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Viento nuevo

Pasan los tufos a laca vieja

«Eso es Donald Trump. Más de 200 valoraciones falsas, pescadas por la fiscal, para el gran burle, el bisne, el atraco»

Pasan los tufos a laca vieja

El expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump. | Europa Press

America First. Claro. Por supuesto. América primero. Biden idiotizado, apijotado y Trump, el de los bailes con gorrita roja y gabán hasta los tobillos, herido de muerte. Donald deberá pagar 355 millones de dólares por fraude. El juez le prohíbe  desempeñar altos cargos en Nueva York. El expresidente exageró durante diez años su patrimonio neto en 3.600 millones de dólares. Infló, a dos carrillos, la torre Trump, Mara-Lago, Trump Park Avenue y varios campos de golf. La presidencia era lo que dijeron todos: una forma de negocios privados. Populismo bailongo. Pasta fresca y nueva. Mucha coreografía a euforia trol.

Pasan los tufos a laca vieja como aquí pasaron, durante los noventa, los otros tufos a gomina nueva, antes de los hipsters gafapastas, antes de los empresarios surfers, antes de las webs con dueños en camisetas y vaqueros rotos, después de los mods de corbata estrecha y los punks con tachuelas. El monigote de la laca, según el juez Arthur Engoron (New York, New York), llevaba diez años defraudando a bancos y aseguradoras. No pasa nada. Que siga la música. Sus hijos (secuaces junto a los bafles) deberán pagar 4 milloncejos cada uno. No pasa nada. A los tres se les prohíbe dirigir cualquier empresa del estado, incluido su imperio inmobiliario. Golfos de aúpa. Apandadores del trile y el trinque. La impunidad vestida de desfachatez. A la sanción económica, si se le añaden los intereses, serán 400 millones.

¿Y qué toca ahora? Más Village People. Que todo es una caza de brujas. Que todo es un complot. Que la Justicia, en mayúsculas, está vendida. Que más bailoteo y chundachunda. Engoron no dice solo que defraudaron, sino que inflaron «fraudulenta y drásticamente« los activos de su empresa, entre 2011 y 2021. Canceló su licencia de negocios en Nueva York pero ahora la levanta. En la sentencia (92 páginas) viene la poesía en su parte central a lo bonzo suicida: «Con el fin de obtener más préstamos y a tipos más bajos, los acusados presentaron datos financieros descaradamente falsos a los contables, lo que dio lugar a estados financieros fraudulentos». Eso es un bailarín. Eso es una gorra sobre un mar de laca gruesa. Eso es un presidente de los Estados Unidos. Más de 200 valoraciones falsas, pescadas por la fiscal, para el gran burle, el bisne, el atraco.

Segunda sentencia civil contra el magnate y su familia. El mes pasado un jurado civil le obligó ya  a pagar otro pico: 83.3 millones en daños a la columnista E. Jean Carroll por haberla difamado repetidamente durante años (el culebrón siguió con un futuro abuso sexual). La impunidad vestía sus trazas. La prensa era suya. El país se gobernaba a golpe de Twitter. Para muchos, inmigrantes incluidos, era el progreso. Quedan por resolver 91 cargos penales donde el expresidente está imputado en cuatro procesos judiciales diferentes. Colorado le prohíbe presentarse a las elecciones. El empresario de éxito sonríe ya frente al espejo roto de sí mismo. Engoron, lo que viene a decir, es que parte de su fortuna era inexistente. Falsificaba el patrimonio en las declaraciones contables para que el globo no dejase de subir. Todo un ful de Estambul. Una balumba de fuegos artificiales. Una traca de titulares y bombo futbolero. Oé, oé, oé, oé. Mucho lilili y poco lalala. Aire. Humo. Nada. Cero.

Algunos compañeros ya titularon en relieve: «A la luz del veredicto, no es el emprendedor hecho a sí mismo que dice ser, sino un estafador empedernido». Pasan los bailes chirigoteros. Pasan los tufos a laca podrida. Pasan los abrigos moviéndose sin nadie dentro. Pasa la gorra sobre un camión de basura gigante. El crédito público es nulo, el crédito económico va a la par, si es que alguna vez existió. Fue un Jesús Gil y Gil que aprendió a bailar una canción gay que, en el resto del planeta, sonaba mucho a eso: leñadores,  camioneros, bomberos con la manguera fuera. El negocio exacto del ruido: sonido, sonido, sonido y bolsillo vacío. La demanda civil empieza en septiembre del 2022 donde la fiscal general de Nueva York pide 250 millones de dólares. Tiempo después, con la calculadora nueva y la radio apagada, se da cuenta que son 370 millones de dólares. La cifra corresponde a los beneficios obtenidos durante diez años por las prácticas fraudulentas. Sigue la música. Sigue la barra libre de cocacolas, porque Donald no bebe. Sigue la ducha de laca, la fiesta de laca como espuma, mientras la gorra insinuaba que todo esto era deportivo y la corbata ratificaba una seriedad ful.

Trump tuvo claro desde el primer momento que lo primero era la imagen: lanzar al monigote, la popularidad, echar la bola a rodar. El pasado 2 de octubre la fiscal se puso a la Olivetti y el resultado fue este haikú: «Durante años Trump infló falsamente su patrimonio neto para enriquecerse y engañar al sistema. Su pretendido patrimonio neto se ha basado durante mucho tiempo en un increíble fraude». Un camelo. Una trola. Un anzuelo donde todos picaron. El fin de Trump huele a final de fiesta con mucho humo sin haber fumado, con mucha resaca sin haber bebido, con mucha noche a primera hora del día. Esa clase de noche y de promesas y de lujurias y de riquezas que, sí, solo se llevan en los ojos e igual convencían. Pasa una gorra roja de muerto político frente a los americanos sentados. Pasa un abrigo de nube balanceándose, un poco ortopédico, hacia los lados. Pasan un tufo a laca fantasmal de quien se puso tifo a embustes, bolas y patrañas. 

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