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Opinión

Urtasun es Alatriste

«Nunca sabemos si proteccionismo es inyectar ayudas a una industria para que viva hasta matarla con las vacunas»

Urtasun es Alatriste

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun. | Europa Press

El ministro de Cultura ha hablado, en su despacho de la madrileña plaza del Rey, con su barba corta y de mucho bigote, camisa blanca sin corbata ni gola, el pelo corto, las manos algo volanderas, la sonrisa sin dientes, mordiendo mucho el labio, el discurso gesticulante y simpático, las piernas cruzadas. La debilidad está en los creadores, la debilidad va a los creadores como las moscas a la bragueta de los viejos, y quiere proteccionismo. 

El gozne está en el acceso de todos por igual a la Cultura y que la remuneración de los creadores sea digna. Ese posicionamiento del caballero Alatriste junto a los creadores, los más débiles del eslabón, merece un aplauso de manos frías en la calle, silbidos y ojos humedecidos por el relámpago blanco. Nunca sabemos si proteccionismo es inyectar ayudas a una industria deficitaria para que viva hasta matarla con las vacunas o, por el contrario, darle alas nuevas hasta que vuele sola. 

En la parrilla de piedras gordas de carbón arde el tema crucial, los nuevos derechos culturales. Hace años me decía Gerardo Lombardero, sobrino escritor de Manolo Lombardero, multimillonario que lo fue todo en Planeta, mano derecha de Lara padre, el inventor de la venta a crédito en este país de las enciclopedias: «A la derecha la cultura le importa una mierda, es un adorno que cuelga y descuelga del perchero según le conviene, lo que le interesan son los negocios y no una vieja leyendo en una esquina; respecto a la izquierda, la odia profundamente, un obrero de raza no puede entender que escribir una novela o cantar una canción sea un trabajo». Urtasun, al que llaman comunista y ecopijo los suyos, conoce a ambos. Rezuma calle, barra, muchos colegas en el rollo.

La vacuna, el jeringazo, la beca, entiende Alatriste que no puede ser todo. Quiere espacios culturales, donde el virus crezca, el de la lectura y el de la vida. Quiere lentejas para los creadores, no la trashumancia actual, donde autónomos todo el año no puede pagarlos nadie con lo propio, y comienzas las bajas, y entrar en Ikea o Zara para seguir exponiendo, para seguir escribiendo, para seguir cantando. Y quiere, deducimos, en sus entrevistas primeras, darle la vuelta al calcetín de la llamada industria, que es PIB y ocio, para que vele por quienes encienden la vela y levantan la obra. Algo jodido, porque toda industria quiere obreros de quita y pon, aunque no lo reconozca. 

«Los traspasos, en lo que sabemos, son de ida y vuelta, cada uno en su tierra hace lo que le da la gana, unos compraron mascarillas en Japón y otros las hicieron con camisetas y dos gomas de condones»

Centralidad de los derechos culturales y una ola mágica que nos moja la cara de espuma vieja: «La capacidad de que los ciudadanos sean receptores de cultura pero también emisores de cultura va a estar en el centro de mi gestión». Otra escritora maldita, ganadora del Nadal, Carmen Gómez-Ojea, a quien se llegó a decir que Casavella plagió impunemente, lo dijo de otro modo rojo y maravilloso: «Escribir no es un privilegio».  Muchos escritores/artistas fueron casi parias o peones de albañil a ojos ricos y recién lavados y perfumados. Eso de los «ciudadanos emisores de Cultura» podría servir por todo un ministerio de Educación, que en lugar de enseñar a Quevedo podría convertir en Quevedo a sus alumnos. Decía, borracho, Paco Umbral, en la calle Puebla de Majadahonda, en la dacha de los libros que flotaban en la piscina como medusas: «Si el Ministerio de Cultura desapareciera no pasaría nada. Los escritores seguirían escribiendo, los pintores pintando, los cineastas haciendo cine y los músicos componiendo». Luego pedía otro JB.

Urtasun/Alatriste quiere consenso: «En el Parlamento Europeo estoy acostumbrado a cerrar acuerdos con personas que piensan muy distinto». Citó a Semprún en su toma de posesión, por una cultura europea y una letra que nos saque de la barbarie. ¿Y qué es la barbarie? El Cid campeador de Vox junto a Milei diciendo que «a Sánchez el pueblo lo colgará por los pies». Política no es rebuznar. Política, lo enseñó muy bien el régimen del 78 que ahora todos quieren quemar en la cola de doña Manolita, es talento. Hacer que el otro, que no piensa como tú, haga lo que tú quieres. Para eso hace falta mucho talento. Mucha seducción. Mucha y buena verba. Mucho cariño y amor fraterno. Mucho juego bueno de baraja. Mucho ojo y mucha muñeca. Rebuznar, en cualquier bar, es gratis. El exabrupto, el disparate, el rebuzno, el chascarrillo, el eructo y el pedo que sale por la boca, es basura mediática, otro Sálvame. La auténtica política es fontanería,  complicidad, juego de espejos, cordialidad, élite.

Dijo Urtasun verdades como puños en su primera entrevista: Ultraeuropa (Hungría) cierra universidades, cierra medios de comunicación y persigue asociaciones. Su entrevista catalana me recuerda a otro maldito llamado Emilio Arnao, autor de cincuenta libros, biógrafo de Raúl del Pozo, catalán de Baleares: «Hay que pagar siempre a la catalana, sí, te la meto por la noche y la saco por la mañana». Urtasun/Alatriste nos la mete cuando dice que la solución a la pasta es traspasar el testigo a las comunidades autónomas, por un lado, y Hacienda por el otro. Los traspasos, en lo que sabemos, son de ida y vuelta, cada uno en su tierra hace lo que le da la gana, unos compraron mascarillas en Japón y otros las hicieron con camisetas y dos gomas de condones. ¿Y qué dirá Hacienda a esta pomada para creadores para levantar el léxico patrio? Ley de Mecenazgo. Lleva siendo imprescindible y es europea hasta en el membrete. Urtasun quiere una cultura anglosajona. Todo mola si pagamos a la española. 

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