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Viento nuevo

El entierro de Podemos

«La palabra es el grito, la palabra es el ruido, pero el silencio siempre es la muerte»

El entierro de Podemos

La nueva ministra de Igualdad, Ana Redondo (i), recibe la cartera del Ministerio de manos de su antecesora, Irene Montero (i). | Europa Press

El canto empezó en las ondas evangélicas y pacíficas, melifluas y musicales, de la cadena Cope. Ángel Expósito, con su perfil de boxeador y calva de sabio, lo contaba a media voz, como quien corta muy despacio jamón de bellota y no de mono. Podemos fallecía este pasado 20-N, en fecha idéntica al dictador, que lo hizo en la cama y sin poder chupar un caramelo. Cómo cierra siempre el círculo de la Historia. Qué ironía y qué demasié. Va a tener razón Javier Cercas: «La única guerra civil actual es la del nacionalpopulismo contra la democracia». Unos coletas; otros bigotillo blanco.

Hoy, 21-N, la ministra Montero deja de ser ministra, y muere matando, y muere llorando. Empieza con su clásico «todos, todas, todes», para reivindicar eso mismo, el todes, porque en el reconocimiento de los no binarios arde un mundo. Da gracias a funcionarios y ujieres, da gracias a propios y ajenos, y destila poesía como el mirlo alcanzado por el tiro del cazador, que en democracia son las urnas y los votos. «Nos echa de este gobierno Pedro Sánchez, Belarra, por hacer lo que nos propusimos», realmente emotiva la alusión a Belarra, podría haber dicho Sancho, en secuencia cervantina. Nos echan, amigo Sancho, de este posada pero cabalgaremos sin desfallecer.

Jamás se ha oído a un ministro hablar de la cosa como si fuera suya. Y parece propio todo, la Igualdad, en mayúsculas, y la silla y la poltrona, en pequeñito. Todo el feminismo histórico (Amelia Valcárcel, Celia Amorós, Alicia Millares, Lidia Falcón, etc) le dijo a doble espacio, y con negritas, que se equivocaba. Una ley puede obtener resultados no esperados, amigo Sancho. Puede soltar a la calle a una recua interminable de violadores. Puedes, amigo Sancho, meter la pata hasta el corvejón y no sacarla. «Que nunca te dejen sola», avisa la ministra saliente, aludiendo al sí es sí, que ahora es no es no, y hasta luego, chati. 

Podemos murió el 20-N, en la cama, porque antes había ido perdiendo por el camino a todos los fundadores, de camino a su autarquía con coleta y novia voceras: Luis Alegre, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Tania González, etc. Qué pagos viejos aquellos de Vistalegre, en 2014, donde presumían de una horizontalidad que segó todos los pelos menos cierta coleta dura como incansable mástil. «Yo lo dejé cuando empezaron las purgas estalinistas», contaba el periodista Xuan Cándano, autor de ese libro imprescindible El pacto de Santoña (La Esfera de los Libros). El muñeco, como Franco, aguantó sin miembros ni extremidades, hasta el último estertor, patético, feo, amarillo.

Sigue Montero con su pregón de «furia trans», «elegetebefobia» y gotas Nenuco para bebés con barba y sin trabajo: «Ya sabemos que se puede», «Que la palabra nazca donde el ruido», «Que nunca te dejen sola», «Que la dignidad sea costumbre». La costumbre de un chalé con piscina, sí, digno, al poco de empezar la orquesta y el desfile de canapés. Es un entierro entre gritos, dramático y español, goyesco, mientras la sombra del ataúd (más negro que mi reputación, diría el poeta) va a todos cubriéndoles el rostro como un guante de túnel, holograma sucio, careta sin cara. Cuenta cosas de la «pobreza menstrual», y nadie sabe lo que es, y del «machismo judicial», cuando aquí salieron un montón de quinquis del trullo gracias a una papela legal con aires de chirigota y bocina. 

La palabra es el grito, la palabra es el ruido, pero el silencio siempre es la muerte. Muere Podemos y en la caja, ataúd de terciopelo, piscinas y adosados, hay cada vez menos peña. «El feminismo lo cambia todo con preguntas invisibles», dice la ex ex ex ex ministra. También es suyo el feminismo, como igualdad, y lo administra en las dosis que ella considera, para escándalo de todas aquellas heridas a hostias en las comisarías por su causa (Lidia Falcón, Amelia Valcárcel). Muere Podemos y los listos quieren saltar a Sumar, pero tienen valla de Melilla y aceitunos a la puerta con metralleta. La luna anda entre los charcos, donde la pirueta está en saltar de uno a otro e ir comiendo, sin importar demasiado la casilla anterior, porque el señorito está frío y fiambre. 

Dice Óscar Puente, a pocos pasos, también con cartera nueva: «Estoy en política para hacer y no para estar; el día que no pueda hacer dejaré de estar». Podemos, a los que en universidades obreras bautizaron como Jodemos y Vendeobreros, fue todo lo mismo: hacer, estar y salir muy guapo por la tele, corbata negra y camisa blanca. El medio es el mensaje, sí. Capitalizaron el 15-M, donde allí en los inicios había de todo, y poco a poco el peluquero fue conduciéndolos a la morgue. Así se hizo Sánchez rehén de sus socios, y así Sumar tuvo que cavar zanja contraincendios e instalar cordón sanitario, para evitar atropello inmediato, fagocitación, parositismo y expolio.

La cuestión no es dejar de vivir sino morir matando. A por las autonómicas van vestidos de muertos vivos, muertos sonrientes, muertos con ganas de dejarse el pelo largo, muertos con ganas de otro chalé fuera de Vallecas. Roures ya vendió también sus fincas, por lo que el plan inicial de nuevas construcciones mediáticas, ay, se fue también al garete. Los cinco millones y medio de votos, que Anson contó uno a uno (a saber el porqué de tal apaño), son hoy cuatro hojas secas sobre la lápida y un par de palomas dormilonas. Montero sabe lo único que hoy vale: a ningún muerto le interesa cómo es su funeral. Pobre.    

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