THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Yo invito y tú pagas

La Administración Central anuncia festivas políticas sociales que después deben pagarse a cargo de las autonomías

Yo invito y tú pagas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Emiliano García-Page vuelve a pasear su cabreo sensato, su verbo cansado, sus certezas grandes y sus interrogantes profundos. Tiene la fuerza de los votos, la victoria en las urnas y no atiende a genuflexiones ni sometimientos. Resume el dibujo sobre financiación autonómica, al natural y carboncillo, de forma sucinta: «Yo invito y tú pagas». El Gobierno promete y paga el pequeño, la comunidad autónoma, que no siempre tiene fondos para la ocurrencia ocasional. La Administración Central anuncia festivas políticas sociales que después deben pagarse a cargo de los presupuestos autonómicos. El presidente de Castilla-La Mancha escribe cartas al jefe del Ejecutivo central, Pedro Sánchez, donde pide una inmediata Conferencia de Presidentes sobre la engañifa de los sobrecostes de la Administración.

Yo lo pienso y tú lo pagas. Yo lo planifico y tú lo pagas. Yo lo cuento por antena y tú lo pagas. Yo lo invento y tú lo pagas. Varias comunidades autónomas no toleran más injerencias. El pobre tiene que ajustar las cuentas, con mucho esmero y sacrificio, buena letra y caligrafía lenta, para que todo salte por los aires debido a la ocurrencia del listo. Emiliano García-Page envía sus misivas a Juan Alfonso Ruiz Molina, consejero de Hacienda, donde pide al Gobierno que no adopte compromisos de gasto o mermas de ingresos que repercutan en las comunidades autónomas sin la financiación correspondiente. La bolsa está llena y el agujero sale del propio Estado con sus promesas y castillo de naipes desde la lejanía. La bolsa está llena hasta que el saqueo monclovita resulta inasumible. Yo invito y tú pagas, roto cualquier principio mínimo de lealtad institucional, por el que en otros velan la propia Constitución. García-Page elabora, además, un borrador en firme para evitar semejantes pufos, engaños y trapacerías.

El grueso de los folios apretados no puede ser más diáfano: «Toda modificación normativa (legal o reglamentaria) que realice la Administración General del Estado y que tenga efectos económicos y/o presupuestarios en las comunidades autónomas, tanto en sus gastos como en sus ingresos, deberá contar con el correspondiente estudio económico donde se deberán identificar los mismos, valorarlos y establecer las correspondientes aportaciones económicas a las comunidades autónomas para garantizar la suficiencia financiera de los servicios públicos a que obliga el mantenimiento jurídico». Basta ya de dejar en calzoncillos y bragas, al raso y a la intemperie, dentro del propio partido, a quien se bate el cuerpo por provincias y no escatima sudores en ahorrar una pobre perra gorda.

Otro presidente autonómico, Adrián Barbón, se lo decía esta misma semana al ministro Puente, que colecciona insultos por los medios de comunicación y edita dossiers a canutillo y espiral sobre los mismos: «En materia del AVE, soy un completo incrédulo». La promesa de los grandes, en sus hemiciclos engolados y poltronas, es  bochorno para los pequeños a la hora de explicar eso mismo a sus vecinos de forma eficaz y sensata. García-Page y su consejero de Hacienda estiman en 280 millones la merma que supone anualmente toda la saliva e ingenios monclovitas a todo tren. Solo en materia de ingresos (lo recaudado por impuestos) La Mancha sufrió una merma de 190 millones en 2023. En materia de gastos, gracias al Gobierno central, entre 90 y 91 millones del ala. 

«Solo Cataluña vive libre de ataduras, gobernando Madrid a su antojo, donde ellos hacen números mientras que Moncloa pone el lazo al regalo con las divinas letras»

Unos cardan la lana y otros se llevan la fama. El problema aquí es el de siempre: la lana tiene propiedad y la fama, etérea y abstracta, vuela y viaja por los aires sin mayores trances. Solo Cataluña vive libre de ataduras, gobernando Madrid a su antojo, donde ellos hacen números mientras que Moncloa pone el lazo al regalo con las divinas letras. La España de los pequeños, regiones desfavorecidas donde el progreso es lento y el camino empedrado, comienza a organizarse, gracias al grito quijotesco de Emiliano García-Page desde su molino blanco y sobre su burro gordo.

El Gobierno no puede ser una estafa para sus socios mejores, aquellos donde ganó las elecciones sin el menor pacto, en completa limpieza y voz cristalina. Vuelve ese clima tan español donde el dinero público no es de nadie. Vuelve la clásica y literaria «pólvora del rey» con la que dispararon los Tercios españoles. Así los perjuicios económicos del dirigente político de turno jamás los afronta su bolsillo porque el dinero público es huérfano: flota, vuela, corre, aparece y desaparece. Los Tercios españoles, sí, debieron pagar los gastos derivados de su actividad de su propia paga (pólvora, armamento, equipamiento, etc.) pero como la cuenta era enorme había que recurrir al rey. Los arcabuceros, cuando no tenían un objetivo definido, eran los que más reducían su actividad. El gasto letal siempre era otro según fuese controlado o descontrolado. Los peores dedos, cercanos al delito, eran los que disparaban con esa pólvora graciosa que ellos mismos no pagaban.

Emiliano García-Page no se calla. Piensan sus diatribas como disparo de salva, mero cartucho de foguero, pero yerran el tiro quienes emprenden tales trochas. El arma no carece de proyectil ni de bala: Page dispara a dar. Ese perdigón de sensatez, dichas verdades enteras y simultaneas de la mejor artillería, esa completa salva de cañones a los dos costados del buque de guerra en plena travesía, detonan para salvar su tierra, su ciudad, su pueblo. Y al mismo tiempo, son un saludo a quien se cree importante al pagar con la cartera de otro, mientras subestima dormido tales afrentas aéreas.

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