivo de intentar desprestigiarnos, nos decían que solo escribíamos para mujeres.
Te diré que también caía mal porque obviamente se construyó una fachada de defensa y podía llegar a ser muy borde y muy desagradable. Puesto que todos hemos sido desagradables y bordes en algún momento no me voy a extender en cuando lo fue conmigo, porque también su distancia y su desdén formaban parte de su personaje. Ese personaje de califa andaluz que avanzaba a paso firme, bastón en una mano, correa del perro en la otra, y que vivía obsesionado con el amor. Con encontrar el amor, con vivir el amor, con escribir sobre el amor. Pero que no se atrevía a hablar en voz alta de sus amores ni de sus amantes, porque en aquel momento aquello no estaba exactamente prohibido, pero sí muy mal visto.
Te diré que yo creo que probablemente en el futuro se le reconozca mucho más. Quizá en el futuro alguien llegue a entender que tanto prejuicio contra él venía por el hecho de que era superventas y era homosexual (o bisexual o pansexual cuando ni siquiera esa palabra existía) y era andaluz. Lo primero ya se reconoce en cenáculos literarios: que siempre ha habido prejuicios contra los escritores afeminados y siempre ha habido prejuicios contra los escritores adorados por las mujeres. Va a ser mucho más difícil que te reconozcan que para que una autor andaluz destacara se tenía que librar de su acento. No te voy a dar el nombre de dos autores españoles a los que elevaron a los altares tras que de repente se deshicieran de su seseo y llegaran a las tertulias pronunciando la cé con exquisita soltura, como si hubieran nacido en Valladolid. Igual algún lector se da cuenta de quién estoy hablando, pero probablemente tú no.Porque ni siquiera conocerás los nombres de estos autores y mucho menos los habrás leído.
Te diré que Antonio Gala era inteligente, divertido, barroco, polifacético, contradictorio y elegante. Que era poeta, dramaturgo, guionista y articulista, profundo y superficial a la vez.
Te podría decir muchas cosas, pero te recomiendo que llames a tu madre o a tu abuela y les preguntes. Estoy segura de que ellas sí saben quién era y que se desharán en elogios melancólicos. Elogios sobre su figura y elogios sobre una época en la que un escritor se hacía famoso por su verbo y su palabra, y no por el número de sus seguidores de sus redes sociales.