Víctor de Aldama: peligrosa leyenda y biografía a mordiscos
«Una palabra suya derriba un gobierno, enchirona a un exministro, acojona al más faltón»
Pasa completamente desapercibido en cualquier bar. Nadie lo conoce por la calle. Encapuchado, y serio, no fue de los que se dejaban barba para borrar su rostro como en una novela cualquiera de Juan Marsé (El amante bilingüe). Si no recuerda, pierde dinero. Si olvida, pierde libertad y poder. Lo sabe todo de todos. Una palabra suya derriba un gobierno, enchirona a un exministro, acojona al más faltón. Conoce, a ciegas, la amplia carretera que lleva a Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, y la contraria, todavía no sabemos si paralela o perpendicular a la anterior, que conduce al asesor Koldo y sus negocios en la niebla de todos los simios nocturnos, a veces bajo la intemperie y otras con reservado en La Chalana.
Víctor de Aldama, alías el Conseguidor, baraja los mejores naipes, sus faroles valen tanto como sus silencios, poco le intimida la gestualidad de Ábalos con sus risas de público frío, ni tampoco los órdagos de Koldo, tantas veces en connivencia con el anterior. Ni Senado ni Congreso aportan nada a lo gordo de la novela, que maneja él en la sombra, con sus dosis y sus venenos, con sus postres y copas vacías, con su turrón y brindis invisible. La Fiscalía le ruega que tire de la manta, y tiene ya la carta de regalos a disposición. Koldo y Ábalos niegan lo que toque pero vigilan sus labios sellados entre temblores y ruegos con la pupila muy apretada y cierto lagrimón entre los mejores sudores. Si el pájaro canta, no hay nada que hacer. Víctor de Aldama, de un soplo, puede derribar al palacio de la Moncloa y al edificio de Ferraz. El presidente del Zamora CF, señor Aldama, lo sabe todo del Ministerio de Transportes, y está detrás de lo decisivo: la adjudicación de mascarillas a Soluciones de Gestión y la visita de Delcy con los maletones repletos de secretos por los pasillos veloces de los aeropuertos atónitos. Sin Aldama, jamás se hubiera producido el rescate de Air Europa, ni se hubieran soplado las velas que todos cantaron en la intimidad húmeda tan ebria.
La Fiscalía recita la copla pero él ni parpadea: organización criminal, tráfico de influencias, cohecho, blanqueo de capitales. Su protección es la de haber volado rodeado de ángeles custodios, y ahora no tiene que narrar sino solo recordar, destilar el recuerdo en vasos sin hielo, muy calientes por los uniformes, muy nerviosos todos por la persistencia de las bombillas pelonas. Defiende al señor Aldama un exjuez de la Audiencia Nacional, casi nada, D. José Antonio Choclán, al que le gustan los acuerdos, los pactos entre las partes, donde el que parte y reparte lleva siempre la mejor parte. Anticorrupción sube sus ofertas, tirar de la manta no será barato, y la peor jugada es la que ya todos aventuran, un pacto encubierto, fuera de los sumarios, cercano a los cantos de los árboles próximos, junto a las ventanas cerradas a cal y canto, donde algún pico del mantel escapa de la mesa, solo para meter miedo, y a ver qué pasa. Las medidas atenuantes serán más vaselina para que el miembro siga entrando o saliendo despacito, a buen ritmo, donde el relato pide suspiros y vasos de agua.
Los capítulos están ya titulados. Mucho rotuló ya la Audiencia Tributaria en sus cartitas a la Audiencia Nacional. El origen del caso Koldo estuvo en el rescate mismo de Air Europa. Aldama, sí, fue el conseguidor en la sombra, el consultor sin corbata y encapuchado, el amigo discreto de todos los funcionarios, la risa sin labios bajo la barba, los pies con zapatos deportivos, los ojos cultos, los dedos ágiles. La hoguera azul no arde ni echa humo en el Congreso ni en el Senado, aguarda en la boca de Aldama a ser descubierta, vive entre muela y muela, entre silencio y silencio, quita y dispuesta, sin esperanza y con convencimiento. El susto no es parlamentario: allí solo intercambian pitillos y beben ginebras a tres euros. La munición espera en la sombra hasta que el oso democrático, el paquidermo leguleyo, empiece a moverse lento al son del látigo y el violín. De momento, un paso importante, sería el desbloqueo de las cuentas de su mujer, Patricia Ramos. La sección segunda de la Sala de lo Penal recita entonces el breviario de costumbres sobre el tapete manchado con flan casero: pertenencia a organización criminal, blanqueo de capitales, cohecho, tráfico de influencias en relación con los contratos de emergencia formalizados por la Administración General del Estado y el sector público institucional. Palabras, palabras, palabras.
Víctor de Aldama conoce el lenguaje del enemigo, la gramática del silencio, la vista corta por arriba de los encapuchados, los talones cómodos de quienes visten buen calzado deportivo. Madrid es nuevamente, como quería Ramón Gómez de la Serna, una forma de quitarse y ponerse el abrigo o, en este caso, de meterse y sacarse las manos llenas del pantalón vaquero bien planchado. El comisionista habría usado las cuentas bloqueadas para zamparse, a gollete, 5,5 millones de euros. La Sala, dice, quiere evitar una posible sustracción de bienes. Víctor de Aldama venderá caros sus silencios frente a todo el cotorreo imaginable. Una mueca, mímica o gesto suyo ya vale dinero en efectivo y al peso. Lo sabe todo. La aventura es el peligro y viceversa. No hay relato más fiable que su propia biografía a mordiscos. A ritmo de cuentagotas, sin prisa, se atan y desatan los playeros de la espera. La prisa es hortera. El viento sopla a su favor. La leyenda es algo similar al viento en la cara tras haber amado.