El autoengaño y la venganza
Díaz vende un engendro, una especie de coalición de partidos, donde cabe todo porque ella tampoco mete nada dentro
La sonrisa congelada de Yolanda Díaz («dientes, dientes», decía la Pantoja) por las hojas volanderas es el mejor martirio de Semana Santa. El autoengaño no conoce límites. Cuando subía mucho la gasolina siempre sacaban por las televisiones matutinas, sí, a un tío con un surtidor en la mano que decía impasible: «A mí me da igual, porque siempre echo treinta euros». El autoengaño es divertido, muy cercano al postureo, muy cercano a la venda antes de la herida, muy cercano al fracaso, muy cercano a esa grieta y fuga por la que entra la realidad de sopetón y sin vuelta atrás.
Hacerse trampas al solitario cabe tanto en el mundo analógico como en el digital: abordamos las cuestiones de manera errónea para evitar sus aspectos más conflictivos. La realidad corta, hiere, mata, y su filo no precisa afilarse. A Yolanda Díaz la eligen o ratifican como líder un 11,7 % de una militancia apagada, sin ganas ni de alternar tofu en la Taberna Garibaldi, cuya única defensa es salirse de naja. Escapar corriendo, sin mirar atrás, a lo loco y en estampida o tromba. Yolanda Díaz dice que tiene inscritos 70.000 amigos, de los que la han votado 7.000, y ello implica la disolución del partido como un azucarillo en el café más negro posible. Dientes, dientes, porque llora de risa hasta el muerto en este velatorio. Que lejos queda junio, año 2022, cuando Yolanda Díaz convocó con un silbato a las masas en las madrileñas Naves de Matadero, sin mesas ni sillas para tanto recién llegado. Cinco mil asistentes para escuchar a la gallega, bajo un sol de treinta y cinco grados que le derretía lo rubio del bote dominical. Qué lejos todo, incluido el presente, Sumar en desaparición y caída libre, el hachazo más duro el que le dio Podemos antes de abrir su tabernón malasañero.
Todos corren, y ella también corre tras ellos, por si viene una alcachofa de prensa y es posible contar que esto es un maratón para los pobres del Padre Ángel. No quieren saber nada de ella: Más Madrid, Izquierda Unida, Compromís y los Comunes catalanes. No quieren saber nada de ella los propios socios, PSOE, y los inscritos e inscritas incluso, lo más divertido, hablan de ir troceando la tarta según la circunscripción (Sumar Baleares, Sumar Andalucía, Sumar León, etc). La herida abierta, sin venda, es la que causan sus propios socios de Izquierda Unida cada vez que ella quiere pactar con Más Madrid. Yolanda Díaz, sin matemáticas ni números, cuenta letras vacías: «Sumar no es un paréntesis ni una anécdota, ha venido para quedarse. Hay que echar raíces en los miles de municipios del país. Hago un llamamiento a todas las gentes para organizarse en todos y cada uno de los sitios». De risa. Todo de risa. Intenta ganar tiempo, troceando ella misma el completo de la tarta, sin hacer caso a su propia porción, que curiosamente no lleva circunscripción geográfica (Sumar Avanza). Mucha risa y dientes falsos.
Dan igual estatutos, liderazgo, sueños, pesadillas, perspectivas, adivinadores y tarotistas. El personal huye: Sumar es ya un espacio cada vez más vacío. La nostalgia es un eslogan repetido pero sin auditorio que lo recoja: «Fuimos decisivos para frenar a la derecha», «Sin nosotros no hubiera habido un Gobierno de coalición de izquierdas», etc. El inscrito ya tira su voto a la basura. Podemos solicitó mucho esta prueba del algodón, la voz de los inscritos, y no iba desencaminado, un 11% apenas secunda a la gallega y Sumar. En dos meses, tras el fracaso gallego donde no la votaron ni en su tierra, los resultados son demoledores. Lo más listos avisan que no hay 70.000 inscritos ni de coña y que todo huele a ful de Estambul.
Díaz jamás pasó primarias, no comió primer plato ni segundo, no estuvo en los entremeses y ahora le llega este postre al que la risa le pone la foto final. Los sabios de la tribu recuerdan que Montero llegó a 36.000 votos como candidata a las elecciones europeas y Podemos pasó de los 50.000 cuando acordaron que fueran juntitos con Sumar al 23-J. La vicepresidenta segunda del Gobierno no tiene partido y, por tanto, hasta el PSOE dice que tiene que saltar por la borda, porque no representa a nadie y solo fue un satélite de los desaparecidos Podemos, ahora todos en Taberna Garibaldi, Malasaña, como el primer PCE, según cuenta Gregorio Morán en su libro, salió entero de un solo taxi. Menos es más. El infinito empieza en el pulgar. El reto es perverso: comer con un dedo.
Todo está planificado. Esperamos a otoño para la implantación territorial, dicen, y mientras tanto seguimos vendiendo la misma moto de siempre. Díaz quiere crear otro Sumar (¿Avanza?) dentro del Sumar que se vende y cae a plazos. Díaz vende un engendro, una especie de bolsa de la compra o coalición de partidos, donde cabe todo porque ella tampoco mete nada dentro. En la reciente asamblea fundacional en La Nave de Madrid ríe Díaz, ratificada todavía como cabeza visible, mientras esconde los cubiletes y el garbancito tras la espalda negra del tiempo. Un desastre. Lo peor del autoengaño es su contagio. El cebo es que ahora atenderán las demandas localistas, de todo el territorio nacional, cuando solo buscan militantes. El autoengaño es contagioso: vende sin empacho un modelo federal, contrario al hipercentralista y vertical, donde solo hay aire y nada porque la silla vacía tiene la muesca o mal fario del que se fue. Lander Martínez es el cerebro contratado para ello. Ortega y Gasset ya explicó las consecuencias del autoengaño: «Toda realidad ignorada prepara su venganza». La de Podemos.