THE OBJECTIVE
El Zapador

Óscar Corleone (de Hacendado)

«El ministro de Transportes del gobierno de España es fuerza bruta, mañas gangsteriles y ‘bullying’ institucional»

Óscar Corleone (de Hacendado)

Montaje de Óscar Puente como si fuese Michael Corleone.

La mafia se ha instalado en el Gobierno de nuestra querida Españita. «Lo tendré muy en cuenta en la próxima reunión en la que me pidáis que os rebajemos el canon que abonáis a ADIF. Está claro, por la respuesta, podéis pagarlo» amenazó el ministro de Transportes Óscar Puente a la compañía ferroviaria de bajo coste y gestión privada Ouigo. Lo que viene a ser un: «Cuidadito con importunarme o te subo el canon y te destruyo». Como dijo Michael Corleone: «Mantén la boca cerrada y los ojos abiertos». Una frase que perfectamente podría haber pronunciado el ministro. El mensaje es claro: ninguno de nosotros —esforzados españolitos— deseamos encontrarnos con una cabeza de caballo en las sábanas de nuestro catre, así que lo mejor es obedecer y callar. ¿Se ha entendido?

El engorilado ministro de Transportes del gobierno de España encarna la paradoja de un político que dice abogar por el diálogo y el consenso mientras libera leñazos a diestro, pero nunca a siniestro. A la «fachosfera» se la combate, ya se sabe. Pedro Sánchez, como buen sátrapa, ha colocado a su lado a un dóberman que llega para cubrirle las espaldas. Ese perro de presa es Óscar Puente, un camorrista que desafía las convenciones del decoro y la diplomacia tradicionales, y cuyo comportamiento poco ortodoxo provoca estupor y fascinación a partes iguales. 

Óscar Puente es fuerza bruta, mañas gangsteriles y bullying institucional, esas tres cosas al tiempo. Trata de distraer la corrupción de su partido con desbocadas dosis de agresividad, intimidación, soberbia, desdén; y un instintivo sentido del territorio, tanto en el hemiciclo al que diligentemente acude para mancharse las manos en favor de su amo, como en la árida estepa digital de X (Twitter) —hábitat, este último, preferido por el ministro—, donde sus rugidos y sus golpes de pecho resuenan (unga, unga…) en forma de contundentes amenazas, insultos y bloqueos a todo aquel que osa desafiar su autoridad. «¿Quién es el dueño de esta pocilga?» — preguntaba William Munny en el western Sin Perdón. La respuesta es obvia. El dueño del saloon convertido en prostíbulo es nuestro crepuscular sheriff Óscar Puente: «Aquí está mi polla», que diría un socialista como Rubiales agarrándose con orgullo el paquetón. Es en el ecosistema tuitero donde Puente se siente como en casa. La red social controlada por Elon Musk es un territorio salvaje, una cochiquera, un lodazal, donde el ministro ejerce su dominio sin clemencia, convirtiendo cada interacción en un cruel despliegue de violencia verbal, buscando el aplauso del otro lado del muro (en el que él habita) e inmune siempre a las críticas de aquellos que —desde este lado— todavía no agachamos la cabeza.

Nuestro ministro es un matachín de temperamento inflamado, humor atrabiliario y corto de entendimiento.  Unas cuantas críticas no le van a frenar. Él sigue adelante, ufano, impertérrito, echando meaditas para marcar su territorio con la determinación de quien se sabe poseedor de la descomunal fuerza que le brinda el Leviatán del Estado que, si bien, en ocasiones posee la autoridad y el poder para imponer la paz y el orden social, también es capaz de ejercer el monopolio de la violencia y sembrar el caos a golpe de presupuesto y Boletín Oficial del Estado. Puente avisa y de sus palabras se deduce algo así como: «Si os atrevéis a cuestionar cómo me desempeño en la esfera pública, emplearé el poder del Estado para someteros. De este modo, comprenderéis a quién debéis lealtad». 

A Óscar le gustaría ser como Michael Corleone, pero no deja de ser una aspiración. Todos sabemos que él no es el jefe de la banda, tan solo un matoncillo a sueldo. Óscar Corleone, sí, pero de Hacendado.

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