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Viento nuevo

Carmen Calvo a salvo de sí misma

«Un Consejo de Estado mudo, dócil y genuflexo no tiene el menor sentido»

Carmen Calvo a salvo de sí misma

Carmen Calvo. | Europa Press

Carmen Calvo presidirá el Consejo de Estado, y todos no dejan de mover mucho las pestañas, como si aplaudiesen, no ya por este nombramiento sino por la restitución completa de su figura. Carmen Calvo vuelve a tener sombra, visibilidad, luz y mando. Cayó por no callar, junto a Ábalos, frente a Irene Montero, oponiéndose a la ley del «sí es sí» con la de «no es no» (o tal vez sea al revés, ni Montero se aclaraba). No se movió un ápice del feminismo histórico e ilustrado (Amelia Valcárcel, Lidia Falcón, Victoria Camps, Amorós, etc) y durante un tiempo pasó a la reserva, al banquillo, porque el que se mueve no sale en la foto, lo sabemos. Los versos sueltos, todos mudos.

«La política es una larga, larga, larga paciencia», dijo el clásico. Un largo saber esperar, y barajar sin cartas, solo con los dedos, mover el aire hasta que llega el turno y el premio. La dupla de Carmen Calvo, mediáticamente, es Chiqui Montero, que aprovechó el ascensor de bajada para subir ella, pero carece del prestigio de la primera. Calvo tiene ahí sus méritos callados en la jurisprudencia, sus clases de Constitucional, sus tomos de Derecho, y aunque no va con las medallas colgando por fuera, el personal las conoce y respeta tanto en las distancias cortas como largas. La ex vicepresidenta del Gobierno jamás necesitó cuotas. Todos recordamos cuando dijo de Puigdemont que no era ningún exiliado sino un prófugo de la Justicia, todos recordamos cuando dijo que la amnistía no cabía en la Constitución y que suprimía el poder judicial y fracturaba el estado de Derecho. Ay, qué tiempos, qué pureza si perdiésemos todos la memoria, y qué paz esa. 

El gran cargo restituye pero también amordaza. El puesto, en principio, quiere ser estatal y no partidista, y ella ha manifestado su intención de ser imparcial, veremos. Nadie entiende una Justicia excluyente: la armonía de todos los tribunales debería ser la de los planetas, cada cual en su órbita, todos en la misma galaxia. Carmen Calvo, Doctora en Derecho Constitucional por la Universidad de Córdoba, profesora universitaria, jurista de reconocido prestigio (no como Magdalena Valerio) ha dicho y hecho lo que ha querido, no siempre dentro del ambiente de su partido. Tiene pedigrí y tiene experiencia en asuntos de Estado, con tres años como vicepresidenta en el Ejecutivo, más otros tres con Zapatero. ¿Pero qué hace el Consejo de Estado? En completa síntesis parecen dos sus funciones: elevar al Gobierno las propuestas que juzgue oportunas acerca de cualquier asunto que la práctica y experiencia de sus funciones le sugiera, y realizar una memoria anual sobre el funcionamiento de la Administración. Se trata de un órgano consultivo, tantas veces perdido en los debates si fue antes el huevo o la gallina, y nunca se nos cuenta qué hace el Gobierno de turno con los folios y mamotretos del Consejo de Estado. 

Carmen Calvo alcanza su retiro dorado. El Tribunal Supremo dijo no a Valerio, era una quimera mantenerla ahí, y ahora todos mueven la cabeza en secuencia afirmativa, por lo de Calvo. El cómputo total son doce años de diputada, unidos a su experiencia académica, que pocos en este sentido pueden tumbar. ¿Dirá lo que le dé la gana como Presidenta del alto organismo judicial? Estos días anda presentado su libro y, recientemente ha dicho que aprovecha, porque después será imposible, no puede andar por ahí una Presidenta del Consejo de Estado en esos antros que son las librerías, los foros culturales y los programas televisivos del colorín. El alto cargo amordaza, somete, y muchos viejos socialistas se preguntan si el regalo no será envenenado, si los nuevos honores no serán una doma, si lo que hace daño de verdad no son los textos escritos con membrete y a doble negrita sino las palabras al aire libre y nuevo de la calle, lo que fue y será pensar en voz alta: sin filtros, sin cadenas, sin vigilancias. 

«El prestigio no tiene dueño. La ideología, por desgracia, sí»

Queremos que los juristas de prestigio y experiencia estén en las más altas instituciones del Gobierno y en los asuntos de Estado importantes, vale. Pero no merecemos voces silenciadas, vetos de postín, ausencia de crítica, Carmen Calvo a salvo de sí misma, sin opinión pública propia, sin duelo al natural con la Irene Montero del momento, donde la discrepancia absoluta ayudó a muchos a encontrar una fuente de verdad y no un venero de mentira bajo tierra. Un Consejo de Estado mudo, dócil y genuflexo no tiene el menor sentido. Los profesionales del Derecho deben estar ahí pero libres lo más posible de sus legítimas ideologías, sueltos, solo en el estudio de la letra conforme a la propia sociedad. ¿Una quimera? ¿Un sueño imposible? Sabemos ya a qué lleva la politización extrema de los jueces, a la inoperancia completa del órgano en cuestión, la bicicleta deja de andar porque nadie pedalea: todos se pelean y nadie pedalea, eso es. Nadie puede trabajar. 

El prestigio no tiene dueño. La ideología, por desgracia, sí. El prestigio puesto al servicio de un dueño deja de ser prestigio. El prestigio puede dilapidarse o malvenderse o malbaratarse: cuidado con él. El prestigio solo se eleva en razón a nuestras convicciones más íntimas, que a veces coinciden con un partido y otras no. El prestigio es un espejo, en el dormitorio de noche, donde a veces la conciencia se levanta de la cama y se mira en él parpadeando mucho, como si aplaudiese con los ojos, intentando reconocerse.  El prestigio es una autopsia privada. Carmen Calvo, salvada de todas las riadas, a salvo de sí misma, no puede olvidarlo. Esperemos. Felicidades, Presidenta. 

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