THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Cuando ella aparece cambia el aire

«Nuestra venganza será ser felices, y estará dedicada a disidentes y ausentes, heraldos negros por voluntad propia»

Cuando ella aparece cambia el aire

La princesa Leonor en la jura de la Constitución ante las Cortes Generales. | Gtres

Un rayo de luz escapa del Palacio de La Zarzuela envuelto en coleta mitológica y sencillo traje cruzado blanco de la niña que ya es mujer, de la adolescente que será reina. Sonríe el Rolls Royce Phantom IV al encuentro con las motos saltarinas de la Guardia Real. Brillan las trompetas y sonríen los caballos en la recta que saja España en emoción súbita y corazón desbordado: calle Mayor, Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo. Viejas, arrugadas como bragas, escuchan con los ojos desde la barandilla y jóvenes levantan banderas y gritan «te queremos», ajenos a cualquier odio.

La chica que un día será reina, la lectora de Tolkien y apasionada por la ciencia ficción, la lenta observadora de los cuadros de Hopper y las tempestades de Turner, inaugura una página en blanco en el país del progreso y los sueños gracias a nuestra Monarquía parlamentaria. Los jóvenes son importantes, dijo desde sus primeros discursos en 2019, y el progreso es un horizonte al que llegaremos todos juntos. No parpadea a la hora de señalar desigualdades, falta de derechos humanos, cooperaciones imprescindibles y necesidades sociales. Los labios le bailan solos cuando suena sin aviso el himno de Asturias. El simbolismo histórico ambiental es hoy compromiso personal. El sentido del deber es ilusión por el mañana. Renovamos nuestro sistema político en página nueva y recién impresa, con las palabras del ayer, garantes de nuestra felicidad mínima.

El paso de revista al Batallón de Honores de su padre es un escalofrío blanco y una lágrima que no cae para quienes están en primera fila. Bajo el baldaquino, inaugurado por Alfonso XIII en 1902, la entrada al Congreso por la Puerta de los Leones, dibuja el encuentro entre el Tribunal Constitucional y el Poder judicial, repetido en el Salón de los Pasos Perdidos con el saludo a diputados y senadores. Nuestra venganza será ser felices, y estará dedicada a disidentes y ausentes (PNV, ERC, Junts, EH Bildu, BNG), heraldos negros por voluntad propia, delincuentes entre ellos quienes son todavía prófugos de la justicia española. El himno dentro de la cámara espeluzna más que fuera, es memoria y recuerdo, pero también ganas nuevas por una salud sin heridas.

Francina Armengol subraya una Carta Magna que es progreso y pluralidad, una democracia que es pueblo y compromiso con el mismo, y una condición de ciudadanos donde todos estamos sometidos al gobierno de las leyes y al derecho. Francina Armengol, nerviosa entre poetas gallegos y valencianos, habla de una España presente que es consenso, diversidad, diálogo y convivencia, para acabar dibujando a marineros que unen sus manos para arribar buen puerto. Una cita de Peces Barba («La única concordia es el parlamento») sopla el viento nuevo, al aire libre de los tiempos, donde todos crecimos, estudiamos, nos enamorados y fuimos y somos felices, bajo nuestra Monarquía parlamentaria plena.

Nuestra concordia es el horizonte, dice Armengol. Pero, sí, cuando verdaderamente cambia el aire, es cuando la niña que será reina, la adolescente a quien los españoles saludan y veneran hoy, jura la Constitución, su deber para con los ciudadanos y su lealtad al Rey, su padre. Un relámpago de vivas («¡Viva la Constitución! ¡Viva España! ¡Viva el Rey!») nos ciega de verdades olvidadas que ninguna amnesia (ni amnistía) podrá matar. La ovación interminable es una rocosa cascada de imágenes dentro del mismo álbum familiar compartido. 

Las quimeras viven todas ajenas a la realidad: nuestra princesa, que será reina, es una mujer con ganas de ver mundo, subrayado por los dirigentes de las fundaciones Princesa de Asturias y Girona, al cabo siempre de la calle, en la lucha feminista, en el cambio climático, en la Generación Z que le ha tocado por edad, en la era digital, en ese Gales donde el setenta por ciento de los pupitres obedecen a becados y reúnen en el patio a más de noventa nacionalidades, en la Zaragoza militar del compañerismo y el mismo rancho barato. La España de la unidad sin división (discurso de Don Felipe en los Premios Princesa de Asturias de este año) está aquí. La monarquía actual, fuera de baches anteriores, circula por la ejemplaridad, transparencia y austeridad. Abrocha la Constitución y para derribar aquélla –donde, entre las sombras, arden las peores pupilas- debe luchar contra ésta. Nuestra estabilidad es continuidad.

Queda atrás la tutela paterna, como manta vieja sobre los hombros y libro sabio en el regazo junto al fuego, y crece la España que quiso ser europea en la jura anterior (1986) y ya lo es hoy a carta cabal, de frente y por derecho (2023). Nuestro país próspero, moderno, abierto y de permanente paz social entre la ciudadanía, respetuoso y cohesionado por la diferencia, traerá pan para todos y vino color de risa. Ardiente la pompa, ardiente nuestra incluso estampa británica, como alguien dijo, la tradición se hace moderna, la modernidad se hace clásica, y nadie derribará la fortaleza de hombres y mujeres de bien hacia el progreso natural e inesperado. Doña Leonor de Borbón y Ortiz, a sus dieciocho años, futura reina de España viene a decirnos que no estamos solos. La crispación social no es más que habitación cerrada, aire viciado, sin más verdad que nuestras leyes y feliz cobijo bajo ellas, junto a ese volver a respirar pleno, porque cuando ella aparece desaparecen las derrotas y cambia el aire.   

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