Bolsonaro y el miedo
«La extrema derecha de altavoz y brocha gorda esconde siempre un negocio, un apaño personal, un saqueo»
Cuenta con los dedos morenos las horas para ser detenido. Caen al suelo el guiñol de feria y la tarantela de máscaras carnavalescas. Llegan el tufo de la muerte y la cainina que la precede y sigue. Cae al suelo y rompe el monóculo de crápulas viciosos. Queda mudo ya el trompeteo de patrañas bravas. «De esta noche no pasas, cabrón», se oye por el ojo de la cerradura y de las peores tuberías en el retrete. Nadie ríe ni aplaude las nuevas charlotadas. Acaba la lluvia de mugre y el ruedo de locos goyescos. Fin de Bolsonaro. ¡Piii!
El 8 de enero de 2023 fue su asalto a la democracia brasileña, tan aplaudido aquí con las orejas por Abascal. Este jueves pasado la Policía Federal destapó el apaño y la trampa. Les acusan de abolición violenta del Estado: hicieron todo lo posible para que Lula da Silva no llegara a la presidencia: cuatro generales gordos, apenas veinte militares insignificantes y él, Bolso, como amo entero del cotarro. La Operación Tempus Veritatis acaba con éxito y el gañán, entregado el pasaporte, no puede salir del país. Cuenta, con las uñas negras, el tiempo frío para ser esposado.
La extrema derecha de altavoz y brocha gorda esconde siempre un negocio, un apaño personal, un capitalillo, un saqueo por debajo de la mesa. La aventura golpista era ese partir la hogaza y el queso entre pocos, bajo un cielo de farras bravas, risas bravas, humazos y copazos con mucho ruidito de hielos calentorros. Se les acusa de elaborar decretos con ánimo golpista, difundir falsedades, trucar las urnas electrónicas, alentar la intervención militar, acojonar a quien no subiese al tren en llamas de la asonada, espiar ilegalmente por medio de su servicio secreto de ojos ciegos, buscar a toda hostia la ruptura del orden constitucional por toda clase de enjuagues legales.
El coronel no tiene quien le escriba. Los generales mean todos sentados. El miedo es ese boomerang que vuelve tras haber partido. Cuatro asesores ya están arrestados. La policía tira del hilo, sigue el camino de migas, las pruebas cada vez más robustas fortalecen el regalo de trena y maco para quien tanto hizo de mico en los medios, a jornada completa. Se acabaron la trola y el burle. El tío envenenó a las Fuerzas Armadas hasta convencerlas de que había que salir de la plaza pública de la Democracia. El Gobierno y el Supremo, muy unidos, han vencido desde el suelo a la peor galerna. Había ganas (pasta larga, jurdós a barullo, pastizara y pastizal) en seguir la dirección torcida de la lluvia. «A ver, coño, si no para qué hostias estamos aquí», traducían las lenguas más negras. El negocio era el manejo del caño público: abrir y cerrar el chorro a libre antojo.
«El universo mundo, el diablo mundo, sí, nos enseña a todos que volveremos al bipartidismo más cabal, rotos todos estos populismos de la quita»
Bolsonaro juega al peor martirologio: el de la víctima, el del victimario. A fecha actual vive inhabilitado para cualquier elección hasta el 2030, ello no le impide dar mítines con el ceño fijo en las municipales de octubre, a ver si el nuevo cargo le libra de los barrotes congelados y el colchón con agujeros. Un héroe, el juez Moraes, lo persigue sin ruido, en la sombra ardiente, descalzo, sin ninguna prisa y sin la menor pausa. La detención de Mauro Cid, secretario de Bolsonaro, dio hambre al pueblo de más justicia directa sin propaganda. Los audios del tipo, confiscados por la pasma, sacaron los colores a todos los que estaban metidos en el ajo arriero. Tras cuatro meses en prisión, pálido como la ceniza, rodaba cuesta abajo frente a una toga. Sacaron del teléfono hasta el decreto golpista del Bolsonaro, a carboncillo y mucha luz de luna, sin el menor bochorno ni vergüenza, aquí mis dos poleas y el mástil duro.
Las elecciones fueron una trampa urdida como macramé, tejida sin disimulo, amplia la tela de araña, pequeñas y diminutas las moscas que en ella caían (Los Lulas, grupo flamenco sin tablao). Largas penas pesan sobre los anónimos que, instigados por el grajo que entonces volaba bajo, invadieron Presidencia, Congreso y Tribunal Supremo. No consiguen saber todavía, en el laberinto digital, quien adelantó el oro, quién pagó toda aquella fiesta, quien regaló los cojines y algodones para esa resaca. El tono bajó mucho. Ahora beben por castigo, timoratos, quienes no podían hacerlo sin ofender. Andan los amos del cotarro roncos de faringes y desagües varios. Pinchó el globo. El bisne cayó en bancarrota. Tampoco vuelve el dinero negro saqueado a algún palomo. Fin de la pocholada. Adiós, micrófonos gloriosos, arengas portuarias, vocerío charlatán y parrandeado. Adiós a los golfos apandadores.
El universo mundo, el diablo mundo, sí, nos enseña a todos que volveremos al bipartidismo más cabal, rotos todos estos populismos de la quita. Los saqueos, como algas de fondo abisal, crecen y saludan desde la superficie: la investigación de los mismos lleva a su poda. Bolsonaro, con su labia de feriante, buscaba jugosas mollas, y ahora acabará enchironado por sus propias mellas. Esto parece el baile de la cucaracha: entran muchas ganas de aliviarse con pacharán de garrafa. La cátedra de la trampa enseña a través de bufos y luctuosos sucesos, a cual más clásico. La extrema derecha es o quiere ser en todas partes un negocio, el pastizal y la pastizara de lo público a sus fundaciones, y de ahí a todos los bolsillos largos y profundos de la noche. Bolsonaro viene de Bolso. El baile bizco de los dedos, mientras cuenta las horas para ser detenido, va parejo a los sudores de sus huevos repletos de canas. De aquí no sales, campeón.