El muñeco entero de la infamia y de la ignominia ya está en eso que diría un cursi: «el inconsciente colectivo». La piñata criminal, perpetrada en Ferraz en la última noche del año, es atroz: un mar entero color vino, diría Homero, rojo por la sangre. Revuelta es Vox, Vox es Revuelta, y los mismos que apalearon al muñeco colgado por el cuello, ahorcado por sus ideas, cuando giran y dan la vuelta, llaman enano e hijo de puta al señor Martínez Almeida, alcalde de Madrid, solo porque no les ha puesto la tarima y el tenderete soñado.
Puro negocio a granel: Vox/Revuelta van contra todos, y lo que buscan son ingresos, los derivados a las fundaciones de la risa desde su propio partido, denunciado a doble espacio y con negritas por Olona en su libro, y los añadidos que puedan venir por la fama misma, que es publicidad, desde órganos periodísticos de pacotilla, grabaciones cutres, mucho vocerío, mucho eslogan, mucha emoción y ninguna idea. Las elecciones se ganan con votos y urnas, no con palos. La piñata es infantil desde su etimología: completa guardería. El juego de los niños malos.
¿Es delito de odio matar a hostias a un muñeco en plena calle? Claro, amigos, porque el muñeco es un símbolo. La violencia por la violencia. Tienen mucho interés en Revuelta en contar lo suyo como movimiento espontáneo, agresivo y opuesto a toda figura de poder, con especial gusto gourmet por la minoría étnica del tipo que sea. Toda violencia gasta caldo gordo y caldo fino: la calle es siempre el primero, lo más burdo, lo más barato, lo más publicitario, el eslogan de brocha gorda, para matices hay que estudiar algo, saber escribir y hablar, etcétera.
Lo dijo muy bien el jesuita Arzalluz en nuestros años del plomo: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unes arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recojan para repartirlas». Esto va de nueces, y de turrones, reventar al muñeco para que suelte o escupa el regalo, pero la performance es zafia, grotesca, paleta, vulgar. Revuelta revuelve, Vox canta por lo fino, y ambos reparten cada vez menos nueces. Están muy nerviosos. Ya muchos se conocen el viejo pimpampún. Ya todos conocen a Santi, que no tuvo otra vida que la política, al que se le van los tiburones del acuario, porque el pub cada vez vende menos, porque el bar ya no es lo que era, porque la barra entera da pena. ¿Y en Europa vas a contar a tus homólogos que andas haciendo paridas con muñecos apaleados por la calle?
Hasta la estrategia, apuntada en servilletas, desde la cumbre, es paupérrima. Que el rollo es espontáneo, el baile empieza sin estar previsto, lo que pasa que todos los espontáneos tienen nombres y apellidos, y ya rompen eso, lo que decíamos, un inconsciente colectivo que resulta es de famosos en su primera representación, gente que quiere un canal en la cosa, todo muy chabacano, todo muy Tsunami Democràtic, que es contra lo que vas y haces lo mismo, todo muy herrikotaberna de Vallecas o San Blas, pura risa, muy facilona la ecuación, próxima a un ultra del balón, pero esto es otra cosa, ideas y no emociones, palabras y no palos, votos sin voces, urnas y no cajas de zapatos. Feijóo, nuevamente, se equivoca callando: sigue siendo el blandito para Vox/Revuelta, el acojonado para la mayoría y, algo inaudito, sí, un líder de la Oposición mudo, que no está en el cotarro, ausente, paseando cajas de fruta en mítines donde no le escuchan porque el foco de atención es quien habla al natural (Ayuso).
El muñeco de la infamia, el cadáver colgado del techo en la última noche del año, exige eso mismo, la condenación explicita de la violencia, donde Savater, por ejemplo, gesticulaba tantos y no pedía entonces maquinitas de escribir por Reyes. La Pinocha de Ayuso, si nos fijamos, aquella muñeca que la simbolizaba, también fue dantesca, nadie merece esa rebaja, y los bárbaros aciertan en la simplificación de la actual democracia, dejarlo todo en guiñoles, reducirlo a cómic, porque la mente palmaria no conoce el matiz: acoso y derribo, piqueta y bulldozer. ¿Y cuándo caiga el muñeco de Pedro Sánchez qué hacemos? Ponemos el de Martínez Almeida y el juego funciona igual. Luego el de Feijóo y seguimos ronda. Nosotros y ellos, sin más rollo, sin vaselina, duro y a la cabeza, en un plís, hasta que salga el turrón, pimpampún fuego.
Siguen los ultras perdiendo los votos y ganando la calle. La ecuación es muy conocida: la gente de bien quedará en casa y empezará el vandalismo clásico, romper tiendas, atracar bares cerrados, cargar con máquinas tragaperras al hombro, mucho pasamontañas, mucha hambre de pasta, mucha voz de machote, mucha bota con pantalón de chándal. Si Revuelta sigue igual —ya lo ven algunos— producirá una antropofagia muy divertida: la de que Santi no vale (otro muñeco) y llega el Contrasanti (con más hambre de plató, micro y flash). Pronto, un par de chispas más, Vox será de blanditos para Revuelta. Santi –dirán, seguro- no tiene huevos a levantar el palo. ¿Dónde estaba Santi esa noche de piñatas y correr a gatas? La partitocracia de taberna acaba en nada: unos cuantos entre barrotes, muchos con multas y los arzalluz de turno en la casa de los curas merendando chocolate y riéndose del personal, mientras deja el móvil sonar y no lo coge. La mejor piñata acabará como las peores curdas: sin querer pagar las copas y saltando la barra en otro plís.