Carta abierta a Leonor de Borbón
«Este país es un lugar maravilloso y en todos los sitios encontrará alguien que la quiera tal y cómo es»
Señora, traigo estas líneas para recordar el momento en el que le tembló la voz en el discurso de la entrega de los premios que llevan su nombre y en ese titubeo hubo belleza, verdad y grandeza. Porque lo hizo bien justamente por dudar, por no trabarse pero casi, porque en una intervención más preparada que el lanzamiento de un cohete anidaba el candor y el rubor del que sabe lo que está haciendo, del que sabe lo que se juega, lo que nos jugamos todos. Le toca cargar con el peso de tantos héroes de esta nuestra Españita que no debiera olvidar que la duda es prueba de la prudencia pues, si en un momento de la vida de uno no le tiemblan las rodillas, es que uno es un imbécil.
Los monarcas y los toreros tienen en común que la gente los considera gentes de otro mundo sin serlo y tienen que conducirse de manera extraordinaria con los mismos mimbres que los demás. Bajo el armiño y el traje de luces son, como somos todos, gente que no sabe, gente que no puede, gente que conoce el dolor, la soledad y el miedo, y que, pese a todo lo anterior, vive y se comporta lo mejor que alcanza.
«Vengo aquí a renegar de los invencibles y los todopoderosos que nos buscan la ruina y celebro su fragilidad»
Vengo a enarbolar la bandera de los prudentes, los que conocen sus flaquezas, los que no van por ahí traspasando todos los límites. Sabrá que, a veces, está bien no ir hasta el final, desistir, entender que lo importante no es solamente levantarse, sino que también importa la caída, pues hay caídas de las que uno no se levanta nunca. Pelear hasta la muerte por los sueños solo tiene sentido cuando son los sueños de otro. Vengo aquí a renegar de los invencibles y los todopoderosos que nos buscan la ruina y celebro su fragilidad, casi su falta de preparación para echarse a los lomos lo que le viene por delante, pues, alteza, hay cosas en la vida para las que uno no puede estar preparado.
Si por ejemplo, se sonroja en el besamanos ante el saludo de un cadete de la Academia de Zaragoza, bien está y hay que celebrarlo. Dicen que las princesas buscan a los rebeldes y no hay más rebelde que un caballerete que ha estudiado lo suficiente como para entrar en la academia de oficiales y entregar su vida por servicio a su país ahora que todo son atajos, likes y exigencias. Le puede decir a su amigo de mi parte que es todo un punki.
Le aseguro que la vida le brindará dichas que siquiera habrá llegado a soñar, y también compromisos y quebrantos que no se curarán con el tiempo porque le adelanto que el tiempo no cura nada aunque, pasados los días, todos los dolores adquirirán un peso soportable. Vivir es un ejercicio que, en ocasiones se hace difícil, pero el resto de opciones son mucho peores.
Discúlpeme, señora, si cedo a la tentación de hablarle como a una hija. Si sucede, es porque se parece a las mías a las que tanto repito lo que me gustaría decirle a usted ahora: que la alegría es el mayor deber de todos, que es mentira que a uno lo van a odiar los que tienen, piensan, votan o rezan diferente a uno y que, por mucho que griten los afiladores del sables, este país es un lugar maravilloso y en todos los sitios encontrará alguien que la quiera tal y cómo es; en esta casa, sin ir más lejos.
Le deseo mucha suerte. Será la de todos.