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Opinión

Carmen Sevilla, las españolas y el sexo

«Carmen se arrepintió de aquella inmadura mojigatería que la llevó a llegar al matrimonio sin experiencia alguna»

Carmen Sevilla, las españolas y el sexo

Carmen Sevilla durante su boda con Augusto Algueró. | Zuma Press

Durante los oscuros y sórdidos años del franquismo, la belleza de Carmen Sevilla fue un luminoso ejemplo de pureza y castidad. Era ‘la novia de España’, sí, pero también fue ‘la virgen de España’, la hermosa mujer sobre la que todos fantaseaban pero a la que ninguno pudo tocar porque había hecho promesa de llegar al matrimonio sin catar hombre alguno.

«Ahí viene la virgencita!», se burlaba Paco Rabal cuando coincidía con ella, aunque ella reconocía que el actor, a pesar de sus intentos por seducirla, lo hacía siempre con tanta gracia que ella le perdonaba todo. Y cuando Mario Moreno, Cantinflas, le regaló un impresionante anillo de diamantes, Lola Flores se olió inmediatamente la tostada y la convenció para que se lo devolviera inmediatamente: «¡No puedes aceptar eso! Tú eres mocita y no puedes consentir que te regalen porque sabes que después… Ya sabes lo que viene. Si me lo regalan a mí, yo no tengo nada que perder, yo no lo devuelvo. Pero tú sí. ¿Sabes lo que viene después? Un acostamiento».

Esa esa la mentalidad de la época. Y esa fue la lección que Lola le dio a Carmen en México, donde la joven promesa del cine español viajaba con carabina. En las memorias escritas por Carlos Herrera, Carmen recordaría a Cantinflas como su «gran amor platónico»: «Nos besábamos en el coche, pero nunca me acosté con él».

Hasta los 30 años, cuando se casó con Augusto Algueró, Carmen Sevilla solo daba piquitos a sus novios. Esa fue su vida sexual. Estuvo con el torero mexicano Carlos Arruza y con el empresario Ricardo Fuster, dejando por el camino un reguero de tonteos entre los que podemos incluir estrellas internacionales como Frank Sinatra, que se quedó coladito por ella. Pero Carmen no daba su brazo a torcer en esa España de mantilla y pecados mortales, siendo la estrella perfecta para un régimen que veía en ella a la mujer que había sido capaz de decir ‘no’ a Hollywood para evitar la tentación de los pecados.

Entonces llegó el amor. Carmen y Agusto Algueró se enamoraron. Ojo que incluso su noviazgo no escapó a la polémica: la revista Semana publicó que ambos vivían juntos antes del matrimonio y la actriz, ofendida en su virtud, pidió a Fraga Iribarne que protegiera su honor. El periodista perdió su carné durante un año y Carmen se sintió a salvo.

Pero entonces llegó la boda y con ella, la noche de boda. Una suite, una botella de champán y una total ignorancia frente a lo que se avecinaba: «De cintura para arriba, yo era divina; pero de cintura para abajo, yo no tenía ni puta idea porque yo no tenía la experiencia de hacerle cosas a los hombres, ni yo sabía que los hombres tenían que hacerme cosas a mí». De la lectura de sus memorias, se deduce que Carmen se arrepentía en lo más profundo de su ser de aquella inmadura mojigatería que la llevó a llegar al matrimonio sin experiencia alguna, incapaz de obtener placer de sus relaciones, pero -y eso era lo peor de todo- sin capacidad de defenderse frente a lo que le esperaba en ese matrimonio, que no era otra cosa que años de humillación, desplantes, malos modos y una relación tóxica en la que ella tenía las de perder.

Atrapada en una relación en la que padecía una gran presión, Carmen llegó a sufrir dos abortos. Y sufría al ver cómo su marido ya no se molestaba en disimular las infidelidades: «Lo he aguantado todo en mi vida de casada, pero ya no le voy a perdonar más una cosa, y es que me ponga en ridículo cuando se pasea por la Gran Vía con la querida de turno».

«Lo he aguantado todo en mi vida de casada», es una frase brutal que retrata a varias generaciones de mujeres españolas, víctimas de esa falta de conocimiento, inseguras, asustadas. Una realidad vital que, en el caso de Carmen Sevilla, pudo exorcizar con su segundo matrimonio al que llegó, esta vez sí, con una experiencia sexual que le permitió encarar esa nueva etapa de una manera madura: «Fue la apoteosis. A mis cuarenta y tantos años, fui mujer sublime. Supe de todo e hice de todo. Y hablé de todo y lo entendí todo».

Así fue como Carmen Sevilla se cargó de un plumazo el mito de la virginidad que tanto defendió cuando no sabía nada de la vida. Y es que no hay nada como sentirse libre.

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