Ana Peleteiro, con un par
«A la altleta Ana Peleteiro se le ocurrió decir lo que muchos pensamos»
Calla, dobla la cerviz, tragasables, evita a la turbamulta. Que a Valverde le meten cinco partidos tres meses después de sacudir un puñetazo a Baena en el aparcamiento del Bernabéu, a ti qué te importa. Que los inspectores de la UEFA proponen desterrar a Osasuna de la Conference League por un delito que cometieron unos directivos que ya fueron juzgados hace ocho años -sí, por malversación y amaño de partidos- y que no son sino la pesadilla de los actuales dirigentes, mira para otro lado. Aunque esos mismos inspectores u otros parecidos hayan decidido pasar de puntillas por el «caso Negreira» -7,3 millones que el Barça «donó» al vicepresidente de los árbitros- e invitar precisamente a los azulgrana, que se lo han ganado en el campo, a la Liga de Campeones. Date un baño que es verano; abstente de opinar. Huye del barullo, no entres en la pelea cuerpo a cuerpo, disfruta y amplía tu capacidad de asombro.
Qué importa si, en ocasiones más lúdicas, confundimos la vida de los futbolistas, de determinados futbolistas, de Neymar, por ejemplo, con las fiestas infinitas de las figuras del «star system», y no son las juergas, probablemente en las antípodas las de unos y otros, lo que les sitúa en idéntico paralelo, sino los despliegues de protección, la burbuja de fuerzas policiales que los aísla de la marabunta. Es lo que hay. Tan parecido a la grosera exhibición de medios si a quien hay que proteger y aislar es al presidente del Gobierno, cual estrella del rock. Avanzadillas que estudian el terreno donde «actuará» para que ni una sola pintada quiebre su paz en dos kilómetros a la redonda. Sea en un polideportivo o en un auditorio, para una breve intervención o un mitin, la parafernalia exige un camerino con fruta y agua para el artista principal, aunque no vaya a utilizarlo. Quédate en la anécdota, disfruta del espectáculo. Y si la comparecencia es en un programa de televisión, salta la banca. Aseguran, sin aportar, por otra parte, un solo documento gráfico, que cuando Pedro Sánchez acudió a El Hormiguero le escoltó medio centenar de personas de protocolo y asesores, distribuidos en ocho coches, además de otros ocho furgones de Policía Nacional con 90 agentes y dos unidades caninas. A la cita con Pablos Motos sólo faltaron los hombres de Harrelson. ¡Qué exageración! San Sebastián de los Reyes no es Kiev. Qué más da, sea o no sea cierto. El Falcon avala cualquier teoría.
«Todo queda y hoy por hoy con cualquier opinión, por muy leal o cierta que sea, estalla el conflicto»
Contagiados de la desmesura, odiadores y seguidores inundan las redes sociales de bilis, vómitos, excrementos, opiniones gratuitas o pompas de jabón según de quien provenga la queja o repique la alabanza. Esos foros, sucedáneos de la «dark web», es lo que tienen o, mejor, lo que no tienen: medida. Y los políticos son el paradigma de la polarización porque las palabras, como las promesas, no prescriben, provengan de Moncloa o de Extremadura. Todo queda y hoy por hoy con cualquier opinión, por muy leal o cierta que sea, estalla el conflicto. Nadie está a salvo y quien tiene un «hater» tiene un inodoro… atascado. A la atleta Ana Peleteiro se le ocurrió decir lo que muchos pensamos, que las personas transgénero no deberían competir en categoría femenina. No se trata de prohibirles participar, sino de evitar que lo hagan «en el deporte profesional», arguyó Ana. Hay quien sugiere establecer tres rangos según el género: masculino, femenino y trans. Entre otras razones porque no hay casos conocidos de mujeres deportistas que una vez transformadas hayan decidido participar en torneos con hombres.
De todo lo contrario si hay ejemplos. En Pensilvania, las nadadoras del equipo universitario denunciaron no sólo las ventajas de Lia Thomas -hasta 2019 Will Thomas- en la piscina sino que tuvieran que compartir vestuario con una «compañera» que imponía no por su 1,93 sino por su pene. Siendo Will, sus registros pasaban inadvertidos, era un nadador mediocre. Ahora que es Lia no tiene rival. Y es ahí, en la diferencia de complexión, en el potencial muscular de unas y otros, donde pone el acento Ana Peleteiro, que no es la única. También Martina Navartilova se ha expresado en esa línea; sin embargo, a la gallega la han crucificado en redes. Ha denunciado acoso, ha recibido amenazas de muerte y ha sufrido una campaña tan atroz que el Comité Olímpico Español y la Real Federación Española de Atletismo han salido en su defensa constatando lo que otros organismos internacionales ya habían puesto de manifiesto: «La postura de Ana Peletiero coincide con la política del Comité Olímpico Internacional y de World Athletics en cuanto a la participación de las personas transgénero en competiciones oficiales».
«Haters», odiadores de manual, gente mezquina y ruin que no admite otra opinión que la suya, ni siquiera la de su género si no coincide. Alardean, no obstante, de su progresismo. ¿Progre qué? Demasiadas veces lo políticamente correcto es un reflejo de esa imagen del avestruz enterrando la cocorota en la arena. Hay quien piensa que la mejor solución de un problema es dejar que se pudra. Y hay quien, como decía Winston Churchill, se crea enemigos porque en algún momento de su vida «ha defendido algo con convicción». Que es exactamente lo que, con un par, ha hecho la medalla de bronce de triple salto en los Juegos de Tokio a riesgo de ser víctima de una crueldad intolerable. Aunque la experiencia demuestre que la justicia deportiva es a la justicia lo que la música militar es a la música, denunciar un atropello, las agresiones en un aparcamiento o los caprichos de la UEFA es un derecho inalienable.