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Opinión

Cien años de Semprún

El próximo mes se cumplirán 100 años del nacimiento del escritor y exministro de Cultura

Cien años de Semprún

Jorge Semprún.

El diez del próximo mes hará cien años que nació Jorge Semprún, hombre de acción que cultivó la novela. La mayoría de su obra está escrita en un francés que ya quisieran algunos académicos. Francia lo adoptó como uno de sus hijos, lo común de la nación de la cultura europea por excelencia. Y lo es porque siempre cuida de sus intelectuales. A la contra actúa el iletrado Miquel Iceta, el ministro español de Cultura que no sabe leer seguramente porque le debe parecer un esfuerzo ímprobo. Jorge Semprún se educó en colegios franceses y más tarde estudió filosofía en La Sorbona. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939, su padre era embajador de la República en La Haya. Poco después Semprún se unió a la resistencia francesa, siendo detenido y torturado por la Gestapo en 1943 y deportado al campo de concentración de Buchenwald. Logró sobrevivir gracias a su conocimiento de los idiomas, igual que el escritor Primo Levi. Aunque la suerte tenía mucho que ver en librarte de las cámaras de gas, puro azar en demasiadas ocasiones.

Tras la liberación del campo en 1945, Semprún regresó a París donde se afilió al Partido Comunista Francés. Poco después fue enviado a España para trabajar en la reorganización del Partido Comunista de España, entonces en la clandestinidad. Desempeñó la jefatura del PCE en los años 50 y 60. Lo cierto es que no hizo ni poco ni mucho caso al líder comunista Santiago Carrillo, frustrado de continuo por la iniciativa de Semprún en el interior mientras él vivía un exilio de oro.

La consagración literaria de Semprún llegaría con la publicación en 1963 de La segunda muerte de Ramón Mercader, una reflexión acerada sobre el estalinismo, con lo que lo expulsan del PCE en 1965. En 1988 González lo nombra ministro de cultura. Semprún, un escritor de calado, ahorma la ley sobre propiedad intelectual

Además de sus novelas, Semprún cultivó otros géneros literarios como el ensayo, el guion cinematográfico y en especial las memorias. En los guiones para el cine destaca la adaptación cinematográfica de su novela La guerra ha terminado, en 1966. Colaboró en los guiones de Las cosas del querer, en 1989, de Jaime Chávarri, y luego de Marqués, de Carlos Saura,  sobre la figura del escritor Rafael Alberti, al que conoció y con el que tuvo algunas diferencias. A Albertí, ferviente comunista, le molestaba que una pluma del tamaño de Semprún no le bailase el agua.

Ahora que está de moda la auto ficción publicó Autobiografía de Federico Sánchez en 1977, donde narra sus peripecias en el PCE y las aventuras que en otro serían ficción.

Lo que sobresale en Semprún es un coraje echo a prueba de terroristas estatales, y lo que duele de su literatura, los buenos libros tienen que doler, es su relato sobre la estancia en el campo de concentración. Para los estudios patrios valga la descripción de la acción del PCE, pero para la explicación de la barbarie nazi resulta imprescindible hundir el hocico en La escritura y la vida, memorias escritas desde el infierno. Hay pocos autores que hayan plasmado en negro sobre blanco, apenas sobrevivieron un puñado al genocidio nazi, la angustia del campo de concentración. Son la mayoría judíos, echa la excepción del propio Semprún y de otro resistente, Robert Antelme, pareja de la gran escritora Marguerite Duras.

No se equivoquen, lo verán dentro de unos años, las memorias del horror escritas por los supervivientes de Hamas de las atrocidades del pasado siete de octubre. Aquí los genocidas son los que proclaman a los cuatro vientos la destrucción de un pueblo. Hamas y los nazis en este sentido son gemelos idénticos. Semprún cargó contra los primero en su excelente literatura y contra los segundos en una gavilla de artículos.

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