Competencia o incompetencia
La competencia genera una mayor actividad económica y, lo más importante, ofrece oportunidades a quien no las tenía
Ilustración de Alejandra Svriz.
Desde inicios de los años 90, la economía española ha experimentado, con innumerables ejemplos, los beneficios del incremento de la competencia para el conjunto de la sociedad. El incremento de compañías telefónicas redujo el precio de las tarifas, aumentando el número de personas con acceso a la telefonía, y haciéndolo a precios más competitivos. El incremento de la competencia entre las diferentes aerolíneas también ha generado una notable reducción de precio en los vuelos, facilitando el acceso a personas que a inicios de los años 90 no podían permitírselo, y ofreciéndole a aquellos que sí podían otros usos alternativos para sus recursos.
Más reciente es el caso de los viajes en tren, dónde la entrada de nuevas compañías como Ouigo o Iryo han facilitado que muchas personas puedan desplazarse en tren de alta velocidad a un menor precio. Así lo ponen de manifiesto los datos publicados esta semana por Adif: el número de viajeros en las estaciones de ferrocarril de alta velocidad subió hasta septiembre de este año un 24,2% sobre los nueve primeros meses de 2022. Sí, la competencia genera una mayor actividad económica y, lo que es más importante, ofrece oportunidades a quién antes no las tenía. Además, el ciudadano ahora tiene la opción de elegir en qué tren y con qué coste viajar, y qué hacer con el dinero que hubiera gastado en transporte y finalmente no gastará. La competencia le da más oportunidades y mayor poder al ciudadano para manifestar sus preferencias y elegir lo que mejor se adapte a sus necesidades.
Aplicando este análisis al caso de la juventud, España presenta grandes deficiencias en relación con el conjunto de la UE. Según datos de la OCDE la tasa de paro de menores de 25 años en España se sitúa en el 29,3%, siendo el segundo país con mayor tasa de desempleo juvenil de la OCDE y la mayor tasa de paro general, con un 12,8%. Es evidente que existe un problema de raíz estructural cuando estas posiciones en el conjunto de países de la OCDE se mantienen estables en el tiempo. Uno de los elementos que explican parte de esas cifras es el factor educativo.
El sistema educativo español, tanto escolar como universitario, presenta una gran rigidez, principalmente en la enseñanza pública, pero no sólo en ella. Homogeneidad alentada desde las instituciones, que controlan hasta la terminología que se usa en los libros de texto. En algunas comunidades autónomas los padres lo tienen ciertamente difícil para elegir en libertad la educación que quieren para sus hijos. Se confunde, a propósito, el concepto de educación como servicio público con de educación estrictamente pública. En este contexto educativo actual el factor poder adquisitivo de las familias acaba jugando un papel importante para que los jóvenes puedan acceder a una mejor educación, impulsando el progreso y oportunidades de unos y frenando el ascensor social en otros casos. La introducción de la competencia en el ámbito educativo podría ser motor, como lo ha sido en otros sectores, de un incremento del bienestar de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto, a la par que ofreciendo mayores oportunidades a quiénes no gozan de una elevada renta familiar.
Me atrevería a decir que, o la competencia entra de lleno en el sistema educativo, o el liderazgo en desempleo será algo que siempre acompañará a la economía española. O se impulsa una mayor competencia en educación a todos los niveles, o habrá mayor incompetencia, entendiendo por incompetencia la «carencia de capacidad para hacer cierta cosa, especialmente para realizar un trabajo u ocupar un puesto» (Oxford Languages), y reduciendo las posibilidades para que personas y familias puedan legítimamente prosperar.
