¿Se puede ser más imbécil que un 'influencer'?
«El afán de protagonismo en este mundo narcisista puede llegar a ser una práctica peligrosa»
Cada vez que nace un influencer muere un gatito. Y la brecha generacional entre boomers y alfas se agranda unos centímetros; de hecho, ya casi es un abismo digital. El afán de protagonismo en este mundo narcisista puede llegar a ser una práctica peligrosa, véase en el caso de los selfies: España es el cuarto país del mundo con más muertes provocadas por esta práctica, se produce una a la semana. Y los retos virales de TikTok también tienen su riesgo: este verano, varias personas murieron en Estados Unidos por lanzarse desde la popa de una lancha navegando a gran velocidad. Se rompieron el cuello por un puñado de likes. Otros han muerto por chroming (retos de inhalación de desorodorantes), fractal burning (electrocutados al manipular usar electricidad para quemar madera) o por el blackout challenge (perder el conocimiento por falta de riego sanguíneo). Por mucho que le pongan el nombre en inglés, son auténticas memeces y hay que ser gilipollas para morir haciendo algo así, pero es lo que hay: sus promotores carecen de escrúpulos y sus seguidores tienen un sentido de pertenencia al grupo que les lleva a cometer actos desesperados. Pero tampoco vamos a ponernos catastrofistas, que los millennials van a crucificarnos, y con razón.
En este mundillo también hay gente interesante, pero como decía aquella máxima del periodismo excelso, «no dejemos que la verdad estropee un buen titular», así que vamos a centrarnos en los casos más tremendos, que son la mayoría, incluso entre los muy famosos, porque son los que nos van a dar más juego. Esta semana, sin ir más lejos, hemos visto a Lola Lolita protagonizar la memez del año (ella, que se hizo famosa con un meme, «pillan a Lola Lolita fumando en un bar»: debe ser karma). Tiene 20 años, millones de seguidores y poca consciencia. Contratada por Ausonia para la campaña del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, no tuvo otra idea que ponerse un pañuelo rosa en la cabeza, simulando estar enferma, y usar un filtro para echarse unos años: «Como veis, llevo un filtro que te hace vieja, y es que a muchas nos da miedo hacernos viejas y que nos salgan arrugas, pero para alguien que ha pasado por un cáncer de mama es algo maravilloso poder envejecer». Lo de filtro de vieja tiene toda la pinta de ser cosecha propia, no de guionista de la agencia de medios. El edadismo en todo su esplendor. En el vídeo parece que tiene 30 años. Una anciana, vamos. Y ella ni ha pasado por un cáncer y le falta mucho para envejecer. Vamos, que la campaña da vergüenza ajena.
«Pasarán siglos, llegará el año 3.000 y se hará una ouija para que los fantasmas de esta generación se rían a mandíbula batiente»
Pero uno de mis favoritos sigue siendo Miguel Misha, con publicaciones que superan los 14 millones de visualizaciones, que este verano realizó una serie de bolos por España… pero no por toda España. No fue a Canarias «por eso de la hora menos, no sé cómo funciona. Eso me raya, me raya que haya una hora menos y paso». Será terraplanista y no entiende los husos horarios. Pobre chico, me lo imagino viendo el parte meteorológico y sufriendo cada vez que explican que hace buen tiempo mientras llueve en la península.
A Naim Darrechi la cruda realidad le ha quitado perder influencia, al menos en este caso hemos visto un poco de cordura entre los seguidores: muchos le han abandonado al no perdonarle su confesión de que no usaba condón y eyaculaba sin avisar, engañando a las chicas diciéndoles que era estéril. Es un machista de manual y su nicho es precisamente ése. Otra que tal baila es Marina Yers, nutricionista fake que vomita para limpiarse por dentro (no cuenta cómo tiene los dientes por el ácido, para qué entrar en detalles) y no bebe porque, según ella, el agua deshidrata. Y en Canarias, que es una hora menos, no les cuento. El único perdón que tiene es que ha reconocido que sufre brotes psicóticos, lo cual explica muchas cosas, pero no la excusa. Y así, ad nauseam.
Circula por la red la epifanía en directo de una tiktoker que se asombra al pensar que «está naciendo la generación que vivirá en el año 3.000». El vídeo es viral, cómo no. La muchacha va más que justita en matemáticas. Bueno, en neuronas en general, como tantos de sus compañeros de fatigas tiktokeras, que se ponen a grabar y luego no tienen ni la mínima vergüenza para borrar las memeces que dejan para la historia de la red. Pasarán siglos, llegará el año 3.000 y se hará una ouija para que los fantasmas de esta generación se rían a mandíbula batiente. Por cierto, para entonces, según estudios realizados sobre la sobreexposición de la tecnología en seres humanos, mostraremos una serie de inquietantes rasgos evolutivos: espalda encorvada, cuello ancho, manos en garra, un segundo párpado… Y menos cerebro. Total, para lo que vamos a usar, no necesitamos más.