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Como Bellingham no hay ninguno

El inglés resolvió que el empate, como una amnistía dado que jugaba en campo contrario, no era suficiente

Como Bellingham no hay ninguno

Bellingham.

Los Barça-Madrid y viceversa son algo más que «el clásico», es el fútbol elevado a la enésima potencia, los presidan o no «Sus satánicas majestades» (Jagger y Wood, en el palco de Montjuic). Es el «trending topic», el «trending stupid», el acabose, el partido que eclipsa a todo lo demás, el encuentro entre los encuentros, el cuento de nunca acabar, el «y tú, más», un nido de eslóganes arquetípicos e industriales y de algún que otro ingenioso mantra. Es el santo del «clavo ardiendo, la cuna del «villarato», el «algo más que un club», «la manita de Piqué», el Puente Aéreo de Laudrup, Schuster, Hagi, Milla y Prosinecki; es Plaza, Rigo, Guruceta y Negreira; fue Di Stéfano y Kubala, Bernabéu y Montal, Núñez y Mendoza, Gaspart y Lorenzo Sanz, Cruyff y el 0-5, el silencio de Raúl o la llamada a la calma de Cristiano; Guardiola y Mourinho, Laporta y Florentino; es Xavi y Ancelotti. «El clásico» es la madre de todos los partidos de fútbol con el resultado final que todo lo impregna y el árbitro, Gil Manzano, en el penúltimo capítulo, en el ojo del huracán, como el VAR, el VOR y la madre que lo parió.

Gil Manzano pasó por alto que Xavi, de esos entrenadores que sólo ven la paja en el ojo ajeno, palmeara con ambas manos a Vinicius en la cara. Fue un gesto paternal, no como aquel de Viondi a Martínez Almeida; un roce interpretativo menos trascendental que el penalti no señalado de Tchouaméni a Araujo (min 46). Para entonces, el Barça ganaba 1-0 desde el minuto 6, cortesía de Tchouaméni y Alaba con Gündogan. Hasta el descanso, el Barcelona mordía y el Madrid, sin tensión ofensiva (primer disparo a portería, minuto 57), no terminaba de encontrarse. Luego apareció Bellingham, no diga Jude, diga gol, y empató. Más equilibrio cuando el trencilla ignoró el penalti de Araujo a Camavinga (min 78). El «clásico» caminaba hacia las tablas cuando Bellingham, otra vez él, siempre él (1-2, min 92), volvió a batir a Ter Stegen. Se dejó las chanclas en el vestuario, calzó los borceguíes y resolvió que el empate, algo así como un armisticio, o una amnistía dado que jugaba en campo contrario, no era suficiente. 

De un Barça-Madrid se puede salir vencido y futuro campeón, o vencedor. Todo es posible. Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial y perdió las elecciones; Jorge Vilda colgó la estrella en el pecho de las campeonas del Mundo, le despidieron (le indemnizarán) y tuvo que salir por pies hasta aterrizar en Marruecos. El suyo es el camino a la inversa, el recorrido del triunfador, no el viaje a ninguna parte de los parias, alimento de los peces como punto final de un éxodo que abochorna a la raza humana. En estos casos, para morirse no basta con perder tres litros de sangre (El problema final, Arturo Pérez-Reverte). Tampoco para vencer es indispensable descojonarse del contrario. La vida es bella. Y corta.

«Gil Manzano pasó por alto que Xavi, de esos entrenadores que sólo ven la paja en el ojo ajeno, palmeara con ambas manos a Vinicius en la cara»

A Vinicius le pitaron en Montjuic. Estaba cantado. A Miquel Camps, segundo portavoz de Laporta, le ponía trempante el Neymar azulgrana que exhibía todo tipo de virguerías frente a un rival hundido, al que humillaba, en cambio le sacan de quicio un par de bicicletas de «Vini», recurso que al directivo se le antoja suficiente para incitar a la violencia. En el fútbol hay que cogérsela con papel de fumar y este señor no lo sabe. Vinicius es el espectáculo, para mayores de 18 cuando simula o provoca. El tal Miquel es un baldón y la deportividad en el partido le dejó en evidencia.

«El clásico» es un litigio en sí mismo, un campo de minas en un horizonte infinito en el que confluyen todas las venturas y todos los males, las casualidades, las calamidades, la astucia de Maquiavelo y la confrontación permanente, más allá del resultado, del terreno de juego y del abrazo entre José Ángel Sánchez, mano derecha de FP, y Joan Laporta. Si a pocos días del partido el juez Aguirre mete a Laporta en el saco de los investigados, imputados o simplemente sospechosos de haber untado al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros durante 17 años, para contrarrestar el «bochorno Negreira», el señalado, cuadruplicador de la «mordida», responde con una ocurrencia que deriva de lustros y lustros de, en algunos casos, supuestos agravios: el «madridismo sociológico». Fue el «soci» Jordi Casas quien destapó el escándalo del fichaje de Neymar y el periodista de la Ser Sique Rodríguez, de Lérida, del Barça, el que sacó a la superficie los millonarios pagos a Enríquez Negreira.  

«El clásico» es un bumerán del que se sirven dos frentes, el culé y el madridista, para pisarse aunque lleven chanclas o pasar el trago sin mayores angustias. «¿Y tú de quién eres?». «Soy un jornalero de litro y medio» que frente al resultado adverso ahoga la pena «en mosto», hoy cerca de Canaletas. O que corre por el barrio de Santa Cruz (con su lunita plateada), el Raval, Carabanchel o Cibeles con la transgresora idea de celebrar el triunfo o de suplir el efecto pernicioso de la derrota bajo este arrullo de Pepe Begines: «Le cogí al moro el hachís que tenía pa’ponerme’ bolillón». Mejor colocado que el Barça sale el Madrid de este choque, ¡líder! «Embolillado» por Bellingham, un jugador exclusivo, un todocampista con mejor planta que Di Stéfano. El ídolo indiscutible del madridismo, 13 goles en 13 partidos. ¿Hay quién dé más?

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