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Opinión

Cultura judía

«La Halajá, la ética judía, defiende de siempre la solidaridad como guía de vida y no la piedad, lo que abarca al laicismo»

Cultura judía

El rabino Pinchas Padwa. | Europa Press

Los que se alinean solo contra Israel, centrando sus declaraciones en el estado judío y mentando la más que necesaria preservación de los civiles palestinos, sin condenar con firmeza los atentados salvajes de Hamás, desprenden un tufo maloliente a extremismo. El escritor meapilas Juan Manuel de Prada, maestro de las guías telefónicas, forjador en estiércol de novelas rollos y coñazos, no hace más que atacar a la patria judía. Pertenece a ese reducido grupo de ultracatólicos militantes de la violencia verbal que, como en las demás religiones, buscan la extinción de otras creencias.

La tontifea Yolanda Díaz, acompañada de la insustancial Belarra, a la que van a expulsar del coro ministerial, se ceba con los judíos, esta vez sin aportar datos, palabra de la que abusa y malea. Representan lo peor de parte de una sociedad cuyo vicio oculto no acaba de superar el antisemitismo visceral, término acuñado por el intelectual judío Jacobo Israel Garzón, viejo amigo, hombre de altura y de buen corazón. 

El juntapalabras y la percebeira, las neuronas en posición fetal, con los límites mentales propios de los extremistas, ignoran o quizás no que están alimentando y amparando los ataques contra sinagogas y comercios judíos en España. Saben sin embargo que hostigan a la cultura judía, la más antigua y una de las más ricas del planeta, ella que no ha leído un libro en su vida y él que adora el franquismo. El judaísmo es menos del 0,2% de la población mundial y copa el 24% de los premios Nobel. Los números demuestran la fortaleza del pensamiento judío. Únicamente la ceguera de los ineptos se niega a reconocer este inmenso cauce cultural y de avances que han mejorado nuestra calidad de vida.

«En el judaísmo, se educa a los miembros de la familia en la cultura, lo que propicia que las ambiciones del mundo material vengan acompañadas de un poso cultural, con lo que la comprensión de lo distinto se amplían»

Desde el principio el sanedrín regía los asuntos de las comunidades judías. Eran un grupo de rabinos de edad que se trataban de igual a igual y aceraban la pluralidad. El judaísmo es la única de las grandes religiones que nació por y para la democracia, con lo que las voces discordantes tenían su espacio, el necesario para que florezca la cultura, que tiene sentido cuando son varias sus voces y sus tendencias. La Halajá, la ética judía, defiende de siempre los derechos fundamentales, la equidad entre los que más tienen y los que menos tienen, la solidaridad como guía de vida y no la piedad, lo que abarca al laicismo.

Pero el judaísmo, además de constituirse en religión, ahorma a un pueblo de creyentes y no creyentes que se agrupan en torno al libro, la Torah. Aquí radica una de las peculiaridades sustanciales del judaísmo. Lo religiosos y los ateos abrazan un libro sagrado, vinculo de un pueblo dispersado y perseguido en el planeta hasta la creación del estado moderno de Israel, en 1948.

Los libros, germen y centro de la cultura, son el ojo donde el pueblo judío se mira y es mirado. En la mayoría de las otras religiones y las otras culturas se desea, como es lógico, el éxito de un miembro de la familia en los terrenos sociales y económicos. En el judaísmo, en su conjunto, se educa a los miembros de la familia primero en la cultura, lo que propicia que las ambiciones legítimas en el mundo material vengan acompañadas de un poso cultural, con lo que la mirada y la comprensión de lo distinto se amplían.

Hay que reivindicar la grandeza de todos los pueblos que perviven en la historia, incluidas por supuesto, faltaría más, las naciones musulmanas, aceptando que la patria judía es la única democracia de Oriente Próximo. Así que es lógico y humano asumir la grandeza de Israel, la extraordinaria profundidad de la cultura judía, que impregna todas las corrientes de pensamiento.

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