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Esperando a Herrera, Carlos

«La miel presidencial es adictiva. Como él hay otros que toman posiciones sin levantar polvo»

Esperando a Herrera, Carlos

Carlos Herrera. | Europa Press

Dícese «bocatto di cardinale» cuando algo es tan delicioso, sublime y exquisito que los ojos se ponen en blanco, los labios dibujan una sonrisa bobalicona y el placer se refleja en la manera de expulsar el aire, muy despacio, porque saborear lo es todo. La presidencia de la Real Federación Española de Fútbol es eso, un manjar a prueba de tentaciones que se hace querer incluso por quienes lo niegan y lo desprecian (con la boca chica): «¡No, si a mí no me interesa!». Es como utilizar un haiku para combatir la melancolía otoñal: «Lluvia, humedad,/nostalgia reservada,/hermosa niebla». 

Son casi cuatrocientos millones de presupuesto (382), más de un millón de licencias, equipos masculinos y femeninos que ganan campeonatos europeos y mundiales, una Ciudad Deportiva ¡con hotel de cuatro estrellas!, viajes en business a lo largo y ancho de este mundo y sendos sillones prácticamente garantizados en las jerarquías de UEFA y FIFA. En resumen: riqueza, porque cada ocupación genera pingües beneficios, poder, envidias y el rendibú que no desaparece ni con los disgustos que da el balón cuando no entra. En el deporte español sólo hay una silla más golosa que la que ocuparon Villar y Rubiales, y no, no es la del presidente del COE, Alejandro Blanco, que percibe 107.000 euros. El envidiado en la cima de la pirámide es Javier Tebas, cerebro de LaLiga, a quien 40 de los 42 clubes integrados en el fútbol profesional le aprobaron una subida de dos millones en la última asamblea, de 3,36 a 5,47 millones. Sólo el Real Madrid, que no ocultó su rechazo ante la multiplicación de los panes y los peces, y otro club, que permanece en secreto, votaron en contra.

La controversia persigue al fútbol como los malos arbitrajes -cada vez menos y no porque el VAR haya desterrado las polémicas, al contrario-; el fútbol es un capricho para soñar con el vellocino de oro. Hay presidentes de federaciones territoriales (19 conforman este sector de poder absoluto) que se trabajan con discreción el favor de sus colegas mientras juegan al «pío, pío que yo no he sido». ¡Cuántos dijeron que no y se subieron al carro electoral! Juan Luis Larrea pensó en sustituir a Villar cuando le excomulgaron sin más aspiraciones que una transición corta y sin sobresaltos. Probó la miel y se quedó pegado, hasta que Rubiales le derrotó en las urnas.

«Ahora hay que sustituir a «Rubi»; las elecciones serán en febrero o marzo de 2024, el proceso está en marcha y salvo Herrera, nadie ha asomado la patita»

Ahora hay que sustituir a «Rubi»; las elecciones serán en febrero o marzo de 2024, el proceso está en marcha y salvo Herrera, Carlos, nadie ha asomado la patita. Pero hay más aspirantes; uno, o una, de consenso, muy del gusto general porque satisface a Javier Tebas, Florentino Pérez, Joan Laporta y Miguel Ángel Gil Marín. Todos han sido sondeados. Han escuchado el nombre, ese nombre, lo están digiriendo y no sienten ardor de estómago. No es Pedro Rocha, el presidente interino nombrado por Rubiales, que trata de captar adeptos para perpetuarse. La miel presidencial es adictiva. Como él hay otros que toman posiciones sin levantar polvo, mientras se preguntan si realmente el carismático periodista, Herrera, Carlos, será rival, y se preguntan si sacrificará los fines de semana y hasta el Rocío para ver encuentros de fútbol base, cuando se lo permita el de Primera, o si asumirá jornadas de reuniones interminables, si le bastará con disfrutar menos de una quincena de vacaciones en todo el año para vivir sin tregua una «profesión» que, dada la excelencia del fútbol español, le exigirá acumular millones de «avios» con tanto viaje por España y el extranjero. En partidos esenciales compartirá palco con Pedro Sánchez, enemigo íntimo, si es que a Puigdemont finalmente le da gustirrinín el pico del presidente en funciones. Y como es un personaje de sobra conocido le resultará difícil irse de picos pardos («juerga o diversión en sitios de mala nota», RAE) o de party a Salobreña, que luego todo se sabe.

Como no sólo de aspirantes secretos a la «poltrona», o declarados, como Herrera, Carlos, viven la mujer y el hombre, la semana nos ha dejado varios nombres propios: Simeone, Vinicius y Rodrygo. Diego Pablo, «Cholo», a pesar de jugar al despiste en Las Palmas, con cambios más punitivos que tácticos y de perder 2-1 en otro partido fundamentalmente estropajoso, firmará uno de estos días la renovación con el Atlético hasta el 30 de junio de 2027. Para entonces cumplirá 16 temporadas en el club, lejos aún de las 27 de Alex Ferguson en el Manchester United; en cualquier caso, un hito tratándose del fútbol español. Dicen que ingresará 105 millones brutos por el trienio de ampliación que conlleva una renuncia a un bono de 45 milloncetes. También han renovado con el Madrid Vinicius y Rodrygo, ambos, protegidos con sendas cláusulas milmillonarias. Florentino cuida sus inversiones y sus proyectos, al apostar por jóvenes talentos con desembolsos que ya no parecen desmesurados, aunque sólo están al alcance de los elegidos.

El fútbol, espectáculo universal, es toda una industria en España, el 1,25% del PIB, el acontecimiento con mayores audiencias televisivas, el que congrega delante de la pantalla muchísimos más espectadores en un partido de la Selección que en el Debate sobre el Estado de la Nación. Pese a las polémicas y controversias que genera el deporte rey, de las pasiones que desata, tantas veces incontroladas, es una válvula de escape que nos distrae del drama político que nos rodea, envuelto en mentiras arriesgadas, nombres y siglas que creíamos olvidados, léase Marta Rovira, CDR o ANC, temblorosos bajo el dedo acusatorio de los jueces, pero amparados por el manto protector del famoso Gobierno progresista (en funciones). Así, pues, que la Princesa Leonor nos proteja. Nos pide que confiemos en ella porque confía en nosotros. Un apunte, en nosotros sí, pero no en ésos. El futuro es el rédito de la esperanza, y la esperanza, el balón redondo. 

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