2023: El año que quisieron prohibir la Navidad
«No hace falta que usted sea cristiano para poner un belén en su casa, de la misma forma que no hace falta que usted sea descendiente de germanos para decorar un árbol con lucecitas»
Quizás ustedes se han enterado ya de que el rector de la Universidad Complutense ha enviado una felicitación de Navidad en la que no se felicita la Navidad sino que se felicita… ¡el fin del otoño! ¡Feliz Fin del Otoño a todos! Quizá el rector se cree muy moderno por hacer esto.
Pero lo cierto es que hace 40 años (cuando yo tenía 16) mis amigos y yo nos felicitábamos el solsticio de invierno, porque nos creíamos los más modernos del mundo mundial y aledaños, y no nos íbamos a rebajar a celebrar algo tan pasado de moda como la Navidad. De hecho, yo he estado años felicitando el solsticio de invierno para añadirme a esa corriente que creía que lo de congratular la Navidad era ofensivo para otras religiones.
Poco después de leer la historia del rector me encontré con un vídeo de Georgia Meloni, en el que plantaba una historia sobre belenistas frente a arbolistas. Ella se consideraba belenista y más o menos venía a decir que existe una guerra cultural entre belenistas y arbolistas. Algo parecido a la bronca perenne entre los del Atleti y los del Real Madrid, pero en Navidad.
En el caso de que tal contienda exista les puedo asegurar que en mi barrio han ganado los arbolistas de calle. En todos los comercios del barrio hay un árbol de Navidad, pero solo hay belenes en dos establecimientos: el bar La Ferretería, que tiene un belén absolutamente maravilloso, y en Decora ( Textil y hogar) , cuyo Belén no es tan impresionante ni de lejos, pero sí tiene mucho mérito porque lo ha hecho con sus propias manitas el encargado, mientras que se nota mucho que el Belén de La Ferretería lo ha montado hecho por un profesional.
En general la gente pone un árbol de Navidad en su casa precisamente porque cree que el árbol de Navidad es algo menos ofensivo para personas que no son cristianas o católicas. Lo de árbol es un decir, ya sabemos todos que cuando hablo de árbol me refiero a una estructura de plástico que se han comprado en un bazar chino.
La tradición del árbol de Navidad se remonta a prácticamente el origen de los tiempos porque ya los romanos le ponían lucecitas a los árboles. Y lo mismo se hacía en numerosos tierras de la Europa prerromana, tanto en lo que hoy es Alemania como lo que hoy serían los países escandinavos. Cuando el príncipe Alberto de Sajonia- Coburgo- Gotha, alemán él, se casó con la reina Victoria, importó la costumbre, y en el Palacio de Windsor pusieron un enorme abeto al que le colgaron velitas y figuritas. Y distribuyeron una felicitación de Navidad en la que estaba la reina, su flamante y atractivo marido y los niños, todos alrededor del árbol .
Y como la reina, de aquella, era una influencer, pues rápidamente toda Inglaterra empezó a colgarle lucecitas y figuritas a los árboles del jardín. La moda pasó a Norteamérica y luego volvió de vuelta a Europa. Si ustedes ponen el árbol de Navidad en casa probablemente es porque lo han visto en alguna película norteamericana. Yo les puedo decir que cuando era pequeña yo nuestra familia era de las pocas que tenía árbol de Navidad, porque en general las otras familias ponían el Belén. Y nosotros teníamos árbol de Navidad precisamente porque mis padres habían vivido muchos años en Inglaterra y Gales. Los españoles no ponían árbol.
En fin, que estas personas que colocan el árbol de Navidad porque creen que es una cosa muy moderna y muy de izquierdas, igual no se dan cuenta de que están importando una tradición que tiene mucho más de colonización cultural que de afirmación pagana.
Pero bueno… digamos que aceptamos el árbol de Navidad como elemento decorativo navideño.
Pero ¿me explican ustedes por qué narices estoy viendo renos, renos, por toda mi calle? ¿Ustedes han visto alguna vez un reno en Galicia, Cuenca, Zamora, Palencia, León, Valladolid… no digamos ya en Andalucía, Murcia o Cataluña? ¿Qué demonios hacemos decorando los escaparates con renos? Pues no se vayan todavía, que aún hay más, porque ya he contado varios osos en los escaparates. Y me pueden decir que en León y en Asturias hay osos… pero no hay osos blancos.
La cosa asciende al siguiente nivel cuando resulta que ayer me paseo por Callao y veo la super atracción navideña para niños que han montado en un centro comercial de cuyo nombre no es que no quiera acordarme. Me acuerdo, pero no menciono el centro por no hacer publicidad. Allí ya no hay Belén, como había hace unos años, cuando yo llevaba a mi hija a ver las figuritas que se movían en el techo. Nada de niño Jesús, ni María, ni José, ni angelitos, ni nada por el estilo. Ahora hay… agárrense que vienen curvas: renos, osos, gatos y… mapaches. Qué relación puede tener un mapache que lleva un jersey de cuello alto de con la Navidad, me pregunto una y otra vez sin hallar respuesta. Ni idea, no tengo ni idea de qué tiene que ver un mapache con la Navidad, pero allí está. (Me dicen por pinganillo que el mapache es un gato y que yo estoy cegata, pero yo veo un mapache).
Pero si poco tiene que ver un mapache con la Navidad, menos tienen que ver las medusas. En las calles de Alcalá de Henares han puesto unas medusas como iluminación navideña. Y ya sea usted budista, sintoísta, musulmán, hinduista, bahaísta, neopagano, taoísta, sijh, brahmanista, jainista, ayyavazh o wicca, me reconocerá usted que una cosa es que no queramos ofenderle a usted y otra que las medusas tengan algo que ver con el invierno o con la Navidad. (No tengo fotos de las medusas de Navidad, pero si miran ustedes el vídeo de felicitación de la presidenta Isabel Díaz Ayuso verán que en un momento dado aparecen las medusas voladoras).
En fin seguimos para bingo. Incluso si usted es ateo convencido y ferviente, lo cierto es que el belén tiene que ver con usted mucho más de lo que usted cree.
Hago un inciso para recordarles que ya dijo Deleuze que no hay mayor creyente que un ateo, porque se necesita mucha fe para estar absolutamente seguro de que no hay algún tipo de poder creador que está por encima de nosotros. Eso es una convicción y la convicción implica fe. Cierro el inciso.
Decía que, por muy ateo que se sienta usted, en realidad usted pertenece a una tradición determinada. Y esa tradición está representada por el belén. El hecho de que vivamos en una cultura que cree en la redistribución de la riqueza y en la solidaridad con el más pobre tiene que ver precisamente con el hecho de que pertenecemos a un marco conceptual que entiende que Dios es pobre. Que nace en un pesebre. Que es hijo de un carpintero y de una mujer humilde. Que huye de un poder opresor y arbitrario que mantiene ocupada y explotada a una población. Que recibe el apoyo de las más humildes de la tierra, en aquel momento los pastores. Pero que también recibe el tributo de los sabios e intelectuales, representados por los Reyes Magos. Es decir que se trata de un Dios que viene a luchar contra una tiranía opresora (el imperio romano, representado por Herodes), un Dios que se alía con los más pobres y humildes y que usa como armas la palabra y la inteligencia.
Que todo en la vida es metáfora, muy especialmente las narrativas religiosas. ( Eso lo dijo Lakoff, creo).
Y por eso vive usted en una sociedad europea. En una sociedad que no cree en un Dios vengativo o inmensamente rico o caprichoso.
De hecho, el árbol de Navidad se corresponde con otras tradiciones en las que los dioses no eran precisamente gente muy amable. Sino dioses crueles y aficionados a los sacrificios humanos. Dioses que dirigían a sociedades en las que estaba bien visto, por ejemplo, violar a los prisioneros de guerra. Y que vivían en una sociedad que tenía muy poco de igualitaria. Los nobles nórdicos presionaban a la población con impuestos altísimos y esta y no otra era la razón última por la que los vikingos se hacían a la mar, para escapar de las exigencias abusivas de sus caudillos. Tampoco es que los antiguos celtas o los germanos fueran gente particularmente dulce y bondadosa. Los celtas realizaban sacrificios humanos para calmar a Taranis, una deidad que se ocupaba de las tempestades y las tormentas, y de que el cielo cayera sobre las cabezas de los hombres. Las víctimas sacrificadas a Taranis eran degolladas o a veces inmoladas en una pira. Si usted ha visto la película de The wicker man sabrá de lo que le hablo. Ahí va la escena.
Los germanos no les iban a la zaga. Además de la práctica habitual de sacrificar animales, las tribus germanas también llevaban a cabo sacrificios humanos para apaciguar a los dioses. Estas ofrenda podían asumir distintas formas y variar de una tribu a otra. Por testimonios romanos y por las pruebas arqueológicas sabemos hoy que las formas más comunes eran el ahogamiento, la decapitación y la quema. Y a las víctimas de los sacrificios las colgaban de los árboles en sus bosques sagrados. (¿Ha visto usted La bruja de Blair? ¿ la escena en la que se encuentran a los muñequitos colgados de los árboles?) Así que lo de colgar figuritas de los árboles tiene un origen bastante más siniestro de lo que ustedes imaginan.
De forma que yo desde aquí les encomio a que nos dejemos de tonterías de las guerras culturales y recuperemos el nacimiento. El árbol de Navidad no ha llegado a España hasta los años 50. Sí, vale, que les contaron a ustedes que una princesa rusa lo ponía en su casa en España en el 1870. Sí, si, sí… que se llamaba Sofía Troubetzkoy, que después de enviudar de un señor ruso contrajo segundas nupcias con el marqués de Alcañices. Ya lo sé, yo también lo he leído. Pero se trataba de una excepción. Si ustedes tienen mi edad o son algo más mayores recordarán que en las casas españolas no se ponía árbol de Navidad. El árbol de Navidad no es nuestro, no nos pertenece. No forma parte de nuestras tradiciones. Pero mucho menos nos pertenecen los osos polares, los renos, los mapaches y las medusas.
Y no hace falta que usted sea católico o cristiano para poner un belén en su casa, de la misma forma que no hace falta que usted sea vikingo o descendiente de germanos o celtas para decorar un árbol con lucecitas. Y tampoco hace que os falta que usted sea profundamente creyente para celebrar la Navidad. Gran parte de la gente que se va a coger la taja en la romería de la virgen de su pueblo no es devota de la virgen en absoluto y no ha pisado una iglesia en los días de su vida, y solo va para pasárselo bien con sus amigos. Y a mantener la tradición.
La obcecación en cargarse las tradiciones resulta tanto más absurda cuando por otra parte desde sectores presuntamente progresistas nos están contando que es fundamental respetar las tradiciones y la lengua de los pueblos. Entonces ¿en qué quedamos?, ¿cuando nos conviene respetamos las tradiciones y cuando no nos conviene las damos de lado porque estamos peleados con la Iglesia católica?
Decía Chesterton que la tradición es la democracia de los muertos, porque implica darle voz a nuestros antepasados y porque se niega a someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de quienes simplemente caminan por ahí. En muchos sentidos, no hay nada más progresista que la tradición.
Lo más triste es que todo esto lo escribe una persona que este año no ha puesto belén en casa. Más que nada porque ya tenía a mano el árbol de plástico comprado en el bazar chino hace unos años y soy bastante vaga como para montar otra cosa. Pero que si alguien me quiere regalar un nacimiento no tiene más que enviarlo a la sede de THE OBJECTIVE, y el año que viene lo monto tó bonito. Palabrita, nunca mejor dicho, del niño Jesús.
Ah, si a estas alturas del partido, usted todavía no sabe qué regalarle a esa persona que lo tiene todo (ya tiene bufandas, gorros guantes, perfumes y un armario en el que no le cabe todo el modelerío) ¿Por qué que no le regala un curso online de escritura expresiva? Si quiere más información me la pide, en [email protected].