El Gobierno torea a Nadal
«Llamó la atención el pasado martes que en la Caja Mágica no hubiese ni un solo representante del Gobierno»
Cuando Ruiz de Lopera, «Donmanué» que en gloria esté, observaba que la afición se giraba hacia el palco con gestos inamistosos, buscaba la fórmula para recuperar el cariño de esa marea que es frío y calor sin entrar en el microondas. La táctica consistía en hacerse el mártir para revertir la situación: «Me estáis exigiendo que me estáis cansando», exclamaba en los corrillos o en alguna emisora amiga, como cuando le llamaba Denilson para pedirle una revisión de contrato. Consiguió mediante referéndum que el Benito Villamarín se llamara Estadio Ruiz de Lopera. Cuando el club cambió de propiedad recuperó el nombre anterior. Así es la vida, dientes de sierra, montañas y valles; toques para persuadir, campañas de manipulación y Stalin purgando a la tauromaquia. La sutil y enternecedora resistencia de «Los 12.500», al arrullo de «Los 300», y en lugar de Gerard Butler, María Jesús Montero, la lideresa fanatizada. «Si le queréis, ¡‘quedarsen’!», le faltó decir a la vicetiple, perdón, vicepresidenta y olé, parodiando a la gran Lola Flores, pero en sentido contrario.
Pinchado el suflé, lo que corresponde es reducir las apariciones al terreno conquistado. Por eso llamó la atención el pasado martes que en la Caja Mágica no hubiese ni un solo representante del Gobierno en el que se suponía que sería el último partido de Rafael Nadal en Madrid, la despedida en casa del mejor deportista español de todos los tiempos. Cierto que aún hay esperanzas de verlo en Roland Garros o en los Juegos de París o en la Davis; para entonces el adiós será definitivo. Pero la noche del martes, con la emoción a flor de piel que ni siquiera Lehecka conseguía contener, el ídolo se despedía en su tierra. Ni el nuevo señor del plasma, ni una vicepresidenta, ni un ministro, después de ver a seis de ellos en el palco del Bernabéu en el Real Madrid – Manchester City. Podrían argüir que jugaba el Madrid casi a la misma hora. Cierto, pero en Múnich. De ahí la lectura de uno de los responsables del torneo: «No acudieron para no tragarse una pitada». «Donmanué» sí que tragaba, y regañaba a Joaquín y mandaba al entrenador a clausurar las fiestas de los jugadores. Nunca necesitó cinco días de reflexión para demostrar su amor incondicional al Betis.
Los deportistas son muy buena gente; pero deberían tomar nota del desaire gubernamental a su compañero Rafael Nadal, la leyenda, el mito. Para que en el futuro no se presten a la fotografía política de las burbujas, que asuman que cuando los convocan a la Moncloa o a cualquier otro lugar de culto aforado los invitan por el interés más interesado. La foto de sus conquistas son un símbolo de poder de quienes sólo en momentos concretos les reclaman. ¡Ni un ministro con Rafa! Hubo una docena en la presentación de «Tierra firme», el libro del presidente que no escribió del todo el presidente. Y media docena en el Bernabéu y casi una docena en el Primero de Mayo, que asomaban casi más ministros que manifestantes, «Los 10.000» según la Delegación de Gobierno. Todavía menos que «Los 12.500» de Ferraz. Había más gente con Rafa en la Caja Mágica que en los actos reivindicativos de la figura de Sánchez ¿y del Trabajo? Si hubiera sido un plebiscito… Para rematar la faena, tres días después un tal Urtasun decide eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia. En resumidas cuentas, el Gobierno torea a Nadal y el ministro de Cultura rubrica la putada, o sea la faena.
Habla pueblo habla, cantaba «Vino Tinto» en los albores de la Transición. Parece que fue hace un siglo. Invitaba el grupo musical a que el pueblo, todo el pueblo, se expresara. Ahora lo que se demanda desde las pasarelas donde se reclama a los deportistas de éxito, para la foto, es que sólo opinen aquellos que predican el pensamiento único, no los críticos como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo Terreros, como Felipe González o Juan Luis Cebrián. En este capítulo, el de la opinión, el fútbol resulta aleccionador con todos sus defectos. Es imposible poner a todo el mundo de acuerdo con las manos en el área, y no por ello la gente que discrepa se pierde el respeto o deja de hablarse, prevalece el sentido deportivo, la esencia y el debate. Sí, ya, que en el fútbol hay cafres que sólo buscan pelea, la confrontación dentro y fuera de los campos. Son los menos; el problema de esta política que nos invade como una enfermedad es que hay un grupo que pretende multiplicar el número de cafres, de xenófobos, de odiadores, de cualquiera que no piense como el líder. La democracia se expresa mejor en un rectángulo de 105×68 que en el Parlamento; al menos en el primer caso es el juez quien impone su criterio; en el segundo, gente que apenas ha leído el prospecto del Bisolvon pretende saber más que los jueces, por eso quieren controlarlos. Ignoran quién es Nadal o la Casa de Misericordia de Pamplona, último Premio Nacional de Tauromaquia. Les bastan tres millones de votos para inventar la pólvora. Como dijo Bob Marley, «los que intentan hacer de este mundo un lugar peor, no se toman ni un día libre». En algunos casos, con cinco son suficientes.